martes, 19 de mayo de 2020

Casa de citas / Lily King / Hora de procrear

Strong Painting by Steve K

Lily King
HORA DE PROCREAR

Les dieron una habitación en el primer piso. La música del comedor del club, que estaba debajo, hacía vibrar los tablones del suelo. 
Nell tocó una de las dos camas. Estaba hecha, con sábanas blancas muy tiesas y una gruesa almohada. Levantó el extremo de la sábana de arriba, muy ajustada, y se metió dentro. No era más que un estrecho catre militar, pero le pareció una nube, una nube limpia, suave y almidonada. Tenía mucho sueño, un sueño pesado, como el de su infancia, que se apoderaba de ella. 
—Buena idea —dijo Fen quitándose los zapatos; había otra cama para él, pero se hizo un hueco a su lado y ella tuvo que ponerse de lado para no caerse—. Hora de procrear —canturreó. 
Sus manos se deslizaron por la parte trasera de los pantalones de ella, le agarraron con fuerza el culo y se le pegó. Nell pensó en cuando cogía dos muñecas de papel y pegaba la una a la otra como si se besaran, cuando ya era demasiado mayor para jugar con ellas pero aún no las había dejado. Pero aquello no funcionó, así que Fen le cogió la mano, la bajó hasta su entrepierna y se la movió arriba y abajo en una cadencia que ella conocía bien pero que él nunca le dejaba probar por su cuenta. La respiración se le volvió más rápida y agitada, pero su pene tardó un buen rato en mostrar el mínimo signo de erección. Estaba mustio, entre las manos de los dos, como una medusa. En cualquier caso tampoco era una buena ocasión: Nell estaba a punto de tener la regla. 
—Mierda —murmuró Fen—. Maldita sea. 
La rabia debió de activar algo en su miembro porque de pronto reaccionó y se les disparó entre las manos, enorme, duro y de un morado encendido. 
—Métetela —dijo Fen—. Métetela enseguida. 
No cabía la posibilidad de razonar con él, de hablarle de sequedad, del mal momento o de las llagas o heridas que se abrirían con el roce contra la tela de lino. Dejarían manchas de sangre que las doncellas taway atribuirían a la menstruación y tendrían que quemar aquellas espléndidas sábanas limpias por superstición. 
Se la metió. Las escasas zonas del cuerpo que no le dolían las tenía insensibles, si no muertas. Fen apretó con fuerza. 
Cuando acabó dijo: 
—Ahí tienes tu bebé. 
—Al menos una pierna o dos —respondió ella en cuanto recuperó la voz. 
Él se rio. Los mumbanyo creían que había que hacerlo muchas veces para formar un bebé entero. 
—Esta noche nos pondremos con los brazos —dijo él; se giró y la besó—. Ahora preparémonos para esa fiesta.
Lily King
Euforia
Ediciones Malpaso, 2016



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