viernes, 31 de julio de 2020

Nélida Piñón / La imaginación

Nélida Piñón - Wikidata
Nélida Piñón
Nélida Piñón
LA IMAGINACIÓN

1
Siempre he creído que la imaginación es todo. Se funden memoria e invención porque sin memoria no sabes tu nombre, de dónde provienes, para dónde vas. La memoria es una materia prima esencial para la invención y la invención no prescinde de la memoria y todos juntos forman una imaginación que lo es todo.
2
La imaginación es algo extraordinario porque nos estimula a vivir, a inventar, a describir. Pero lo que más me fascina de la imaginación es que la gente piensa que uno hereda una imaginación, como si fuera una cápsula que nos acompaña siempre y está a nuestro servicio. Pero yo creo que es una cápsula agotable si no das comida, vino y café a la imaginación. Hay que sentir devoción por ella y ponerla en un saco sin expurgar anda. Necesita de los escombros humanos”.

3

La imaginación se nutre de todo, porque el oficio de la imaginación no acepta límites, e incluso se atreve a establecer analogías imposibles. En este salón yo puedo establecer analogías impensables, entre Sócrates y Pelé. Todo es posible, desde que sepas maniobrar en el mundo del lenguaje y hacer una utilización poética del mundo. Además me gusta pensar que nacemos con una imaginación muy pequeña, porque la imaginación no para de pedir comida. Se nutre de todo lo que existe, no se resigna. Es ambiciosa. No se contenta solo con lo que pasa hoy ni con lo que ha pasado ayer. La imaginación es una verdadera maravilla.

jueves, 30 de julio de 2020

Casa de citas / Nélida Piñón / Quiero el asombro

Nélida Piñón

Nélida Piñón
QUIERO EL ASOMBRO


Yo no quiero el mundo esclarecido. Quiero el asombro. Porque el esclarecimiento tiene un aspecto dictatorial, tiene una versión única. El misterio garantiza múltiples versiones.



Y el misterio alimenta la imaginación. La muerte y la vida son un misterio. Los dos se confunden. No se pueden resolver. ¿De dónde procede el arte? De una concepción divina, de una narrativa previa. Siempre pienso que el arte proviene del caos. Un caos que no acepta expurgos que siempre está en evolución y para organizar vas cortando, ajustando, escribiendo, estableciendo analogías, pero mientras está en proceso de crear hay que saber que el origen es múltiple. Tanto que uno tiene el mundo entero para crear.



Nélida Piñon / «Todo lo que sabes está en la imaginación»


martes, 28 de julio de 2020

Casa de citas / Jorge Edwards / Escritores olvidados

Publican en España la poesía completa del escritor cubano Lezama ...
José Lezama Lima

Jorge Edwards
ESCRITORES OLVIDADOS
Los olvidados suelen ser mejores que los recordados, más interesantes. La lista de los olvidados disminuye por un lado y aumenta por el otro. En una época no existía en la memoria común José Lezama Lima, el autor cubano de Paradiso; después empezó a existir, y ahora lo hemos olvidado de nuevo. Caprichos de la memoria, se podría decir. O de la justicia literaria. Los escritores que luchan por ser conocidos y recordados, los que difunden por internet la menor de sus producciones, los que corren y sudan la gota gorda, me dan un poco de risa. Es decir, no me infunden verdadero respeto. Hay que aguantar, hay que tener paciencia. Hay que hacer como Fernando Pessoa, el poeta portugués, que declaraba que la fama era una cuestión plebeya (con este adjetivo preciso), y que cuando salía de su oficina para tomarse una copa de vino, le decía a su jefe que tenía una reunión importante con el señor Perales. El señor Perales era el mesonero del bar de la esquina. Si usted huye del mal gusto, como decía el joven Pablo Neruda, cae en el hilo. Si usted se toma en serio, cae en el más completo ridículo.

Jorge Edwards / Los olvidados


lunes, 27 de julio de 2020

Casa de citas / Juan Marsé / Un relato erótico

Juan Marsé

Juan Marsé
UN RELATO ERÓTICO
Los relatos, siempre los he escrito por encargo. Esther Tusquets que quería publicar un libro de relatos eróticos de varios autores, uno mío, uno de Ana María Moix, otro de Molina Foix… yo le dije que no era mi género, pero me dijo que pensara en alguna 'novieta' que hubiera tenido y escribiera algo. Además, lo pagaba muy bien. Los únicos que presentamos el relato fuimos Ana María Moix y yo y Esther nos dijo que no podía hacer un libro con solo dos relatos.

Juan Marsé / Habría sido muy feliz sin escribir


Casa de citas / Juan Marsé / París


This Is Art Paris | Painting Paris Scene - The Renowned Capital Of ...
París

Juan Marsé 
PARÍS
A París te ibas soñando no sólo en que podrías ver las películas que aquí no podías ver o comprarte los libros que aquí estaban prohibidos, sino en que podrías ligar más. Era irse de la España de Franco, que era la hostia. Hoy no es lo mismo, hoy se va el que no tiene trabajo. Entonces sí había trabajo en España. Parados no había. El cabrón de Franco les decía a los empresarios: “No vais a tener huelgas, os lo garantizo… pero no me vais a despedir a un solo trabajador”. Y así era.

Juan Marsé / “España es un país de cabreros”




Casa de citas / Juan Marsé / Sobre la memoria

Juan Marsé


Juan Marsé
SOBRE LA MEMORIA

1
Un escritor no es nada sin imaginación, pero tampoco sin memoria, sea ésta personal o colectiva. No hay literatura sin memoria. 
2
Hay una memoria compartida, que no debería arrogarse nadie, una memoria que fue durante años sojuzgada, esquilmada y manipulada.




domingo, 26 de julio de 2020

Casa de citas / Juan Marsé / Los tres pilares de la creación

Juan Marsé



Juan Marsé
LOS TRES PILARES DE LA CREACIÓN


No hay escritor sin memoria, pero tampoco sin imaginación. Y por supuesto no hay escritor sin infancia. Ha citado los tres pilares sobre los que se asienta toda obra de creación.





sábado, 25 de julio de 2020

Casa de citas / Juan Marsé / Sobre los derechos


Pablo Iglesias 🔻 on Twitter: "Ha muerto Juan Marsé, uno de ...
Juan Marsé


Juan Marsé
SOBRE LOS DERECHOS


Dice nuestro hombre (Andrés Vicente Gómez) no entender que uno "venda los derechos de sus obras y luego no le guste nada de lo que hacen y acabe mal con todos los directores". ¿De verdad no lo entiende? Pues se lo voy a aclarar de una vez, y de paso que tomen nota otros posibles interesados en el asunto, otros que incluso han ido más lejos al negarle al autor la libertad de opinar sobre la adaptación de su obra, y calificándole, si se atreve a hacerlo, de idiota público, ignorante y mala persona, o imbécil. Pues bien, la explicación no puede ser más sencilla: yo vendo los derechos, no mi silencio ni mi criterio. Y cualquier escritor que se respete dirá lo mismo.

jueves, 23 de julio de 2020

Triunfo Arciniegas / Diario / Arjona

Ricardo Arjona desafiará a la industria musical con una doble ...

Triunfo Arciniegas
Arjona
16 de julio de 2020


Qué vida, las malas noticias no paran, y no maten al mensajero, por favor. Para que este 2020 sea aun más nefasto, señoras y señores, Ricardo Arjona, el Benedetti de la canción, estrena disco. Blanco se llama (es cierto, lo juro), gallina lo pone.

¿Qué hemos hecho, Señor? 

Como diría Rulfo, "Aquí todo va de mal en peor". Primero coronavirus, luego terremoto y ahora álbum de Ricardo Arjona.



miércoles, 22 de julio de 2020

Poemas como heridas / Jorge Cadavid / Diario de un virus

Natural Hair (Art) | Arte de cabello natural, Arte afro, Arte ...

Jorge Cadavid
DIARIO DE UN VIRUS



Confinados por la peste
corto por primera vez
el cabello de mi mujer.

Un siseo de tijeres
y suena en el baño
la voz de la poesía:
el zig-zag de la zeta
la ve corta de la visión.

Recojo el cabello
la transparencia
la desmesura
de lo sobreviviente.


Jorge Cadavid
Diario di un virus / Diario de un virus
Raffaelli Editore, Rimini, 2020, p. 26


martes, 21 de julio de 2020

Triunfo Arciniegas / Diario / Senderos


Senderos
(Segunda mano)
Obra en proceso
Triunfo Arciniegas
15 de julio de 2020
Senderos

Ya tengo lavaplatos y televisor, pero sigo sin mujer. El sábado vino Lucho Soluctions y arregló el lavaplatos y las tomas que tenían veinte años sin uso. Se cambiaron los bombillos. Se quitó la espantosa lámpara que colgaba del techo de la sala y se puso un bombillo de... Ahora puedo pintar de noche.Voy a seguir trabajando con Lucho Soluctions. El próximo sábado hará una alacena y dos troneras inmensas para que la cocina no siga siendo una caverna. De hecho, antes de la pandemia, estuve trabajando en una. Instalaremos una nueva ducha, además.

René trajo un televisor de 70 pulgadas el domingo. Fue toda una odisea el pago, con metida de pata incluso. Primero tuve que registrar la cuenta en el celular. De paso, registré la cuenta de Liliana, la esposa de Jorge, el maestro que tenemos trabajando en la casa de Cuatrovientos. Le envié cien mil a Liliana y cuatro cientos a Gino. Las operaciones fueron exitosas. Entonces envié novecientos mil a Liliana, para completar el millón de adelanto por la mano de obra, y dos millones a Gino.

Luego me di cuenta que los dos millones se los había enviado a Liliana. Qué lío. Y peor aún, un lío para René. Llamó a Jorge y el mismo se encargó de retirar los dos millones y llevárselos a su casa a René. Un bonito gesto que recompensaré con una bolsa de pan pamplonés.

Pero aún sigue el lío. Desde el celular hice un nuevo envío de dos millones a Gino, pero el descuento no se registró en mi celular. Pensé que me había quedado grande la transacción. Sólo me di cuenta que había sigo exitosa al día siguiente, cuando René ya estaba en Alejandría con los dos millones en efectivo. Es decir, estuve a punto de pagar dos veces el televisor. Gino revisó su cuenta y, efecto, el dinero estaba allí, como el dinosaurio de Monterroso.

René volvió a su casa con el televisor y los dos millones en efectivo. Con eso compró la nueva batería y aseguramos el siguiente pago de un millón por la mano de obra de Cuatrovientos.

Pero el lío sigue. Había negociado con Gino un LG y resulta que René volvió a casa con un Samsung. Llamé a Gino y estuvimos discutiendo el asunto. Estoy seguro que en todo momento hable de un LG. Gino quedó en hacer el cambio, pero hasta el momento no ha contestado llamadas ni mensajes.  Ha perdido un cliente y me he quedado con el Samsung. Como cuando niño quería todos los tamales, mi propósito era el control mágico del LG.

Cata me regaló Prime video. Y no sólo a mí. También al Renecuajo. Estamos como marranos estrenando lazo.

El viaje de René a Pamplona ha sido una maravilla. Hemos conversado. Como la pandemia empeora, volvemos a suspender la obra en Cuatrovientos. René recibirá esta primera etapa y le cancelará el saldo al maestro Jorge. Hemos seguido arreglando los detallitos pendientes de la Bronco, la camioneta que llevaremos a Bucaramanga cuando autoricen los exámenes. Esta mañana viajó de nuevo a Cúcuta con la Bronco para sincronizar y revisar cierta dureza en la dirección. En el viaje pasado sacamos el SOAT y el técnico mecánico. Ya se arregló el exhosto de la Ford Explorer.

Sigo pintando que da miedo. Tengo casi cuarenta obras de 70 por 100. Ayer empecé Senderos, un lienzo gigantesco: once metros por cinco y medio. Tuve que colgarlo desde el tercer piso. Va descendiendo a la calle a medida que voy pintando. Anoche estuvo secándose al aire libre la primera capa.

Tal vez haga dos temas. Senderos por una cara y Peces dorados por la otra. Creo que nunca se ha hecho la pintura de doble faz. Yo la hago para las tapas de Trespiés.

Hice una pausa para lavar catorce camisas.



lunes, 20 de julio de 2020

Casa de citas / Juan Marsé / El Pijoaparte

Últimas tardes con Teresa – La mano que escribe con pluma (por ...

Juan Marsé
EL PIJOAPARTE

Le conté el personaje, y él (Antonio Pérez, librero de Cuenca) me dijo: "Sí, es como El Pijoaparte", el apodo de un amigo suyo de Murcia. Y le puse Pijoaparte.
En todos los personajes, incluso en los femeninos, está siempre parte de uno mismo. Pero no he conocido a nadie a quien le haya pasado lo que le sucede a Pijoaparte. Es un charnego, su origen está en el sur; es medio delincuente, vive a salto de mata, roba un día una moto, la vende... Personalmente no he conocido a ninguno, pero tanto en el Monte Carmelo como en la zona del Guinardó sí vi chavales que podían haberlo sido. Esa zona recibió grandes olas migratorias desde la Guerra Civil, e incluso antes. Podía haber sido cualquiera de ellos El Pijoaparte.
 En la ensoñación. El Pijoaparte no sabe quién es su padre; sospecha que podía ser hijo del marqués de Salvatierra, que tenía una finca en Ronda... Todo eso viene de un viaje que hice a Ronda, precisamente con Antonio Pérez, para hacer un reportaje que luego no publicó la revista de Ruedo Ibérico... Ahí nació la figura de Pijoaparte, su propio origen. Y a partir de ahí, Pijoaparte se crea su propio mito. En la literatura tiene mucho que ver con muchas lecturas que yo tenía del siglo XIX: es el joven de provincias que llega a la ciudad e intenta abrirse espacio.


Casa de citas / Juan Marsé / Últimas tardes con Teresa


Últimas tardes con Teresa, Juan Marsé | Divagaciones y Libros


Juan Marsé
ÚLTIMAS TARDES CON TERESA

Era consciente de que estaba manejando una novela que me afectaba mucho, de algún modo la había vivido. Surgió cuando estaba en París, en 1960. El primer latido ocurrió a raíz de unas conversaciones con unas chicas francesas a las que se suponía que yo daba clases de español. Nos reuníamos una vez a la semana, y una de ellas se llamaba Teresa, hija de un pianista. Una muchacha guapísima en una silla de ruedas. Me escuchaban, les contaba cosas de Barcelona, de mi barrio, y noté en ellas una atención especial. Ése fue el germen de la novela. Capté que despertaba en ellas cierta fascinación por el arrabal cuando les hablaba de mis juegos infantiles en el Monte Carmelo con los chavales de cabezas rapadas, hijos de los inmigrantes del sur. Los chicos iban libres por las calles. Me refería a los años cuarenta, la inmediata posguerra. Había una fascinación por el arrabal en esas señoritas de clases altas parisienses. Habían pasado tan sólo 20 años del final de la guerra cuando yo les hablaba, y estaba aún muy vivo el recuerdo de una España sojuzgada por la Guerra Civil.
Esa nostalgia del arrabal que yo veía en aquellas señoritas se combinó con el sentimiento que advertí en los exiliados con respecto a España. Conocía a los exiliados, a Jorge Semprún; hablaban de la inminencia de una huelga general, decían que la caída del franquismo estaba a la vuelta de la esquina, que los trabajadores estaban bullendo... Ahí no me podían engañar, porque desde los 13 años yo había trabajado en un gran taller, donde había 30 operarios, y yo sabía cuáles eran sus aspiraciones: comprarse un reloj, una gabardina, un coche. Aquel romanticismo de la izquierda que veía el cambio al doblar la calle no se correspondía con la realidad.
El tema de Últimas tardes con Teresa no es otro que el de la apariencia de la realidad. Teresa confundía a un pobre chaval -El Pijoaparte-, que era sólo un obrero de barrio, con un militante obrero politizado. Se idealizaban unas condiciones de vida, unas formas de ser, y eso le pasaba a Teresa. Era una especie de ajuste de cuentas mío, personal, con la realidad.




Juan Marsé / La derrota

Escritor español Juan Marsé murió a los 87 años | El Economista
Juan Marsé
Juan Marsé
LA DERROTA
Yo creo que, en primer lugar, la apariencia que yo doy, lo que puedan pensar, lo que puedan representar tiene que ver muy poco con la realidad. Solamente una vez en mi vida he dado un puñetazo, cuando tenía quince años y nunca lo he olvidado. Salía con una chica y me molestaba un tipo. Pero, soy consciente de que, a veces, al intentar definirme físicamente, no soy un tipo duro y no voy por la vida de tipo duro, pero entiendo esa apariencia, en cuanto a la masculinidad de mis personajes; no soy totalmente consciente salvo en un aspecto -tal vez la clave está ahí-: yo creo que la derrota define al hombre mucho más que el éxito. Lo creo firmemente. Por eso, en el terreno literario, me interesan más los derrotados que los vencedores. Creo que el derrotado ejerce un tipo de fascinación -a mí por lo menos- un tipo de misterio. De cómo es posible que siendo el derrotado siga siendo mi héroe, me ha pasado con la literatura, con las películas y me pasa en la vida real. Creo que la derrota define, explica al hombre mucho mejor que el éxito. Hemos venido a ser derrotados, finalmente, por la muerte, claro, pero no me quiero poner filosófico. Desde el punto de vista temático, me ha interesado mucho más la derrota que el triunfo. Por eso, porque me permite explicar mejor la condición humana y, tal vez entonces, no sé si eso provoca fascinación o atracción en una mujer. La imagen que has puesto de un hombre en la barra de un bar con un whisky derrotado me sigue gustando más que la de un vencedor en cualquier tipo de lid.
Juan Marsé
Personalidad literaria y humana del autor
Conversación con Arturo Pérez-Reverte, Joan Sagarra y Javier Coma.
Moderada por Beatriz de Moura




domingo, 19 de julio de 2020

Casa de citas / Héctor Abad Gómez / No hay peor virus

Socialdemencia - "No hay peor virus que la estupidez humana ...


Héctor Abad Gómez
NO HAY PEOR VIRUS

La simple y a la vez dificilísima pregunta que hoy debemos plantearnos es la siguiente: ¿por qué en este momento, aquí en Medellín y en tantos otros lugares de la tierra, los seres vivos más patógenos para los seres humanos no son ni los virus, ni los microbios, ni los parásitos, sino los mismos seres humanos? 

Héctor Abad Gómez. Fundamentos éticos de la salud pública, 1987.


viernes, 17 de julio de 2020

Casa de citas / Stephen Emmott / Diez mil millones

Diez mil millones - Emmott, Stephen - 978-84-339-6356-7 ...




Stephen Emmott
DIEZ MIL MILLONES

Hace 10.000 años éramos solo un millón. En 1800, hace poco más de 200 años, éramos ya mil millones. Hace 50 años, hacia 1960, éramos tres mil millones. En la actualidad, superamos los siete mil millones. En 2050, nuestros hijos y los hijos de nuestros hijos vivirán en un planeta habitado por nueve mil millones de personas como mínimo. Antes de que acabe el presente siglo, seremos por lo menos diez mil millones. Posiblemente más.


Stephen Emmott
Diez mil millones




jueves, 16 de julio de 2020

Lecciones de semántica / La Edad Media

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Lecciones de semántica
LA EDAD MEDIA

En la Edad Media, no había cepillos de dientes, perfumes, desodorantes ni mucho menos papel higiénico. Los excrementos humanos eran lanzados por las ventanas del palacio.

En un día de fiesta, la cocina del palacio pudo preparar un banquete para 1500 personas, sin la más mínima higiene.

En las películas actuales vemos a las personas de esa época sacudirse o abanicarse... La explicación no está en el calor, sino en el mal olor que emitían debajo de las faldas (que fueron hechas a propósito para contener el olor de las partes íntimas, ya que no había higiene). Tampoco era costumbre ducharse debido al frío y la casi inexistencia de agua corriente.

Solo los nobles tenían lacayos para abanicarlos, para disipar el mal olor que exhalaban el cuerpo y la boca, además de ahuyentar a los insectos.

Los que han estado en Versalles han admirado los enormes y hermosos jardines que, en ese momento, no solo se contemplaban, sino que se usaban como retrete en las famosas baladas promovidas por la monarquía, porque no había baños.

En la Edad Media, la mayoría de las bodas se realizaban en junio, el comienzo del verano. La razón es simple: el primer baño del año se tomaba en mayo; así que en junio, el olor de la gente todavía era tolerable. Sin embargo, como algunos olores ya comenzaban a molestar, las novias llevaban ramos de flores cerca de sus cuerpos para cubrir el hedor. De ahí la explicación del origen del ramo de novia.

Los baños se tomaban en una sola bañera enorme llena de agua caliente. El jefe de la familia tenía el privilegio del primer baño en agua limpia. Luego, sin cambiar el agua, llegaban los demás en la casa, en orden de edad, mujeres, también por edad y, finalmente, niños. Los bebés eran los últimos en bañarse. Cuando llegaba su turno, el agua en la bañera estaba tan sucia que era posible matar a un bebé adentro.

Los techos de las casas no tenían cielo y las vigas de madera que los sostenían eran el mejor lugar para que los animales -perros, gatos, ratas y escarabajos- se mantuvieran calientes. Cuando llovía, las filtraciones obligaban a los animales a saltar al suelo.

Los que tenían dinero tenían platos de lata. Ciertos tipos de alimentos oxidaban el material, causando que muchas personas muerieran por envenenamiento.

Recordemos que los hábitos higiénicos de la época eran terribles. Los tomates, siendo ácidos, se consideraron venenosos durante mucho tiempo, las tazas de lata se usaban para beber cerveza o whisky; esta combinación, a veces, dejaba al individuo "en el piso" (en una especie de narcolepsia inducida por la mezcla de bebida alcohólica con óxido de estaño). Alguien que pasara por la calle pensaría que estaba muerto, así que recogían el cuerpo y se preparaba para el funeral. Luego se colocaba el cuerpo sobre la mesa de la cocina durante unos días y la familia se quedaba mirando, comiendo, bebiendo y esperando a ver si el muerto se despertaba o no. De ahí la que a los muertos se les vela (velatorio o velorio), que es la vigilia al lado del ataúd.

En Inglaterra no siempre había lugar para enterrar a todos los muertos. Luego se abrían los ataúdes, se extraían los huesos, se colocaban en osarios y la tumba se usaba para otro cadáver. A veces, al abrir los ataúdes, se notaba que había rasguños en las tapas en el interior, lo que indicaba que el hombre muerto, de hecho, había sido enterrado vivo.

Así, al cerrar el ataúd, surgió la idea de atar una tira de la muñeca del difunto, pasarla por un agujero hecho en el ataúd y atarla a una campana. Después del entierro, alguien quedaba de servicio junto a la tumba durante unos días. Si el individuo se despertaba, el movimiento de su brazo haría sonar la campana. Y sería "salvado por la campana", que es popular expresión utilizada por nosotros hasta hoy.


miércoles, 15 de julio de 2020

Casa de citas / Ingmar Bergman / El virgo de Anna


Young Lovers
Mike Hughes

Ingmar Bergman
EL VIRGO DE ANNA

Anna Lindberg y yo éramos de la misma edad. Estábamos en noveno curso, lo que significaba el último paso antes del bachillerato. El colegio era mixto y se llamaba Palmgrenska; estaba en la esquina de Skeppargatan y Kommendörsgatan. Los trescientos cincuenta alumnos nos repartíamos en locales agradables, aunque un poco estrechos, que pertenecían a una casa particular. Se consideraba que los profesores practicaban una pedagogía más moderna y más avanzada que la utilizada en los institutos. Esto no podía ser verdad porque la mayoría de ellos enseñaban también en el instituto de Ostermalm, que estaba a unos cinco minutos andando de Palmgrenska.
    Era la misma mierda de profesores y la misma mierda de estudios memorísticos en los dos sitios. La diferencia consistía más bien en que los derechos de matrícula eran bastante más elevados en Palmgrenska. Y además era un colegio mixto. En nuestro curso había veintiún chicos y ocho chicas. Anna era una de ellas. Los alumnos se sentaban de dos en dos en viejos pupitres. El profesor ocupaba la cátedra que estaba sobre una tarima en uno de los rincones. Ante nosotros se extendía la pizarra. A través de las tres ventanas se veía la lluvia, siempre la lluvia. En la clase reinaba la penumbra. Seis globos de luz eléctrica medían indolentemente sus fuerzas con la precaria luz solar. El olor a zapatos húmedos, ropa interior sucia, sudor y orina, se había quedado impregnado para siempre en las paredes y los muebles. La escuela era un establecimiento, un depósito, basado en un contubernio entre las autoridades y las familias. El manifiesto hedor del hastío se hacía a veces penetrante y, en alguna ocasión, asfixiante. La clase era un espejo en miniatura de la sociedad de poco antes de la guerra: pereza, indiferencia, oportunismo, adulación, prepotencia y alguna que otra gota confusa de rebeldía, idealismo y curiosidad. Pero a los anarquistas los mantenían a raya la sociedad, la escuela y el hogar Los castigos eran ejemplares y, con frecuencia, decisivos pata el futuro del delincuente. Los métodos de enseñanza consistían por lo general en castigos, premios e implantación de mala conciencia. Muchos de los profesores eran nacionalsocialistas, unos por estulticia o por resentimiento ante un ascenso frustrado en la carrera profesional, y otros por idealismo y admiración ante la vieja Alemania, «un pueblo de poetas y pensadores».
    En medio de esta gris resignación que reinaba en los pupitres y en las cátedras, había, como es natural, excepciones, seres inteligentes e indómitos que abrían puertas y dejaban entrar aire y luz. No eran muchos. Nuestro director era un hombre servil y ávido de poder, destacado arribista en la federación de sectas protestantes. Le gustaba predicar en la oración de la mañana proclamando lamentaciones pegajosas y sentimentales acerca de lo mucho que iba a sufrir Jesucristo si visitase Palmgrenska Samskola ese día, o bien sermones sobre política, tráfico o el avance epidémico de la cultura del jazz, con aterradoras visiones del infierno que nos esperaba.
    Lecciones no aprendidas, engaños, trampas, adulación, rabia reprimida y pedos ruidosos y apestosos constituían el desconsolador programa diario. Las chicas se agrupaban en una conspiración de cuchicheos y risitas ahogadas. Los chicos gritaban con sus voces llenas de gallos, en pleno cambio, se pegaban, daban patadas al balón, preparaban alguna chuleta o una lección pendiente.
    Yo estaba sentado en el centro de la clase aproximada mente. Anna estaba delante de mí, un poco a un lado, junto a la ventana. Yo la encontraba fea, como todos. Era una chica alta y gorda con hombros redondos, andaba mal, tenía unas tetas grandes, caderas poderosas y un trasero que se balanceaba al andar. El pelo era de color rubio ratón, corlo y peinado con raya al lado. Tenía los ojos asimétricos, uno marrón y otro azul, pómulos altos, labios gruesos y salientes, las mejillas infantilmente redondas y un hoyuelo en la bien formada barbilla. Desde la ceja derecha hasta el nacimiento del pelo tenía una cicatriz que se le ponía roja cuando lloraba o se enfadaba. Las manos eran cuadradas con los dedos romos y gruesos, las piernas largas y bien torneadas, los pies pequeños con el puente alto y le faltaba uno de los meñiques. Olía a muchacha y a jabón de bebé. Llevaba faldas marrones que le sentaban mal y blusas de seda cruda de color rosa o azul claro. Era una chica lista, rápida en las réplicas y buena. Las malas lenguas decían que su padre se había escapado con una señora de vida alegre. Se decía también que la madre de Anna vivía con un viajante de comercio pelirrojo que maltrataba a la madre y a la hija y que ésta iba al colegio con matrícula reducida.
    Anna y yo éramos dos solitarios, yo por raro y ella por fea. Nuestros compañeros no se metían con nosotros, no era cuestión de malos tratos.
    Un domingo nos encontramos Anna y yo en la sesión de tarde del cine Karla. Por lo visto a ella también le gustaba el cine y como yo iba con frecuencia. Anna, a diferencia de mí, disponía de bastante dinero para sus gastos y yo me dejaba invitar. Al cabo del tiempo Anna me dejó que la acompañase a su casa. El piso era grande pero viejo, y estaba situado en la esquina de Nybrogatan y Valhallavägen, en la primera planta.
    El cuarto de Anna era alargado y oscuro, los muebles eran una singular mescolanza, la alfombra estaba deshilachada y había una chimenea. Junto a la ventana, una mesa de escritorio blanca que Anna había heredado de su abuela. La cama era convertible, la colcha y los cojines tenían un dibujo oriental. La madre de Anna me recibió con cortesía pero sin cordialidad. En lo físico se parecía a su hija, pero tenía la boca amarga, el cutis amarillento y el pelo gris y ralo, cardado y peinado hacia atrás. El viajante de comercio pelirrojo no se vio por ninguna parte.
    Anna y yo empezamos a hacer juntos los deberes, la llevé a la rectoría, la presenté y, para mi sorpresa, fue aceptada con naturalidad. Probablemente la encontraron tan fea que no la creyeron un peligro para mi virtud. Se fue integrando gustosamente en la familia, los domingos cenaba con nosotros el habitual asado de ternera con pepino; mi hermano la observaba con miradas desdeñosas e irónicas, ella contestaba con presteza y valentía cuando le hacían preguntas y participaba en las representaciones de títeres.
    La redonda bondad de Anna reducía la tensión de mis relaciones con el resto de la familia.
    Lo que en cambio no sabía nadie era que la madre de Anna casi nunca estaba en casa por las tardes y que, sin apenas notarlo, los deberes escolares se fueron convirtiendo en confusos pero obstinados ejercicios en la chirriante cama.
    Estábamos solos, famélicos, llenos de curiosidad y éramos totalmente ignorantes. El virgo de Anna se resistía y la cama, que más parecía una hamaca, no facilitaba la operación. No nos atrevíamos a desnudarnos sino que hacíamos nuestras prácticas completamente vestidos, a excepción de las bragas de lana de Anna. Éramos descuidados y cautelosos, la mayoría de las veces yo eyaculaba en algún lugar entre su dura faja y su blando vientre. Anna, que era valiente y astuta, propuso que nos acostáramos en el suelo delante de la chimenea. Lo había visto en una película. Hicimos fuego con unos periódicos y unas astillas y nos despojamos de las prendas que nos estorbaban, Anna gritaba y se reía, yo me hundí en ella de un modo misterioso, Anna volvió a gritar, le hacía daño, pero me mantuvo apretado. Traté de liberarme como era mi deber, ella cruzó las piernas en torno a mi espalda, yo entré aún más adentro, Anna empezó a llorar, las lágrimas y los mocos le resbalaban por la cara, nos besamos con los labios apretados: «Me he quedado embarazada», musitó ella, «sentí que me quedaba embarazada». Reía y lloraba a la vez. Yo caí presa de un helado espanto, traté de hacerle recobrar el juicio, tenía que ir a lavarse inmediatamente y lavar también la alfombra. Estábamos los dos manchados de sangre, que había caído también en la alfombra.
    En ese instante se abrió la puerta del vestíbulo y la madre de Anna apareció en la habitación. Anna, sentada en el suelo, trataba de ponerse las bragas y meterse las voluminosas tetas dentro de la camisa. Yo me estiraba el jersey para ocultar unas manchas oscuras en torno a la bragueta.
    La señora Lindberg me dio una bofetada, me agarró de una oreja y me hizo dar dos vueltas por la habitación; después se detuvo, me dio otro bofetón y dijo con una sonrisa amenazadora que me cuidase muy mucho de hacerle un niño a su hija. Por lo demás podíamos hacer lo que nos viniera en gana con tal de que no le salpicase a ella. Dicho esto, me volvió la espalda y salió dando un portazo.


Yo no amaba a Anna puesto que el amor no existía donde yo vivía y respiraba. Seguramente había estado rodeado de mucho amor en mi niñez, pero había olvidado a qué sabía. No sentía amor por nadie ni por nada y menos aún por mí mismo. Los sentimientos de Anna estaban quizá menos deteriorados. Tenía alguien a quien abrazar y besar, alguien con quien jugar, un muñeco difícil, caprichoso y malo que hablaba sin parar, divertido en ocasiones y en ocasiones simplemente tonto o tan infantil que había que preguntarse si de verdad tenía catorce años. Alguien que, a veces, no quería ir por la calle con ella pretextando que ella era demasiado gorda y él demasiado delgado y que hacían el ridículo yendo juntos.
    En alguna ocasión, cuando la presión de la rectoría se hacía insoportable, llegué a pegarle; ella me pegaba a su vez, éramos igual de fuertes, pero yo estaba más enfadado y por eso nuestras riñas terminaban frecuentemente con ella llorando y yo marchándome.
    Siempre hacíamos las paces; una vez ella salió con un ojo morado, otra con el labio partido. Le divertía enseñar sus heridas en el colegio. Cuando alguien le preguntaba quién le había pegado, contestaba que se lo había hecho su amante. Todos se echaban a reír puesto que nadie podía creer que el escuchimizado y tartamudo hijo del pastor fuera capaz de semejantes explosiones de virilidad y temperamento. Un domingo, antes de la misa solemne, Anna telefoneó gritando que Palle estaba matando a su madre. Corrí en su ayuda. Anna abrió la puerta del vestíbulo. En ese preciso instante recibí un fulminante puñetazo en la boca que me tumbó de espaldas contra la repisa de los chanclos. El pelirrojo viajante de comercio, en camisón y calcetines rodaba por el suelo pegándose con la madre y la hija. Vociferaba que las iba a matar, que se iban a terminar de una vez las malditas supercherías, que estaba hasta los cojones de mantener a una puta y a su hija. Había agarrado por el cuello a la madre, cuyo rostro estaba congestionado y con la boca abierta. Anna y yo tratamos de sujetarle las manos, y por fin Anna se precipitó a la cocina en busca de un cuchillo gritando que le iba a matar. Él soltó la presa inmediatamente, me dio otro puñetazo en la cara, yo se lo devolví, pero no acerté. A continuación se vistió en silencio, se colocó el sombrero hongo ladeado, se puso el abrigo, tiró al suelo la llave de la casa y desapareció. La madre de Anna nos preparó café y bocadillos, un vecino llamó a la puerta para preguntar qué había pasado. Anna me llevó a su cuarto y examinó mis heridas. Me había desportillado uno de los dientes incisivos (en el momento en que escribo estas líneas todavía puedo notar la mella con la lengua).
    Para mí todo esto era interesante, pero irreal. Las cosas que pasaban a mi alrededor me parecían trozos de películas deshilvanados, en parte incomprensibles o simplemente fastidiosos. Descubrí con sorpresa que, si bien
mis sentidos registraban la realidad exterior, los impulsos no llegaban nunca a mis sentimientos. Mis sentimientos habitaban en un lugar cerrado y me servía de ellos cuando quería, pero jamás impremeditadamente. Mi realidad estaba tan profundamente escindida que había perdido conciencia de sí misma.
    Me he detenido en la trifulca del destartalado piso de la calle de Nybrogatan porque me acuerdo de todos y cada uno de los instantes, de los movimientos, de los gritos y las réplicas, de la luz que reflejaban las ventanas de la casa de enfrente. Me acuerdo del olor a comida y a mugre, del olor a fijador que despedía el rojizo y grasiento cabello del hombre.
    Me acuerdo de todo y de cada cosa por separado. Pero no hay ningún tipo de sentimiento unido a las impresiones sensoriales. Me pregunto si tenía miedo o si estaba furioso o avergonzado, si me sentía curioso o solamente histérico. No lo sé.

Ahora, con la solución en la mano, sé que habían de pasar más de cuarenta años antes de que mis sentimientos se liberasen del hermético recinto en el que vivieron encerrados. Yo vivía del recuerdo de los sentimientos, sabía reproducirlos bastante bien, pero la expresión espontánea jamás era espontánea, había siempre una fracción de segundo entre mi vivencia intuitiva y su expresión en sentimientos.
    Hoy, que me hago la ilusión de que estoy casi curado, me pregunto si hay o llegará a haber instrumentos capaces de medir y definir una neurosis que, de manera tan eficaz y acabada, representaba una ilusoria normalidad.
    Cuando cumplí quince años, Anna fue invitada a la celebración en el chalet amarillo de la isla de Smådalarö. La pusieron a dormir con mi hermana en una de las habitaciones del piso de arriba. Al amanecer fui a despertarla, nos escabullimos hasta la bahía y remamos en dirección al golfo de Jungfrufjärden, dejando atrás Rödudd y Stendörren. Remamos derecho hasta el golfo, en plena inmovilidad, en medio del resplandor del sol y del indolente oleaje que dejaba el Saltsjön, el vapor que, silencioso, hacía su recorrido matinal de la isla de Utö a la de Dalarö. Llegamos a casa a tiempo para el desayuno y las felicitaciones. Teníamos los hombros y la espalda quemados por el sol, los labios resecos y con sabor a sal, los ojos medio ciegos de toda aquella luz. Después de haber estado juntos más de medio año, habíamos visto por primera vez nuestra desnudez.



Ingmar Bergman
La linterna mágica
Tusquets, Barcelona, 1978, pp. 124-130