lunes, 7 de noviembre de 2011

Triunfo Arciniegas / Los besos de María


Triunfo Arciniegas
Biografía
LOS BESOS DE MARÍA


Antes de partir a la guerra, un hombre dejó a su novia una docena de besos. "María, voy a salvar la patria, te dejo doce besos que son la vida mía, cuídalos", dijo el hombre en la puerta. "No te preocupes, Federico", dijo María y le hizo adiós con un pañuelo.

María iba a todas partes con sus besos, bien repartidos por toda la cara. Amaba a todos y todos amaban a María, pero el más gracioso le bailaba en la nariz y el preferido le volvía la boca como una rosa recién cortada. Los hombres la seguían como perros muertos de sed. "María, vida mía, tírame un beso", le decían, muertos de la necesidad. María no se sentía sola, no sabía mucho de la guerra y se declaraba feliz.

El lunes recibió una carta de Federico, que le contaba que la guerra iba bien, más o menos empatados en muertos y heridos, pero la extrañaba, y que por favor le enviara un beso. María se arrancó un beso de la mejilla y se lo entregó al cartero, que lo guardó en la cartera, subió a la bicicleta y echó a rodar calle abajo.

Con once besos María todavía era feliz.

El martes recibió otra carta. María vivía en la parte más alta de la ciudad y el cartero llegaba sudoroso y con la lengua afuera. Apartó las nubes para tocar la puerta y le sugirió a María que viviera un poco más abajo, donde su casa no se confundiera con las nubes, porque sus viejos huesos no daban para tanto, o le rogara a su enamorado que no le escribiera tan seguido. 

-¿Cómo sabes que son cartas de amor? -preguntó María.

-Sólo llevo cartas de amor -explicó el cartero-. Las reconozco por el olor, María. Huelen como los duraznos a las tres de la tarde.

Federico necesitaba otro beso porque lo habían herido en el corazón. "Seguramente se enamoró de un enemigo de ojos verdes", pensó María y al momento se arrepintió de pensarlo. Envió el beso por entrega inmediata y al día siguiente recibió las gracias y la solicitud de otro beso, esta vez para el capitán, que agonizaba con un balazo en la cabeza.

"La guerra se pone dura", decía Federico en la carta que María recibió el jueves. El beso para el capitán llegó tarde. Tres soldados malheridos se disputaron el beso de María y encontraron alivio. Soñaron con María.

María dejó de recibir cartas, para dicha del cartero, que pensó que el hombre había muerto de amor. Con nueve besos María aún era feliz. "Mira esa mujer llena de besos", decía la gente a su paso. María sonreía.

Un payaso en bicicleta le robó un beso. María lo persiguió pero no lo alcanzó. 

-Ese beso te va a matar -gritó María.

Le quedaban ocho. En eso pensó antes de dormir. Se los contempló en el espejo, toda vanidosa, toda feliz.

Al despertar, sólo tenía siete. "¿Cómo es posible que me roben mientras duermo?" Se lo preguntó al espejo y el espejo no respondió. Pensó que tal vez un ángel había entrado a su cuarto, tal vez un vampiro, tal vez quién sabe. Sacudió la cama, buscó debajo, entre los zapatos y las medias, revolvió todo el cuarto porque un beso se puede encontrar en cualquier parte, y luego toda la casa. El corazón le subía y le bajaba como un yoyo. Al fin, desde la ventana, descubrió que su gato se relamía de gusto en el jardín. "Miserable ladrón", gritó "Te voy a volver al revés y te sacaré el beso." El gato no se volvió a dejar ver.

María se dedicó a cuidar los besos.

-¿Quién fuera un pájaro en ese árbol de besos? –decían los hombres.

-Ay –decían otros-. ¿Quién fuera el cielo de semejante enjambre de estrellas?

Un limosnero ciego inventó una canción. Al poco tiempo toda la gente cantaba la canción de los besos de María en todas partes. Furiosa, María buscó al limosnero y le hizo algunos reclamos. "Mis besos son mis besos", gritó María. ¿Quién le daba derecho a cantar sobre sus besos? 

-No se habla de otra cosa en la ciudad -dijo el limosnero-. Vas de boca en boca, María. 

La mujer precisó ciertas inexactitudes, y el limosnero aceptó modificar algunas estrofas. 

-Me tomé algunas libertades por el afán de cuadrar la rima –se disculpó-. Y me imaginé qué pasaría con el resto de los besos. 

María le arrojó una moneda y le aseguró que no pensaba perder un beso más.

Eso pensaba María. Los besos estaban inquietos, se le saltaban de la cara, se le escapaban en la oscuridad. María no quería quedarse sin besos, pero los besos como que buscaban dueño.

Un viento terrible le arrancó tres besos.

La lluvia le derritió otro.

De tres besos dependía la vida de María cuando se enamoró del negro Nicanor.

-Aléjate, llevas besos de otro -dijo el negro.

-Ay, Nicanor, son besos de María -dijo María.

-Se nota que son de otro.

-Prueba y verás que son míos -dijo María.

-¿Cuál vas a darme? 

-El que tú quieras -dijo María.

El negro pidió el beso de la frente. "Sabe a chocolate", dijo, relamiéndose. "Espérame el domingo en el parque de los girasoles." Y se fue volando.

María llegó temprano y se sentó a esperar.

El negro apareció pronto con un copito de nieve y una cometa de corazones. Fueron al monte de los suspiros a elevar la cometa. El beso que le quedaba en la nariz a María subió por la cuerda, llegó a la cometa y se extravió entre las nubes.

Al anochecer, el negro le pidió el último beso.

-María, dame el beso de tu boca.

María se lo dio con gusto y durmió feliz.

Entonces apareció el hombre que se había ido a la guerra. "Federico, te daba por muerto", gritó María, muerta del asombro. El hombre no reconoció a María sin sus besos. Se despidió casi de inmediato y compró el periódico para saber dónde había otra guerra. Allí murió con una bala en el corazón y el dulce nombre de María en la boca.




2 comentarios:

Unknown dijo...

Podrías publicar besos de loca, te lo agradecería mucho

beatriche dijo...

Ay qué lindo!!
Y con final feliz..