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lunes, 29 de agosto de 2022

Casa de citas / Patrick Süskind / Morir en París


Patrick Süskind
MORIR EN PARÍS


    Grenouille caminaba de noche. Como al principio de su viaje, evitaba las ciudades, eludía los caminos, se echaba a dormir al amanecer, se levantaba a la caída de la tarde y reemprendía la marcha. Devoraba lo que encontraba en el campo: plantas, setas, flores, pájaros muertos, gusanos. Atravesó la Provenza, cruzó el Ródano al sur de Orange en una barca robada y siguió el curso del Ardéche hasta el corazón de las montañas Cévennes y después el del Allier hacia el norte.

Casa de citas / Patrick Süskind / La ejecución

 


Patrick Süskink
LA EJECUCIÓN


    La ejecución estaba fijada para las cinco de la tarde. Los primeros curiosos llegaron ya por la mañana y se aseguraron un lugar, llevando consigo sillas y taburetes, cojines, comida, vino y a sus hijos. Cuando la multitud empezó a acudir en masa desde todas las direcciones más o menos al mediodía, el Cours ya estaba tan atestado que los recién venidos tuvieron que acomodarse en los jardines y campos que formaban terrazas al otro lado de la plaza y en el camino de Grenoble. Los vendedores ya hacían un buen negocio, la gente comía y bebía, zumbaba y bullía como en un mercado. Pronto se congregó una muchedumbre de unos diez mil hombres, mujeres y niños, más que en la fiesta de la reina del jazmín, más que en la mayor de las procesiones, más que en cualquier otro acontecimiento celebrado en Grasse. Se habían encaramado hasta las laderas. Colgaban de los árboles, se acurrucaban sobre muros y tejados, se apiñaban en número de diez o de doce en las ventanas. Sólo en el centro del Cours, protegido por la barricada de la valla, como un recorte entre la masa de seres humanos, quedaba un espacio libre para la tribuna y el cadalso, que de repente parecía muy pequeño, como un juguete o el escenario de un teatro de títeres. Y se dejó libre una callejuela que iba desde la plaza de la ejecución a la Porte du Cours y se adentraba en la Rue Droite.

Casa de citas / Patrick Süskind / La hija de Antoine Richis





Patrick Süskind
LA HIJA DE ANTOINE RICHIS


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    Había, no obstante, un hombre en Grasse que no se fiaba de la paz. Se llamaba Antoine Richis, desempeñaba el cargo de Segundo Cónsul y vivía en una casa señorial al principio de la Rue Droite.

domingo, 28 de agosto de 2022

Casa de citas / Patrick Süskind / Asesinatos

 



Woman with red hair
Ilustración de John Money


Patrick Süskind
ASESINATOS


    En mayo del mismo año se encontró en un campo de rosas, a medio camino entre Grasse y el pueblo de Opio, situado al este de dicha ciudad, el cuerpo desnudo de una muchacha de quince años. Había sido golpeada en la nuca con un garrote. El campesino que lo descubrió quedó tan trastornado por el macabro hallazgo que casi atrajo hacia su persona las sospechas de la policía declarando al teniente con voz trémula que nunca había visto nada tan bello, cuando lo que quiso decir era que nunca había visto nada tan espantoso.

sábado, 27 de agosto de 2022

Casa de citas / Patrick Süskind / El tiempo de los narcisos



Patrick Süskind
EL TIEMPO DE LOS NARCISOS


No lejos de la Porte des Fénéants, en la Rue de la Louve, descubrió Grenouille un pequeño taller de perfumería y pidió trabajo.
    Resultó que el patron , el maître parfumeur Honoré Arnulfi, había muerto el pasado invierno y su viuda, una mujer morena y vivaz, de unos treinta años, llevaba el negocio con ayuda de un oficial.

viernes, 26 de agosto de 2022

Casa de citas / Patrick Süskind / Niña


Patrick Süskind
NIÑA

Ante uno de los palacios camuflados se detuvo más rato. La casa se encontraba al principio de la Rue Droite, una calle principal que atravesaba la ciudad en toda su longitud, de este a oeste. Su aspecto no tenía nada de extraordinario; era algo más ancha y vistosa que las demás, pero no imponente, ni mucho menos. Ante la puerta cochera había un furgón lleno de cubas que eran descargadas mediante una plataforma. Otro furgón esperaba tras el primero. Entró en la tienda un hombre con unos papeles, volvió a salir en compañía de otro hombre y ambos desaparecieron dentro del portal. Grenouille se hallaba al otro lado de la calle y observaba toda su actividad. Nada de lo que sucedía le interesaba y, no obstante, permanecía inmóvil. Algo lo retenía.

jueves, 25 de agosto de 2022

Casa de citas/ Patrick Süskind / Un perfume singular





Patrick Süskind
UN PERFUME SINGULAR


    Al día siguiente —el marqués se disponía en aquel momento a enseñarle los gestos, posturas y pasos de baile más necesarios para la inminente recepción social—, Grenouille fingió un desmayo y se desplomó en un diván como si le fallaran las fuerzas y estuviera a punto de ahogarse.

miércoles, 24 de agosto de 2022

Casa de citas / Patrick Süskind / La muchacha de cabellos rojos

 



Patrick Süskind
LA MUCHACHA DE CABELLOS ROJOS

    El 1 de septiembre de 1753, aniversario de la ascensión al trono del rey, en el Pont Royal de la ciudad de París se encendió un castillo de fuegos artificiales. No fueron tan espectaculares como los de la boda del rey ni como los legendarios fuegos de artificio con motivo del nacimiento del Delfín, pero no por ello dejaron de ser impresionantes. Se habían montado ruedas solares en los mástiles de los buques y desde el puente caían al río lluvias de estrellas procedentes de los llamados toros de fuego. Y mientras tanto, en medio de un ruido ensordecedor, estallaban petardos y por el empedrado saltaban los buscapiés y centenares de cohetes se elevaban hacia el cielo, pintando lirios blancos en el firmamento negro. Una muchedumbre de muchos miles de personas, congregada en el puente y en los “quais” de ambas orillas del río, acompañaba el espectáculo con entusiasmados “ahs”, “ohs”, “bravos” e incluso “vivas”, aunque el rey ocupaba el trono desde hacía treinta y ocho años y había rebasado ampliamente el punto culminante de su popularidad. Tal era el poder de unos fuegos artificiales.

lunes, 22 de agosto de 2022

Casa de citas / Patrick Süskind / Diccionario de aromas

 


Patrick Süskind
DICCIONARIO DE AROMAS

Y no obstante, visto de manera objetiva, no tenía nada que inspirase miedo. No era muy alto —cuando creció— ni robusto; feo, desde luego, pero no hasta el extremo de causar espanto. No era agresivo ni torpe ni taimado y no provocaba nunca; prefería mantenerse al margen. Tampoco su inteligencia parecía desmesurada. Hasta los tres años no se puso de pie y no dijo la primera palabra hasta los cuatro; fue la palabra “pescado”, que pronunció como un eco en un momento de repentina excitación cuando un vendedor de pescado pasó por la Rue de Charonne anunciando a gritos su mercancía. Sus siguientes palabras fueron “pelargonio”, “establo de cabras”, “berza” y “Jacqueslorreur”, nombre este último de un ayudante de jardinero del contiguo convento de las Filles de la Croix, que de vez en cuando realizaba trabajos pesados para madame Gaillard y se distinguía por no haberse lavado ni una sola vez en su vida. Los verbos, adjetivos y preposiciones le resultaban más difíciles. Hasta el ”sí“ y el ”no" —que, por otra parte, tardó mucho en pronunciar—, sólo dijo sustantivos o, mejor dicho, nombres propios de cosas concretas, plantas, animales y hombres, y sólo cuando estas cosas, plantas, animales u hombres, le sorprendían de improviso por su olor.

domingo, 21 de agosto de 2022

Casa de citas / Patrick Süskind / La casa de madame Gaillard


Patrick Süskind
LA CASA DE MADAME GAILLARD

Aunque no contaba todavía treinta años, madame Gaillard ya tenía la vida a sus espaldas. Su aspecto exterior correspondía a su verdadera edad, pero al mismo tiempo aparentaba el doble, el triple y el céntuplo de sus años, es decir, parecía la momia de una jovencita. Interiormente, hacía mucho tiempo que estaba muerta. De niña había recibido de su padre un golpe en la frente con el atizador, justo encima del arranque de la nariz, y desde entonces carecía del sentido del olfato y de toda sensación de frío y calor humano, así como de cualquier pasión. Tras aquel único golpe, la ternura le fue tan ajena como la aversión, y la alegría tan extraña como la desesperanza. No sintió nada cuando más tarde cohabitó con un hombre y tampoco cuando parió a sus hijos. No lloró a los que se le murieron ni se alegró de los que le quedaron. Cuando su marido le pegaba, no se estremecía, y no experimentó ningún alivio cuando él murió del cólera en el Hôtel-Dieu. Las dos únicas sensaciones que conocía eran un ligerísimo decaimiento cuando se aproximaba la jaqueca mensual y una ligerísima animación cuando desaparecía. Salvo en estos dos casos, aquella mujer muerta no sentía nada.

sábado, 20 de agosto de 2022

Casa de citas / Patrick Süskind / La infanticida de la Rue aux Fers

 




Patrick Süskind
LA INFANTICIDA DE LA RUE AUX FERS


    En el siglo XVIII vivió en Francia uno de los hombres más geniales y abominables de una época en que no escasearon los hombres abominables y geniales. Aquí relataremos su historia. Se llamaba Jean-Baptiste Grenouille y si su nombre, a diferencia del de otros monstruos geniales como De Sade, Saint-Just, Fouchè Napoleón, etcétera, ha caído en el olvido, no se debe en modo alguno a que Grenouille fuera a la zaga de estos hombres célebres y tenebrosos en altanería, desprecio por sus semejantes, inmoralidad, en una palabra, impiedad, sino a que su genio y su única ambición se limitaban a un terreno que no deja huellas en la historia: al efímero mundo de los olores.

viernes, 19 de agosto de 2022

Casa de citas / Patrick Süskind / La bicicleta, la señorita Funkel y el moco


Ilustración de Jean-Jacques Sempé

Patrick Süskind

LA BICICLETA, LA SEÑORITA FUNKEL 
Y EL MOCO


    Un año después aprendí a montar en bicicleta. Ya no era tan pequeño: medía un metro treinta y cinco, pesaba treinta y dos kilos y calzaba zapatos del treinta y dos y medio. Pero la bicicleta nunca me había interesado especialmente. En el fondo, esta forma de ir de un sitio a otro, en equilibrio sobre dos finas ruedas, me parecía insegura y hasta misteriosa, porque nadie había podido explicarme por qué una bicicleta, al parar, se caía enseguida si no la sostenías o la apoyabas en algún sitio y no había de caerse cuando una persona de treinta y dos kilos se sentaba encima de ella y, sin ningún soporte ni apoyo, la ponía en movimiento. En aquel entonces, yo ignoraba las leyes naturales que rigen este fantástico fenómeno, concretamente, las leyes de los giroscopios y el principio mecánico del mantenimiento del impulso inicial que aún hoy no acabo de comprender, y cuyo solo enunciado hace que, de pura confusión, empiece a sentir el hormigueo y los latigazos en el occipital.

jueves, 18 de agosto de 2022

Casa de citas / Patrick Süskind / Carolina Kückelmann

Ilustración de Jean-Jacques Sempé

Patrick Süskind
CAROLINA KÜCKELMANN

    En la clase había una niña que se llamaba Carolina Kückelmann.
    Tenía los ojos oscuros, las cejas oscuras y el pelo castaño oscuro, recogido con un pasador a la derecha de la frente. Y tenía, en la nuca y en el hueco entre las orejas y el cuello, una pelusa que brillaba al sol y, a veces, temblaba un poquito al viento. Cuando se reía, con una risa ronca que sonaba muy bien, alargaba el cuello, echaba atrás la cabeza y casi cerraba los ojos, y toda la cara le resplandecía de alegría. Yo hubiera podido estar siempre mirando aquella cara, y la miraba cuando podía, en clase y en el recreo, pero con disimulo, para que nadie, ni la misma Carolina, lo notara, porque yo era muy tímido.

miércoles, 17 de agosto de 2022

Casa de citas / Patrick Süskind / El señor Sommer bajo la lluvia




Patrick Süskind
EL SEÑOR SOMMER BAJO LA LLUVIA

Una sola vez le oí al señor Sommer una frase completa, una frase clara y bien articulada que aún me suena en los oídos. Fue un domingo de finales de julio, por la tarde, durante una fuerte tormenta. El día había amanecido hermoso, radiante, sin una sola nube en el cielo y al mediodía hacía aún tanto calor que no hubieras hecho más que beber té frío con limón. Mi padre, como tantos otros domingos, me había llevado a las carreras de caballos, porque él iba a las carreras todos los domingos. Desde luego, no a apostar —dicho sea de paso— sino por afición. Aunque él nunca había montado a caballo, era un apasionado de la hípica y un entendido. Por ejemplo, podía recitar de memoria, al derecho y al revés, todos los ganadores del Derby alemán desde 1869 y los del Derby inglés y del Prix de l’Arc de Triomphe francés, por lo menos, los más importantes, desde 1910. Sabía qué caballo prefería la tierra blanda y qué caballo la tierra seca, por qué los caballos viejos saltaban obstáculos y los jóvenes no corrían más de 1.600 metros, cuánto pesaba el jockey y por qué la esposa del propietario llevaba en el sombrero una cinta con los colores rojo, verde y oro. Su biblioteca sobre hípica constaba de más de quinientos tomos, y hacia el fin de su vida llegó incluso a tener un caballo —mejor dicho, medio— que, para indignación de mi madre, compró por seis mil marcos, para hacerlo correr en las carreras con sus colores, pero ésta es otra historia que contaré otro día.