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sábado, 24 de abril de 2021

Casa de citas / Natalia Ginzburg / Una mirada que dice adiós a un mundo

 




Natalia Ginzburg

Una mirada que dice adiós a un mundo amado 

Poco a poco desaparecieron de sus libros los paisajes verdes y frondosos, las nieves relumbrantes, la intensa luz del día. En su escritura surgió una luz diferente, una luz ya no radiante sino blanca, no fría sino totalmente desierta. La ironía permaneció, pero imperceptible y ya no feliz de existir, blanca y deshabitada como la luna.

En ese magnífico libro que es Las ciudades invisibles, a mi parecer el más bello de sus libros, esta transformación ya se ha producido. El mundo está ahí, radiante, multiforme, abigarrado y recargado, e intacto en su esplendor, pero es como si la mirada que lo indaga, lo criba y lo contempla fuera consciente de estarlo abandonado para siempre. A partir de ahora, esa mirada se posará en otros lugares, ya no en las inmensidades luminosas del cielo y el mar ni en la maraña de las variadas vicisitudes humanas. A partir de ahora, esa inmensidad la buscará en otra parte, en los capullos de los insectos o en las grietas de las rocas: “En las hendiduras, en los abismos, en las vorágines de nuestro espíritu”. En las “ciudades invisibles” se ha condensado el dolor de la memoria. En todas las demás obras de Calvino, la memoria no aparece, o mejor dicho, cuando aparece, nunca es dolorosa. Aquí, en las “ciudades invisibles”, no soñadas sino recordadas, reina la memoria dolorosa de un tiempo que nunca volverá. Sobre las ciudades, altísimas bajo el cielo, hormigueantes y resplandecientes, abundantes en humanos errores, rebosantes de mercancías y alimentos, llenas de comercios ilícitos, dominio de ratones y de golondrinas, desciende el crepúsculo. La mirada que lo saluda es una mirada que dice adiós a un mundo amado, observándolo desde una nave que se aleja.


Natalia Ginzburg
El sol y la luna

domingo, 24 de noviembre de 2019

Casa de citas / Italo Calvino / Clásicos




Italo Calvino
POR QUÉ LEER A LOS CLÁSICOS
Traducción de Aurora Bernárdez


1. Los clásicos son esos libros de los cuales se suele oír decir: “Estoy releyendo...” y nunca “Estoy leyendo...”.

2. Se llama clásicos a los libros que constituyen una riqueza para quien los ha leído y amado, pero que constituyen una riqueza no menor para quien se reserva la suerte de leerlos por primera vez en las mejores condiciones para saborearlos.

3. Los clásicos son libros que ejercen una influencia particular ya sea cuando se imponen por inolvidables, ya sea cuando se esconden en los pliegues de la memoria mimetizándose con el inconsciente colectivo o individual.

4. Toda relectura de un clásico es una lectura de descubrimiento como la primera.

5. Toda lectura de un clásico es en realidad una relectura.

6. Un clásico es un libro que nunca termina de decir lo que tiene que decir.

7. Los clásicos son esos libros que nos llegan trayendo impresa la huella de las lecturas que han precedido a la nuestra, y tras de sí la huella que han dejado en la cultura o en las culturas que han atravesado (o más sencillamente, en el lenguaje de las costumbres).

8. Un clásico es una obra que suscita un incesante polvillo de discursos críticos, pero que la obra se sacude continuamente de encima.

9. Los clásicos son libros que cuanto más cree uno conocerlos de oídas, tanto más nuevos, inesperados, inéditos resultan al leerlos de verdad.

10. Llámase clásico a un libro que se configura como equivalente del universo, a semejanza de los antiguos talismanes.

11. Tu clásico es aquel que no puede serte indiferente y que te sirve para definirte a ti mismo en relación y quizás en contraste con él.

12. Un clásico es un libro que está antes que otros clásicos; pero quien haya leído primero los otros y después lee aquél, reconoce enseguida su lugar en la genealogía.

13. Es clásico lo que tiende a relegar la actualidad a la categoría de ruido de fondo, pero al mismo tiempo no puede prescindir de ese ruido de fondo.

14. Es clásico lo que persiste como ruido de fondo incluso allí donde la actualidad más incompatible se impone.


Italo Calvino 
Por qué leer los clásicos
Barcelona, Tusquets, 1995, págs. 13-19


domingo, 12 de junio de 2016

Casa de citas / Lisandro Otero / El egocentrismo de Moravia

Alberto Moravia

Lisandro Otero

EL EGOCEN-TRISMO DE MORAVIA 


Días más tarde el propio Calvino insistió en que debía conocer a Alberto Moravia y le invitó a su apartamento romano. Moravia era un hombre horriblemente feo con unos labios muy delgados que parecían la cicatriz de un hachazo, unas cejas revueltas y peludas, y unas orejas inmensas y aguzadas, como las de un gnomo. Disimulaba sin éxito su cojera. Se presentó acompañado de una hermosa muchacha rubia, la escritora Dacia Maraini, quien era entonces su compañera. No se mostraba inclinado a sonreír. Asumía la vida dramáticamente y lo demostraba. Diría que también se tomaba muy en serio a sí mismo: el papel que le había tocado desempeñar. Ha manifestado que siempre se ha ensombrecido con una visión trágica de la vida. Después de un breve preámbulo de Calvino, quien era excesivamente lacónico y molesto, Moravia comenzó a narrar cómo en su adolescencia había padecido una tuberculosis que le obligó a guardar cama durante años. En ese lapso leyó mucho y comenzó a escribir Los indiferentes cuando tenía dieciséis años. Difícilmente pudiéramos calificar esa confesión como una información privada. Puede encontrarse en todas sus biografías y en una miríada de entrevistas periodísticas: "Escribí Los indiferentes a los dieciséis años." Lo ha dicho una y otra vez. Continuó con una disección de su propia obra. Con escasas intervenciones de Calvino dominó con su locuacidad toda la noche. Era un buen conversador de la misma manera que era un maestro en el arte de narrar historias. Se ha dicho por la crítica que él anticipó el existencialismo, fue un adelantado de Sartre y Camus: escribió Los indiferentes diez años antes que La náusea y El extranjero. En verdad, manifestó, intentó escribir a contrapelo de Proust y de Joyce quienes eran los colosos vigentes cuando él comienza a escribir en la década de los veinte. Como todos los grandes autores creó un universo propio: la Roma moraviana puede parangonarse con Macondo, Yoknapatawpha o Combray. La crisis de la burguesía fue, para él, una manera de presentar la crisis de nuestro tiempo. Durante toda la noche interpretó un solo de Moravia: era obvio que sostenía un gran romance consigo mismo. Es cierto que todos los artistas son egocéntricos, pero Moravia exageraba. Cuando se marchó, Calvino me dijo que hacía muchos años que lo conocía y le había escuchado la historia de su precocidad literaria decenas de veces. Era como una especie de confirmación de su capacidad, de su talento; se aseguraba repitiéndolo.
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Lisando Otero
Llover sobre mojado
Madrid, Ediciones Libertarias-Prodhufi, 1999, págs. 184-186




viernes, 10 de junio de 2016

Casa de citas / Italo Calvino / Tenacidad


Italo Calvino
TENACIA
“Le imprese che si basano su di una tenacia interiore devono essere mute e oscure; per poco uno le dichiari o se ne glori, tutto appare fatuo, senza senso o addirittura meschino.”
Selfportrait, 1973
Francis Bacon

Italo Calvino
TENACIDAD

"Las empresas que se basan en una tenacidad interior deben ser mudas y oscuras; por poco que uno las manifieste o se vanaglorie de ellas, todo aparece fatuo, sin sentido e incluso mezquino."