miércoles, 31 de julio de 2019

Casa de citas / Philip K. Dick / La oveja eléctrica


Philip K. Dick
BIOGRAFÍA
LA OVEJA ELÉCTRICA

Después de un apresurado desayuno —había perdido tiempo a causa de la discusión— subió vestido para salir, incluso con su Protector Genital de Plomo Mountibank, modelo Ayax, a la pradera cubierta de la azotea. Ahí “pastaba” su oveja eléctrica; por más que fuera un sofisticado objeto mecánico, ramoneaba con simulada satisfacción y engañaba al resto de los ocupantes del edificio. 
Por supuesto, también algunos de sus animales eran imitaciones electrónicas. De eso no había duda, pero él, por supuesto, jamás había curioseado al respecto, así como ellos no espiaban para descubrir el verdadero carácter de su oveja. Nada habría sido más descortés. Preguntar “¿Es auténtica su oveja?” era todavía peor que averiguar si los dientes, el pelo o los órganos internos de una persona eran genuinos. 
El aire gris de la mañana, lleno de partículas radiactivas que oscurecían el sol, ofendía su olfato. Aspiró involuntariamente la corrupción de la muerte. Bueno, eso era una descripción algo excesiva, observó mientras se dirigía hacia el sector particular de césped que poseía juntamente con el inmenso apartamento situado más abajo. La herencia de la Guerra Mundial Terminal había disminuido su poder. Los que no pudieron sobrevivir al polvo habían sido olvidados años antes; entonces el polvo, ya más débil y con sobrevivientes más fuertes, sólo podía alterar la mente y la capacidad genética. A pesar de su protector genital de plomo, era indudable que el polvo se filtraba y traía cada día —mientras no emigrara— su pequeña carga de inmundicia. Hasta ahí, los exámenes médicos mensuales confirmaban su normalidad: podía procrear dentro de los márgenes de tolerancia que la ley establecía. Pero cualquier mes el examen de los médicos del Departamento de Policía de San Francisco podía dictaminar lo contrario. Continuamente el polvo omnipresente convertía a los normales en especiales. Esa basura del correo oficial, los posters y los anuncios de TV vociferaban: “¡Emigra o degenera! ¡Elige!” Era verdad, pensó Rick mientras abría la puerta de su minúscula dehesa y se acercaba a su oveja eléctrica. Pero no puedo emigrar, se dijo, a causa de mi trabajo. 
El propietario de la parcela adyacente, su vecino Bill Barbour, lo saludó. Igual que Rick, se había vestido para ir a trabajar, y también se había detenido a ver cómo estaba su animal. 
—Mi yegua está preñada —declaró Barbour encantado, y señaló el gran ejemplar de percherón que miraba el espacio con expresión vacía—. ¿Qué me dice? 
—Que pronto tendrá usted dos caballos —respondió Rick. Ya estaba al lado de su oveja, que rumiaba con los ojos clavados en él por si le había traído avena arrollada. La presunta oveja estaba equipada con un circuito sensible a la avena, de modo que a la vista del cereal se mostraba convincentemente interesada y se acercaba.
—¿Y quién la ha preñado? —le preguntó a Barbour—. ¿El viento?
—He comprando el plasma fertilizante de mayor calidad que se puede conseguir en California —informó Barbour—. Por medio de algunos contactos internos que poseo en la Junta Ganadera del Estado. ¿Recuerda que la semana pasada vino un inspector a examinar a Judy? Están impacientes por ver el potrillo, porque ella es un animal incomparable —palmeó cariñosamente el cuello de la yegua, que inclinó la cabeza. 
—¿No ha pensado en venderla? —preguntó Rick; mucho deseaba poseer un caballo, o cualquier otro animal. Mantener una imitación era gradualmente desmoralizador, de algún modo. Y sin embargo, dada la ausencia de un animal verdadero, era socialmente necesario. Por lo cual no le quedaba otra opción que seguir como hasta entonces. Aunque él mismo no se preocupara por las apariencias, estaba su esposa. Irán se preocupaba, y mucho. 
Barbour respondió: 
—Sería inmoral. 
—Venda el potrillo, entonces. Tener dos animales es más inmoral que no tener ninguno. 
—¿Cómo? —respondió Barbour, confundido—. Mucha gente posee dos animales, o tres o cuatro y, como en el caso de Fred Washborne, el dueño de la planta procesadora de algas donde trabaja mi hermano, hasta cinco. ¿No leyó ayer en el Chronicle el artículo acerca de su pato? Parece que es el moscovy más grande y pesado de toda la Costa Oeste —sus ojos se tornaron vidriosos al imaginar semejante riqueza. El hombre caía poco a poco en trance. 
Explorando los bolsillos de su chaqueta, Rick halló su arrugado y muy leído ejemplar del suplemento de enero del Catálogo de Aves y Animales de Sidney. Buscó “potrillos” en el índice (véase Caballos, progenie), y halló el precio nacional vigente. 
—Puedo comprar un potrillo percherón en Sidney por cinco mil dólares — dijo en voz alta. 
—No —respondió Barbour—No podrá. Vuelva a mirar la lista: está en bastardilla. Eso significa que no tienen existencias de potrillos, pero eso valdrían si las hubiera. 
—¿Qué le parecería si le pagara quinientos dólares mensuales durante diez meses? —dijo Rick—. La cifra entera del catálogo. 
—Deckard —repuso compasivamente Barbour—, usted no entiende de caballos. Hay una razón para que Sidney no tenga potrillos percherón. No son animales que pasen de mano en mano, por lo menos al precio del catálogo. Son demasiado raros, incluso los relativamente inferiores —se inclinó sobre la cerca común, gesticulando—. Hace tres años que tengo a Judy: en todo ese tiempo no he visto una yegua percherón de su calidad. Para comprarla tuve que volar a Canadá, y la traje aquí personalmente para asegurarme de que no la robaran. Si anda usted con un animal como éste cerca de Wyoming o Colorado, le darán un golpe y se lo quitarán. ¿Sabe por qué? Porque antes de la Guerra Mundial Terminal había allí, literalmente, centenares. 
—Pero si usted posee dos caballos y yo ninguno —interrumpió Rick—, eso viola toda la estructura moral y teológica del Mercerismo. 
—Usted tiene su oveja, demonios. Puede seguir la Ascensión en su vida individual y, cuando coge las dos asas de la empatía, puede también acercarse honorablemente. Si no tuviera usted esa vieja ovejita, vería alguna lógica en su posición. Por supuesto, si yo poseyera dos animales y usted ninguno, le impediría fundirse verdaderamente con Mercer. Pero todas las familias de este edificio... Veamos, unas cincuenta. Una por cada tres apartamentos, calculo. Todos nosotros tenemos un animal de alguna clase. Graveson tiene esa gallina —señaló hacia el norte—. Oakes y su esposa son dueños de ese gran perro colorado que ladra por las noches —meditó—. Creo que Ed Smith tiene un gato en su apartamento, por lo menos eso dice, aunque nadie lo ha visto nunca. Quizá sea mentira. 
Rick se inclinó sobre su oveja, buscando algo entre la gruesa lana blanca (al menos los vellones eran auténticos), hasta que lo encontró: el panel de control oculto. Mientras Barbour miraba, abrió el panel. 
—¿Ve? —le dijo a Barbour—¿Comprende ahora por qué quiero su potrillo? 
Después de una pausa, Barbour respondió: 
—Lo siento mucho. ¿Siempre ha sido así? 
—No —dijo Rick, cerrando nuevamente el panel de su oveja eléctrica—. Originalmente era una oveja verdadera —se enderezó, se volvió y enfrentó a su vecino—. El padre de mi mujer nos la regaló cuando emigró. Pero hace un año la llevé al veterinario. ¿Recuerda? Usted estaba aquí esa mañana que subí y la encontré echada. No se podía poner de pie. 
—Usted la levantó —repuso Barbour, asintiendo—. Sí, consiguió levantarla; pero después de andar uno o dos minutos volvió a caer. 
—Las ovejas tienen enfermedades extrañas —dijo Rick—. O mejor dicho, las ovejas tienen una cantidad de enfermedades, pero los síntomas son siempre los mismos. El animal no se puede poner en pie y no se sabe si es sólo una torcedura, o si se va a morir de tétanos. De eso murió la mía. 
—¿Aquí? —preguntó Barbour—¿En la azotea? 
—El heno —explicó Rick—. Esa vez no arranqué todo el alambre del fardo. Dejé un trozo y Groucho —ése era su nombre— sufrió un rasguño y contrajo el tétanos. La llevé al veterinario, y allí murió; y yo reflexioné y por fin fui a una de esas tiendas que fabrican animales artificiales y les mostré una foto de Groucho. Y aquí está su obra —señaló al sucedáneo, que continuaba rumiando y aguardando, alerta, algún indicio de avena—. Es un trabajo excelente. Y le dedico tanto tiempo y atención como a la verdadera. Pero... —se encogió de hombros. 
—No es lo mismo —concluyó Barbour. 
—Es casi lo mismo. Uno se siente igual. Hay que ocuparse del animal exactamente como si fuera de verdad. Además, se descompone; y todo el mundo sabe, en la casa, que lo he llevado seis veces al taller de reparación. Pequeños inconvenientes, pero si alguien los advierte... Por ejemplo, una vez la cinta de la voz se rompió o se atascó y balaba sin cesar... Cualquiera comprende que se trata de un desperfecto mecánico. Naturalmente el camión del taller pone “Hospital de Animales Algo” —agregó—. Y el conductor viste de blanco, como un veterinario — miró de pronto su reloj—. Debo ir a trabajar. Lo veré esta noche. 
Mientras se dirigía a su vehículo, Barbour lo llamó. 
—Este... No le diré nada a nadie de la casa. 
Rick se detuvo y empezó a darle las gracias. Pero un remanente de esa desesperación a que Irán se había referido le golpeó en el hombro y respondió: 
—No sé. Quizá no haga ninguna diferencia. 
—Pero le tendrán en menos. No todos; algunos. Usted sabe cómo piensa la gente de quien no cuida un animal; consideran que eso es inmoral y antiempático. Quiero decir, técnicamente. No es un crimen, como después de la G. M. T. Pero el sentimiento perdura. 
—Por Dios —dijo Rick, gesticulando vanamente con las manos vacías—. Querría tener un animal; estoy tratando de comprar uno. Pero con mi salario, con lo que gana un funcionario municipal... —y pensó: si tan sólo volviera a tener suerte en mi trabajo, como hace dos años, cuando capturé cuatro andrillos en un mes... Si en ese momento hubiera sabido que Groucho iba a morir... Pero eso había sido antes del tétanos, antes de ese trozo de alambre puntiagudo de cinco centímetros en el fardo de heno. 
—Podría comprar un gato —sugirió Barbour—. Los gatos no son caros. Consulte su catálogo de Sidney. 
Rick respondió tranquilamente: 
—No quiero un animal doméstico. Quiero lo que tenía al comienzo, un animal grande. Una oveja, y si tengo dinero una vaca, un buey, o como usted, un caballo.
"Con la bonificación correspondiente al retiro de cinco andrillos alcanzaría", pensó. "Mil dólares por cabeza, aparte del salario. Así podría encontrar en alguna parte lo que deseo. Incluso si la mención del Animales y Aves de Sidney estuviera en bastardilla. Cinco mil dólares. Pero antes, los cinco andrillos deberían llegar a la Tierra desde alguno de los planetas-colonia. No puedo controlar eso, se dijo; no puedo hacer que los cinco vengan. Y aun si pudiera, hay otros cazadores de bonificaciones pertenecientes a otras agencias policiales de todo el mundo. Los andrillos deberían establecerse específicamente en California del Norte, y el decano de los cazadores de bonificaciones de zona, Dave Holden, debería morir o retirarse..."
—Compre un grillo —propuso ingeniosamente Barbour—. O una rata. Por veinticinco dólares puede comprar una rata adulta. 
Rick respondió: 
—Su yegua podría morir sin aviso previo, como Groucho. Cuando vuelva a su casa del trabajo, esta noche, podría encontrarla echada con las patas al aire, como un bicho. Como lo que usted ha dicho: un grillo —se alejó con la llave de su vehículo en la mano. 
—No quería ofenderlo —dijo nerviosamente Barbour. 
En silencio, Rick Deckard abrió la puerta de su coche aéreo. No tenía nada más que decir a su vecino. Su mente estaba fija en su trabajo, en el día que le aguardaba.

Philip K. Dick
¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?
Edhasa, 2008, pp. 19 - 28



martes, 30 de julio de 2019

Triunfo Arciniegas / Diario / Philip K. Dick

Philip K. Dick
Ilustración de Cristóbal Fortúnez

Triunfo Arciniegas
BIOGRAFÍA DE PHILIP K. DICK
27 de julio de 2019



Algunos se preguntarán quién es Philip K. Dick sin saber que han visto unas cuantas películas basadas en sus historias. En Neflix hay, por lo menos, tres: Blade Runner, Los agentes del destino y El vengador del futuro. ¿Y quién no conoce Total Recall o Minority Report?



Emmanuel Carrère dice: “Dick es un escritor mayúsculo, comparable a Dostoievski. Lo pensaba entonces y sigo pensándolo ahora.” Por su parte y hablando de la ciencia ficción norteamericana, Stanislaw Lem lo consideró un visionario entre charlatanes.



Fabulador, genio, profeta, loco, farsante, iluminado, psicótico, radical, drogadicto, místico, esotérico, paranoico, así fue Philip K. Dick, entre otras cosas. Maravilloso y grandioso escritor, sin duda alguna.



Leí hace unos días, con verdadero regocijo, ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? Aunque se toma libertades, la novela le sirvió a Ridley Scott para hacer una gran película, Blade Runner, un clásico de la cinematografía. No están los animales eléctricos ni la televisión ni la esposa de Deckard, el protagonista, pero el guión es magnífico. No está en la novela uno de los monólogos más famosos del cine, que es una obra colectiva en realidad, de los guionistas y del mismo actor que representa al replicante, Rutger Hauer: lágrimas en la lluvia. Pero es una maravillosa novela. En el primer capítulo, Deckard sube a la azotea a ver a su pinche oveja eléctrica y conversa con el vecino, dueño de una yegua de carne y hueso y, además, preñada. Los animales se han extinguido y los pocos que quedan son carísimos. Un animal vivo otorga estatus a su dueño. Deckard sueña con uno y más adelante, con la paga que obtiene por retirar tres replicantes, consigue una cabra. Aunque se considera un policía retirado, su oficio es el de cazarrecompensas o, como se dice en la novela, cazador de beneficios. Más animales aparecen en las páginas de Philip K. Dick: un avestruz carísima, un puma inalcanzable, un búho, una araña, un sapo. 

Después de la guerra, el planeta está en ruinas. El polvo nuclear recorre la tierra y la gente se está yendo a Marte. Quedan los que no tiene medios para largarse. Los replicantes hacen los trabajos domésticos. Algunos escapan de Marte y se refugian en la Tierra. No hay manera de diferenciarlos de los seres humanos. Dekard se encargará de retirar los últimos seis. De eso trata la novela.


lunes, 29 de julio de 2019

Casa de citas / Emmanuel Carrère / Philip K. Dick

Philip K. Dick
Robert Crumb

Emmanuel Carrère
PHILIP K. DICK

BIOGRAFÍA

Dick es un escritor mayúsculo, comparable a Dostoievski. Lo pensaba entonces y sigo pensándolo ahora.

Emmanuel Carrère / “Vivimos en el mundo que imaginó Philip K. Dick”


Casa de citas / Emmanuel Carrère / Las novelas de Philip K. Dick



Emmanuel Carrère
LAS NOVELAS DE PHILIP K. DICK

BIOGRAFÍA

Mis favoritas, sin duda: Ubik, Los tres estigmas de Palmer Eldritch y Una mirada a la oscuridad.


Emmanuel Carrère / “Vivimos en el mundo que imaginó Philip K. Dick”

Casa de citas / Philip K. Dick / Seis novelas selectas


Philip K. Dick
Poster de T.A.

¿POR DÓNDE EMPEZAR? 

SEIS NOVELAS SELECTAS 

PARA INTRODUCIRSE 

EN EL UNIVERSO DE PHILIP K. DICK


Sobre la frágil naturaleza de la realidad y el mundo de los alucinógenos. Un auténtico viaje a las realidades múltiples que combina el gnosticismo, las máquinas como símbolo de la muerte, la intriga política y el viaje en el tiempo.

‘El hombre en el castillo’
¿Qué hubiera sucedido si los nazis y los japoneses hubieran ganado la segunda guerra mundial? Una compleja novela con varias líneas paralelas y un montón de personajes que interactúan. Para los dickheads, una obra maestra.


Novela en la que se basó, en parte, Ridley Scott para su celebrada película Blade Runner. En el fondo es una novela antirrobots sobre una fantasía paranoide acerca de las máquinas que pueden llegar a ser personas.

Una de las mejores obras sobre drogas de Philip K. Dick en una América que ha perdido la guerra contra las drogas. La profunda mirada hacia un mundo de mentes descarriadas de un hombre que tenía una gran experiencia personal sobre la cuestión.

Un clásico. Hay quien considera que su lectura tiene un efecto parecido a un trip psiquedélico. Incluye el típico material de Phil K. Dick, la paranoia, unos personajes muy logrados y una narrativa que nos lleva a una realidad muy distinta de la convencional.

‘Valis’
Bastante autobiográfica. En esta obra, Dick despliega todo su poderío filosófico y conocimientos gnósticos. Una novela difícil, pero que vale la pena abordar, intentando que no nos deje tirados en la cuneta metafísica.



domingo, 28 de julio de 2019

Casa de citas / Lorrie Moore / Reseñas


Lorrie Moore

Lorrie Moore
RESEÑAS

A veces siento que los escritores mienten cuando dicen que nunca leen reseñas. Tengo de hecho un amigo escritor que ocasionalmente cita comentarios de reseñas que se supone no había leído. Obviamente, uno no debería obsesionarse con ellas, y leer hasta la última probablemente sea una mala idea: hay un punto en el que la mayoría ya no valen la atención. Los reseñistas a veces hablan de un libro que no escribiste y que, por alguna razón misteriosa, tiene el mismo título y el mismo autor que el que sí escribiste. Pero como también he reseñado el trabajo de otros, me interesa el procedimiento que otros eligen a la hora de hacerlo, especialmente si se trata de escritores. Puede ser un interesante encuentro de mentes: ¿a qué se está prestando atención? ¿Están reteniendo alguna opinión por amabilidad o respeto? ¿Están hablándoles a los lectores o más directamente al autor? ¿Están construyendo una narrativa de la reseña? ¿La reseña revela algo acerca de lo que debe generar una obra de arte o incluso lo que debe generar una reseña?



sábado, 27 de julio de 2019

Casa de citas / Philip K. Dick / Dios




Philip K. Dick
Biografía
DIOS

Llamamos piadosas a las personas que hablan a Dios, y locas a aquellas a quienes Dios habla. 

La transmigración de Timothy Archer
Ed. Edhasa, Barcelona, 1984, p. 113


Casa de citas / Antonio Porchia / Dios

Ilustración de Flavita Banana

Antonio Porchia
DIOS

Dios mío, casi no he creído nunca en ti, pero siempre te he amado.


Casa de citas / Jean Cocteau / Dios



Demonio Azul
Autorretrato
T.A.

Jean Cocteau
DIOS

Dios no habría alcanzado nunca al gran público sin ayuda del diablo.


Casa de citas / Heinrich Heine / Dios

Fotografía de Tom Hoops
Heinrich Heine
DIOS

Dios me perdonará: es su oficio.

viernes, 26 de julio de 2019

Triunfo Arciniegas / Diario / Lágrimas en la lluvia

https://www.youtube.com/watch?v=JBsULvvwUME


Triunfo Arciniegas
LAGRIMAS EN LA LLUVIA

25 de julio de 2019


Es tal vez el monólogo más famoso del cine. El momento culminante e inolvidable de BLADE RUNNER (1982), indiscutible obra maestra de Ridley Scott y de toda la cinematografía, una película de culto. El personaje es Roy Batte, un replicante, y el actor, Rutger Hauer, quien falleció la semana pasada a sus 75 años.

"Yo he visto cosas que los humanos ni creerían. Naves de ataque incendiándose cerca del hombro de Orión. He visto rayos C centelleando cerca de la puerta de Tannhäuser. Todos esos momentos se perderán en el tiempo como lágrimas en la lluvia. Es hora de morir."

El texto original dice así: "I've seen things you people wouldn't believe. Attack ships on fire off the shoulder of Orion. I watched C-beams glitter in the dark near the Tannhäuser Gate. All those moments will be lost in time, like tears in rain. Time to die."



jueves, 25 de julio de 2019

Triunfo Arciniegas / Diario / Una cena en Invernalia

Tyrion Lannister, Daenerys Tangarien, Theon Greyjoy y Jon Nieve.

Triunfo Arciniegas
UNA CENA EN INVERNALIA
23 de julio de 2019


"El enano y el bastardo", título inventado para el capítulo de Juego de tronos que narra la cena ofrecida en Invernalia por los Stark al rey Robert Baratheon y su inmensa comitiva, unas trescientas personas, consta de dos momentos fundamentales: el grandioso festín y una conversación. La visita, en realidad, es crucial. El rey viene a proponerle a Eddard Stark que sea su Mano, es decir, su consejero o primer ministro, el segundo cargo más importante de los Siete Reinos. Se trata de un ofrecimiento que no puede rechazarse y que sella el destino trágico de los Stark. Exceptuando a Daenerys Tangaryen, la futura Reina de Dragones, acá se encuentran los personajes claves de la saga. En primer lugar, por supuesto, los anfitriones: Eddard Stark, su esposa Catelyn, sus hijos Robb, Sansa, Arya, Brandon y Rickon. Y como parte de la comitiva, la esposa del rey Baratheon, Cersei, y sus dos hermanos: Jaime, apodado el Matarreyes, y el enano Tyrion Lannister. También están los hijos del rey Baratheon. Uno de ellos, Joffrey, significará la desgracia de los Stark. Participan en la cena, además, dos personajes que no tienen la sangre ni de los Stark ni de los Bartheon: Sandor Clegane, apodado El Perro, y Theon Greyjoy, pupilo y rehén. Sólo queda por mencionar un personaje principal: Jon Nieve.


Como hijo bastardo, no puede unirse a la mesa principal.  Su condición de rueda suelta le permite embriagarse a su antojo. Frustrado, quiere hacer parte de la Guardia Nocturna. Se lo propone a su tío Berjen Stark y es rechazado con razón: el joven Jon no sabe del todo lo que implica tal decisión. Se aleja del festín con su lobo y se encuentra a Tyrion Lannister sentado en una cornisa. Ocurre entonces una conversación memorable entre dos de los más importantes personajes de toda la saga. Después de las frases dedicadas al lobo, Tyrion Lannister habla de su condición de enano: "Los bufones no necesitamos tener tacto. Generaciones de bufones con trajes de colorines me dan derecho a vestir mal y a decir todo lo que se pase por la cabeza". Y le da un sabio e imprescindible consejo al bastardo: "Nunca olvides qué eres, porque, desde luego, el mundo no lo va a olvidar. Conviértelo en tu mejor armadura, así nunca será tu punto débil. Úsalo como armadura y nadie podrá utilizarlo para herirte". El texto en español está un poco recreado. En inglés es breve y contundente, naturaleza de la propia lengua. Jon Nieve replica: "Qué sabrás tú lo que significa ser un bastardo". Y Tyrion Lannister le suelta una de esas frases que subrayamos con devoción los lectores: "Todos los enanos son bastardos a los ojos de sus padres". 

Una vez terminada la conversación, el capítulo remata con un párrafo memorable, propio de los grandes narradores: "Sin decir más, se dio media vuelta, y renqueó hacia el banquete, silbando una melodía. Al abrir la puerta la luz se derramó por el patio y proyectó su sombra contra el suelo. Y allí, por un instante, Tyrion Lannister pareció alto como un rey."



miércoles, 24 de julio de 2019

Casa de citas / George R.R. Martin / El enano y el bastardo

"Todos los enanos son bastardos a los ojos de sus padres"
Tyrion Lannister y Jon Nieve


George R.R. MARTIN
BIOGRAFÍA
EL ENANO Y EL BASTARDO

Había ocasiones, aunque no muchas, en las que Jon Nieve se alegraba de ser el hijo bastardo. Aquella noche, mientras se llenaba una vez más la copa de vino de la jarra de un mozo que pasaba junto a él, pensó que ésa era una de ellas.
Volvió a ocupar su lugar en el banco, entre los escuderos jóvenes, y bebió. El sabor dulce y afrutado del vino veraniego le impregnó la boca y dibujó una sonrisa en sus labios.
La sala principal de Invernalia estaba llena de humo y el aire cargado del olor a carne asada y a pan recién hecho. Los estandartes cubrían los muros de piedra gris. Blanco, oro y escarlata: el huargo de los Stark, el venado coronado de los Baratheon y el león de los Lannister. Un trovador tocaba el arpa alta al tiempo que recitaba una balada, pero en aquel rincón de la sala apenas se lo escuchaba por encima del crepitar de las llamas, el estrépito de los platos y las copas, y el murmullo de cientos de conversaciones ebrias.
Corría la cuarta hora del festín de bienvenida dispuesto en honor al rey. Los hermanos de Jon ocupaban sitios asignados con los príncipes, junto al estrado donde Lord y Lady Stark agasajaban a los reyes. Seguramente su padre permitiría a los niños beber una copa de vino dada la importancia de la ocasión, pero sólo una. En cambio allí abajo, en los bancos, nadie impedía a Jon beber tanto como quisiera para saciar su sed.
Y estaba dándose cuenta de que tenía la sed de un hombre, para regocijo de los jóvenes que lo rodeaban y lo animaban a servirse de nuevo cada vez que vaciaba la copa. Eran buenos muchachos, y Jon disfrutaba de las historias que contaban, anécdotas de peleas, de cama y de caza. Estaba seguro de que sus compañeros eran más divertidos que los hijos del rey. Para satisfacer su curiosidad le había bastado observar a los visitantes cuando entraron en la sala. El cortejo había pasado a escasa distancia del lugar que se le había asignado en el banco, y Jon había tenido ocasión de examinar a cada uno de ellos.
Su señor padre iba a la cabeza, acompañando a la reina. Era tan bella como comentaban los hombres. Se adornaba la larga cabellera rubia con una diadema engastada con piedras preciosas, cuyas esmeraldas le hacían juego con los ojos verdes. Su padre la ayudó a subir a la tarima y la acompañó a su asiento, pero la reina ni siquiera lo miró. Jon vio lo que ocultaba tras su sonrisa, pese a sus catorce años.
A continuación iba el rey Robert, con Lady Stark del brazo. Para Jon, el rey fue una gran decepción. Su padre le había hablado a menudo de él: el sin par Robert Baratheon, demonio del Tridente, el guerrero más feroz del reino, un gigante entre los príncipes... Jon sólo veía a un hombre gordo y de rostro congestionado bajo la barba, que sudaba en sus ropas de seda. Caminaba como si ya hubiera bebido bastante.
Tras ellos llegaron los niños. El pequeño Rickon iba el primero, con toda la dignidad que era posible en un chiquillo de tres años. Jon había tenido que apremiarlo para que siguiera avanzando, porque se detuvo ante él para charlar. Justo detrás iba Robb, vestido con ropas de lana gris con ribetes blancos, los colores de los Stark. Llevaba del brazo a la princesa Myrcella. Era apenas una chiquilla, no llegaba a los siete años, con una cascada de rizos dorados recogidos en una redecilla enjoyada. Jon advirtió las miradas de reojo que lanzaba a Robb mientras avanzaban entre las mesas y las sonrisas tímidas que le dirigía. Le pareció muy sosa. Y Robb ni siquiera se daba cuenta de lo idiota que era; le sonreía como un bobo.
Sus medio hermanas iban con los príncipes. A Arya le había tocado acompañar a Tommen, un niño regordete que llevaba el pelo rubio, casi blanco, más largo que ella. Sansa, dos años mayor, iba con el príncipe heredero, Joffrey Baratheon. El muchacho tenía doce años, era más joven que Jon y que Robb, pero para consternación de Jon los superaba a ambos en altura. El príncipe Joffrey tenía el cabello de su hermana y los ojos verde oscuro de su madre. Los espesos rizos dorados le caían sobre la gargantilla de oro y el cuello alto de terciopelo. Sansa, a su lado, parecía radiante de felicidad, pero a Jon no le gustaron los labios fruncidos de Joffrey, ni la mirada aburrida y desdeñosa que dirigió al salón principal de Invernalia.
Le interesó mucho más la pareja que iba detrás de él: los hermanos de la reina, los Lannister de Roca Casterly. El León y el Gnomo. No había manera de confundirlos. Ser Jaime Lannister era hermano gemelo de la reina Cersei: alto, rubio, con ojos verdes deslumbrantes y una sonrisa que cortaba como un cuchillo. Iba vestido con ropas de seda escarlata, botas altas negras y capa negra de raso. En el pecho de la túnica se veía el león rugiente de su Casa, bordado en hilo de oro. Lo llamaban el León de Lannister cuando estaba presente, y Matarreyes a sus espaldas.
A Jon le costó apartar la vista de él.
«Este es el aspecto que debería tener un rey», pensó mientras lo veía pasar.


Tyrion Lannister

Entonces se fijó en el otro, que renqueaba medio oculto por su hermano. Tyrion Lannister era el más joven de los hijos de Lord Tywin, y con mucho el más feo. Los dioses habían negado a Tyrion todas las gracias que derramaron sobre Cersei y Jaime. Era enano, medía la mitad que su hermano y le costaba seguir su ritmo con aquellas piernas atrofiadas. Tenía la cabeza demasiado grande en proporción al cuerpo, y los rasgos deformes, aplastados, bajo un ceño inmenso. Un ojo verde y el otro negro lo escudriñaban todo bajo una mata de pelo lacio tan rubio que parecía blanco. Jon lo observó, fascinado.
Los últimos grandes señores en entrar fueron su tío, Benjen Stark, de la Guardia de la Noche, y el joven pupilo de su padre Theon Greyjoy. Benjen dedicó a Jon una cálida sonrisa al pasar junto a él. Theon no se dignó a mirarlo, pero aquello no era ninguna novedad. Cuando todos se hubieron sentado, tras los brindis y los agradecimientos recíprocos, comenzó el banquete.


Jon Nieve

Jon había empezado a beber en aquel momento, y no había parado. Algo se le frotó contra la pierna por debajo de la mesa. Jon vio los ojos rojos que se alzaban para mirarlo.
—¿Otra vez tienes hambre? —preguntó.
Todavía quedaba medio pollo a la miel en la mesa. Jon fue a arrancarle un muslo, pero se le ocurrió una idea mejor. Pinchó la pieza entera y la dejó caer al suelo, entre las piernas. Fantasma lo devoró en un silencio salvaje. A sus hermanos no les habían dejado asistir al banquete con los lobos, pero en aquel rincón de la sala había innumerables chuchos, y nadie había protestado por la presencia de su cachorro. Se dijo que en aquel aspecto también tenía suerte.
Le escocían los ojos. Se los frotó con energía, maldiciendo el humo. Bebió otro trago de vino y se dedicó a mirar cómo su huargo devoraba el pollo.
Los perros correteaban entre las mesas tras los pasos de las camareras. Uno de ellos e metió bajo el banco para reclamar su parte. Jon observó el enfrentamiento. La perra lanzó un gruñido bajo y se acercó más. Fantasma alzó la vista en silencio y clavó aquellos ojos rojos en la hembra. La perra lanzó al aire una dentellada desafiante. Era tres veces más grande que el cachorro de huargo. Fantasma no se movió. Se irguió junto a su botín, abrió la boca y enseñó los colmillos. La perra se puso en tensión, ladró de nuevo y cambió de idea con respecto a aquella pelea. Se dio media vuelta y se alejó, no sin lanzar otra dentellada al aire por cuestión de orgullo. Fantasma volvió a concentrarse en su comida.
Jon sonrió y acarició el pelaje blanco tupido por debajo de la mesa. El huargo alzó la vista hacia él, le dio un mordisquito cariñoso en la mano y siguió comiendo.
—¿Éste es uno de los huargos de los que tanto se habla? —preguntó una voz conocida, muy cerca de él.
—Sí —dijo Jon sonriendo a su tío Ben, que le había puesto una mano en la cabeza y le revolvía el pelo casi igual que él había hecho con el lobo—. Se llama Fantasma.
Uno de los escuderos interrumpió la anécdota procaz que estaba contando para hacer sitio al hermano de su señor en el banco. Benjen Stark se sentó a horcajadas y le quitó la copa a Jon de entre los dedos.
—Vino veraniego —dijo tras beber un sorbo—. No hay nada más dulce. ¿Cuántas te has tomado, Jon? —Jon sonrió. Ben Stark se echó a reír—. Lo que me temía. En fin, yo era más joven que tú la primera vez que me emborraché a conciencia. —Cogió de la bandeja más cercana una cebolla asada que rezumaba salsa oscura y le dio un mordisco. Se oyó un crujido cuando le hincó los dientes.
Su tío era un hombre de rasgos afilados, duros como la roca, pero los ojos azul grisáceo siempre parecían sonreír. Iba invariablemente vestido de negro porque pertenecía a la Guardia de la Noche. Aquella velada sus ropas eran de suntuoso terciopelo negro, con botas altas de cuero y un cinturón ancho con hebilla de plata. Llevaba una gruesa cadena de plata en torno al cuello. Mientras se comía la cebolla, Benjen observó a Fantasma con gesto divertido.
—Un lobo muy tranquilo —señaló.
—No se parece a los otros —asintió Jon—. Nunca hace ruido. Por eso le he puesto el nombre de Fantasma. Bueno, por eso y porque es blanco. Los otros son todos oscuros, grises o negros.
—Todavía hay huargos más allá del muro. A veces los oímos cuando salimos de expedición. —Benjen Stark clavó los ojos en Jon durante un largo momento—. ¿No comes en la misma mesa que tus hermanos?
—Casi siempre —respondió Jon con voz átona—. Pero Lady Stark ha pensado que esta noche sería un insulto para la familia real sentar a un bastardo entre ellos.
—Ya entiendo. —Su tío echó un vistazo por encima del hombro, hacia la mesa de la tarima al otro lado de la sala—. Mi hermano no parece nada contento esta noche.
Jon también se había dado cuenta. Un bastardo tiene que aprender a fijarse en todo, a descubrir las verdades que la gente oculta tras los ojos. Su padre respetaba todas las normas del protocolo y de la cortesía, pero había en él una tensión que Jon le había visto en escasas ocasiones. Hablaba poco, y miraba la sala sin ver. A dos asientos del suyo, el rey se había pasado la noche bebiendo. Tenía el rostro regordete congestionado bajo la espesa barba negra. Había hecho muchos brindis, había reído con todas las bromas y había atacado cada plato como si estuviera muerto de hambre; a su lado, la reina parecía gélida como una escultura de hielo.
—La reina también está enfadada —dijo Jon a su tío en voz baja—. Mi padre ha bajado con el rey a la cripta esta mañana. La reina no quería que fuera.
—Te fijas en todo, ¿eh? —Benjen miraba a Jon con ojos atentos—. Un hombre como tú nos sería muy útil en el Muro.
—Robb es mejor que yo con la lanza —dijo Jon henchido de orgullo—, pero yo soy mejor con la espada, y dice Hullen que cabalgo tan bien como cualquiera del castillo.
—No está nada mal.
—Llévame contigo cuando vuelvas al Muro —pidió Jon en un impulso repentino—. Mi padre me dejará ir si se lo pides tú, estoy seguro.
—El Muro es un lugar duro para un chico, Jon. —Benjen estudió su rostro detenidamente.
—Ya casi soy un hombre —protestó él—. Mi próximo día del nombre cumpliré quince años, y dice el maestre Luwin que los bastardos crecemos antes que los otros niños.
—Eso es cierto —dijo Benjen con una mueca. Cogió la copa de Jon, la llenó de la jarra más próxima y bebió un largo trago.
—Daeren Targaryen sólo tenía catorce años cuando conquistó Dorne —dijo Jon. El Joven Dragón era uno de sus héroes.
—Una conquista que duró un verano —señaló su tío—. Ese niño rey que tanto admiras perdió diez mil hombres en la conquista de Dorne, y cincuenta mil más intentando defenderlo. Nadie le había explicado que la guerra no es un juego. —Bebió otro sorbo de vino—. Además —siguió—, Daeren Targaryen sólo tenía dieciocho años cuando murió. ¿O esa parte se te había olvidado?
—Nunca olvido nada —se jactó Jon. El vino lo estaba volviendo osado. Trató de erguirse en el banco para parecer más alto—. Quiero servir en la Guardia de la Noche, tío.
Había pensado en aquello mucho tiempo, cuando por las noches yacía en la cama y sus hermanos dormían a su alrededor. Algún día Robb heredaría Invernalia, como Guardián del Norte tendría el mando de grandes ejércitos. Bran y Rickon serían los abanderados de Robb y gobernarían territorios en su nombre. Sus hermanas Arya y Sansa se casarían con herederos de otras grandes casas, y se irían hacia el sur para ser las señoras de sus castillos. Pero, ¿qué lugar había para un bastardo?
—No sabes lo que pides, Jon. La Guardia de la Noche es una hermandad juramentada. No tenemos familia. Ninguno de nosotros será nunca padre. Estamos casados con el deber. No tenemos más amante que el honor.
—Los bastardos también tenemos honor —dijo Jon—. Estoy dispuesto a prestar vuestro juramento.
—Sólo tienes catorce años —dijo Benjen—. Todavía no eres un hombre. Hasta que no conozcas a una mujer no entenderás a qué estarías renunciando.
—¡No me importa! —insistió Jon, exaltado.
—Quizá te importaría si lo entendieras. Si supieras qué te puede costar ese juramento no tendrías tantas ganas de pagar el precio, hijo.
—¡No soy tu hijo! —Jon sintió que la rabia crecía en su pecho.
—Y es una pena. —Benjen se levantó y le puso una mano en el hombro—. Vuelve a hablar conmigo cuando hayas tenido unos cuantos bastardos, y veremos si has cambiado de opinión.
—Jamás engendraré un bastardo —dijo, masticando las palabras y temblando de ira—. ¡Jamás! —escupió, como si fuera un veneno. De pronto se dio cuenta de que la mesa había quedado en silencio y todo el mundo lo estaba mirando. Se le acumularon las lágrimas tras los párpados. Consiguió ponerse de pie—. Dispensadme —añadió con sus últimos restos de dignidad.
Se dio la vuelta y se alejó para que no le vieran llorar. Debía de haber bebido más de lo que creía. Mientras intentaba alejarse, trastabilló y se tambaleó. Chocó contra una camarera y provocó que se le cayera la jarra de vino especiado, que fue a estrellarse contra el suelo. Las carcajadas estallaron a su alrededor, y Jon sintió cómo las lágrimas ardientes le quemaban las mejillas. Alguien intentó ayudarlo a mantenerse en pie. Se sacudió las manos que lo sostenían, y corrió sin apenas ver hacia la puerta. Fantasma lo siguió cuando salió a la noche.
El patio estaba silencioso y desierto. El único centinela se arrebujaba en su capa para protegerse del frío en lo alto de las almenas de la muralla interior. Parecía aburrido, sin duda lamentaba tener que estar allí solo, pero Jon se hubiera cambiado por él sin pensarlo dos veces. Por lo demás, el castillo estaba oscuro y no se veía a nadie. En una ocasión Jon había estado en una fortaleza deshabitada, era un lugar temible donde lo único que se movía era el viento, y las piedras guardaban silencio acerca de los que habían habitado allí. Aquella noche Invernalia le recordaba a aquel lugar.
El sonido de la música y las canciones salía por las ventanas abiertas a su espalda. Jon no tenía el menor deseo de escuchar aquello. Se secó las lágrimas con la manga, enfadado por haberlas derramado, y se dio media vuelta para irse.


Jon Nieve y Tyrion Lannister
La imagen corresponde a un Jon Nieve más maduro, que ya hace parte de la Guardia de la Noche

—Chico —lo llamó una voz. Jon se volvió. Tyrion Lannister estaba sentado en la cornisa sobre la puerta de la gran sala. Parecía una gárgola. El enano le sonrió desde donde estaba—. ¿Ese animal es un lobo?
—Es un huargo —dijo Jon—. Se llama Fantasma. —Miró al hombrecillo, y durante un momento olvidó su tristeza—. ¿Qué haces ahí arriba? ¿Por qué no estás en el banquete?
—Hace demasiado calor, hay demasiado ruido y he bebido demasiado vino —replicó el enano—. Hace tiempo descubrí que se considera de mala educación vomitar encima de tu hermano. ¿Puedo ver más de cerca de tu lobo?
Jon titubeó un instante, luego asintió.
—¿Puedes bajar sólo o te traigo una escalera? 
Anda ya.
El hombrecillo se dio impulso y saltó de la cornisa. Jon dejó escapar una exclamación al ver asombrado cómo Tyrion Lannister giraba en el aire, caía sobre las manos y de un salto hacia atrás se ponía en pie.
Fantasma retrocedió, inseguro. El enano se sacudió el polvo y soltó una carcajada.
—Lo siento. Me parece que he asustado a tu lobo.
—No tiene miedo —dijo Jon. Se arrodilló y llamó al animal—. Ven aquí, Fantasma. Ven. Eso es.
El cachorro de lobo se acercó y hociqueó la mejilla de Jon, pero sin dejar de vigilar a Tyrion Lannister. Cuando el enano hizo gesto de ir a acariciarlo, retrocedió y le mostró los colmillos en un gruñido silencioso.
—Vaya, qué tímido —observó Lannister.
—Siéntate, Fantasma —ordenó Jon—. Eso es. Quieto. —Alzó la vista hacia el enano—. Ahora ya lo puedes tocar. No se moverá hasta que yo se lo diga. Le he enseñado. 
Ya lo veo —asintió Lannister. Acarició el pelaje níveo entre las orejas de Fantasma—. Qué lobo tan obediente —añadió.


Jon Nieve


—Si yo no estuviera aquí, te haría pedazos —dijo Jon. No era verdad, pero algún día lo sería.
—Entonces será mejor que no te alejes —dijo el enano. Inclinó la enorme cabeza a un lado y examinó a Jon con sus ojos desemparejados—. Soy Tyrion Lannister.
—Lo sé. —Jon se levantó. De pie, era más alto que el enano. Se sintió algo incómodo.
—Y tú eres el bastardo de Ned Stark, ¿no? —El muchacho sintió un frío que lo atravesaba. Apretó los labios y no respondió—. ¿Te he ofendido? —continuó Lannister—. Lo siento. Los enanos no necesitamos tener tacto. Generaciones de bufones con trajes de colorines me dan derecho a vestir mal y a decir todo lo que se me pase por la cabeza. —Sonrió—. Pero eres el bastardo.
—Lord Stark es mi padre —admitió Jon, tenso.
—Sí —dijo al final Lannister después de examinar su rostro—. Se nota. Hay más del norte en ti que en tus hermanos.
—Medio hermanos —lo corrigió Jon. El comentario del enano le había gustado, pero intentó que no se le notara.
—Permite que te dé un consejo, bastardo —siguió Lannister—. Nunca olvides qué eres, porque desde luego el mundo no lo va a olvidar. Conviértelo en tu mejor arma, así nunca será tu punto débil. Úsalo como armadura y nadie podrá utilizarlo para herirte.
—Qué sabrás tú lo que significa ser un bastardo. —Jon no estaba de humor para aceptar consejos de nadie.
—Todos los enanos son bastardos a los ojos de sus padres.
—Eres hijo legítimo, tu madre era la esposa del señor de Lannister.
—¿De verdad? —sonrió el enano sarcástico—. Pues díselo a él. Mi madre murió al darme a luz, y nunca ha estado muy seguro.
—Yo ni siquiera sé quién era mi madre —dijo Jon.
—Sin duda, una mujer. Como la mayoría de las madres. —Dedicó a Jon una sonrisa pesarosa—. Recuerda bien lo que te digo, chico. Todos los enanos pueden ser bastardos, pero no todos los bastardos son necesariamente enanos.
Sin decir más, se dio media vuelta, y renqueó hacia el banquete, silbando una melodía. Al abrir la puerta la luz se derramó por el patio y proyectó su sombra contra el suelo. Y allí, por un instante, Tyrion Lannister pareció alto como un rey.

George R.R. Martin
Juego de tronos
Bogotá, Ramdom House, 2015, pp. 56 - 73

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