domingo, 14 de noviembre de 2021

Un libro / Cristina Peri Rossi / La tarde del dinosaurio


Cristina Peri Rossi
LA TARDE DEL DINOSAURIO


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Cristina Peri Rossi es, indiscutiblemente, una de las grandes autoras hispanoamericanas, y aunque ha destacado en casi todos los géneros, quizá sea el cuento donde ha demostrado mayor originalidad, destreza y versatilidad. Dice Julio Cortázar en el texto prólogo: “No es casual que libros como éste sean en sí mismos una de esas casas interiores, y que cada relato proponga un avance por habitaciones, galerías, patios y escaleras que absorben al lector y lo separan de su mundo previo. Se diría que escritores como Cristina Peri Rossi repiten sin saberlo el oscuro arquetipo del palacio de Barba Azul: habitaciones, corredores de espejos, puertas condenadas o prohibidas, siempre puertas para aquellos que prefieren el horror y la muerte a la renuncia de no abrirlas. Un cuento termina y ya otros empiezan en la habitación siguiente (…). Pero la adolescencia emerge, lenta y amarga; en ese interregno turbio de los juegos ingresan a un territorio donde Cristina reconoce y asume la puerta condenada, la prohibición que va a ser transgredida, la horrible conciliación de víctimas y victimarios. Hermanos y hermanas, reinas y esclavos, falsos adultos incapaces de aceptar las leyes del juego”.


2

LA TARDE DEL DINOSAURIO, O EL MAR IDIOTA 
Patricia Esteban 
4 de septiembre de 2009

Hace unos diez años, a la salida de clase yo solía aterrizar con frecuencia en Hermanos Vidal, una librería muy conocida de Zaragoza que queda a dos patadas del campus y huele siempre a papel viejo. Entonces la regentaba el inolvidable Antonio, su fundador, un librero genial que cuando pagabas en caja ponía tu libro en una bolsita pequeña y te recitaba un par de versos a modo de despedida. Allí me pasaba yo horas hurgando entre los anaqueles, porque no era raro darse de bruces con textos descatalogados y rarísimos, como los de un estudiante de Filología, llamado Gonzalo, que un buen día aparecieron sobre una de las mesas de la trastienda. A juzgar de la cantidad de libros desparramados que llevaban su nombre escrito en la primera página, daba la sensación de que Gonzalo se había desprendido de golpe de toda su biblioteca universitaria, con el mismo gesto de quien se quita un abrigo de piedras cuyo peso le resultara insoportable cargar un segundo más. Junto a una edición amarillenta del manual de Lapesa y la Morfología del cuento de Propp, encontré, entre otros, los Cuentos de la becada de Maupassant y dos libros de la Peri Rossi que me llevé a casa por el módico precio de 400 pesetas, después de leer sus títulos: La tarde del dinosaurio e Indicios pánicos. El primero, en su diminuta edición de Plaza & Janés del año 1984, se convirtió enseguida en uno de mis favoritos, porque atesoraba un conjunto magnífico de relatos, agrupados en torno a un nombre insuperable. Y es que los nombres (me cuesta llamarlos títulos) de los libros son así de importantes. Cuántos leemos y cuántos desechamos gracias a ellos.

La tarde del dinosaurio es, para mi gusto, uno de los mejores cuentos del volumen, de hecho es tan bueno que hasta la propia Cristina Peri Rossi quedó hipnotizada por la imagen de aquel bicharraco grisáceo que emergía de entre las olas, sacando su enorme cabeza como con miedo de lo que pudiera encontrarse en la superficie, y decidió llamar así a su libro. Julio Cortázar compartió asombro con ella y le escribió un prólogo, Invitación a entrar en una casa. Como no podía rehusarse semejante ofrecimiento, viniendo del maestro, yo también me apresuré a cruzar el umbral. Y después de leer la formidable historia del niño que sufre los efectos secundarios de tener dos padres tan distintos como la cara A y la cara B de una cinta de cassette que debe escuchar a diario, habría querido poder arrancar las páginas de ese cuento y convencerme de que era mío. Lo mismo o muy parecido me sucedió con el bradburiano cuento espacial Simulacro, donde el desesperado narrador se pasa el tiempo persiguiendo por toda la galaxia a Patricia, una astronauta esquiva y deshumanizada que le da calabazas siderales siempre que tiene ocasión, o con el maravilloso En la playa, ejemplar en su uso ágil e ingenioso del diálogo y que protagonizan una pareja de aburridos recién casados y una niña extraña, de esas que te hacen pensar inevitablemente en criaturas de ojos acharolados, como los de Ana Torrent en las películas de Saura.

Los niños. Los niños son importantes en este libro, ya lo señaló Cortázar, al afirmar que aquí cumplen el papel de testigos, víctimas, jueces, de quienes los inmolan a fin de obtener de sus cenizas un adulto. Y es cierto. La infancia es el periodo de la verdad y la sabiduría en los cuentos de Peri Rossi, sus niños son filósofos intuitivos y sujetos autosuficientes, que miran con algo de compasión severa a sus mayores. Niños que salen disfrazados a ganar el pan de cada día, mocosos como la niña que surge del atardecer en la playa y sostiene una larga charla con la pareja de adultos que nunca olvida llevar en el bolso un jersey, por si refresca: Si yo me voy ustedes se quedan toda la noche solos, les dice. Y que termina sentenciando, Aunque les deje a mi gato, estarán completamente solos. Hay otro tema en La tarde del dinosaurio, que en realidad para mí es el tema. El mar. El mar como dinosaurio que el hombre juega a extinguir en favor de una especie más evolucionada, las playas mansas de un mundo maquillado de civilización, pero que en realidad permanece como elemento idiota, en el sentido griego de un individualismo egoísta, de una incapacidad para tomar contacto con su alrededor. Porque el mar nunca se limita a asumir el papel de simple telón de fondo en este volumen de relatos, sino que, aun vuelto de espaldas, amenaza a cada historia, las vigila y asedia, casi puede decirse que incluso las condiciona. Y es que ¿se atrevería ese narrador enamorado a mostrar lo que siente por su hermana Alina, delante incluso de su novio, si no estuvieran los tres junto al mar, tomando fotos en la arena?, o ¿acaso la niña misteriosa podría aparecer de la nada en cualquier otro escenario que no fuera en esa orilla dócil? Creo que no. El mar está casi siempre, es el otro lado del espejo que un padre inhábil para la edad adulta y su viejísima hija de siete años atraviesan al exiliarse en La influencia de Edgar A. Poe en la poesía de Raimundo Arias, y se transfigura en espacio galáctico, que no es otra cosa sino el océano moderno, remoto e inexplorado, en el primer Simulacro. Pese al desconcierto que puede generar en el lector la inclusión de cuentos como el suntuoso Gambito de reina, en un libro que posee de forma innata una atmósfera tonal, esa que tantas veces nos empeñamos en buscar en obras propias y ajenas, esta tarde de dinosaurios, de deseos condenados a convertirse en animales estériles y adultos desvalidos que olvidan la verdadera lógica vital, merece la pena, sobre todo porque uno ya no tiene que dejarse la vida buscándolo en vano por las librerías, ni tampoco los ojos, si es que finalmente lo encuentra por casualidad en una librería de viejo, como me pasó a mí. La obra de Peri Rossi merecía unas hechuras distintas al formato aquejado de enanismo de Plaza & Janés, y en Tropo Editores se las han dado este año, junto con una portada maravillosa del gran Óscar Sanmartín y un prólogo a cargo de la propia autora. Una última sugerencia, si pueden, y aunque el verano acaba, léanlo sentados junto al mar.





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