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domingo, 28 de febrero de 2021

Un libro / Daniel Mendelsohn / Una Odisea

Homero

UNA ODISEA

Herencias

'Una Odisea', de Daniel Mendelsohn, interesará tanto a los que ya sepan qué significa la palabra griega 'nostos' como a los que piensen que Homero es uno de los Simpson


JAVIER RODRÍGUEZ MARCOS
26 FEB 2019 - 18:09 COT



Réplica del caballo de Troya en el sitio arqueológio de la ciudad, en la actual Turquía.
Réplica del caballo de Troya en el sitio arqueológio de la ciudad, en la actual Turquía. ELENA ODAREEVA

Uno de los pasajes más tristes de la historia de la literatura tiene lugar en el canto XI de la Odisea, cuando Ulises viaja al inframundo y se encuentra por sorpresa con Anticlea, su madre. No sabía que había muerto. Llevaba dos décadas sin noticias de su familia: diez años en la guerra de Troya y otros tantos tratando de volver a Ítaca. El comentario de ese episodio es, a su vez, uno de los grandes momentos de Una odisea: un padre, un hijo, una epopeya, el libro de Daniel Mendelsohn que Seix Barral acaba de publicar en traducción de Ramón Buenaventura. Filólogo clásico y crítico literario, Mendelsohn relata en 400 páginas fulgurantes la peripecia de leer a Homero en un seminario al que acude una docena de estudiantes de griego y un oyente particular: su propio padre, un matemático jubilado poco amigo de las efusiones sentimentales y al que Ulises no le cae especialmente bien.


Herencias


A la tirante historia familiar y al fascinante comentario de texto se les suma el crucero por el Mediterráneo que padre e hijo emprenden al terminar el curso. Una odisea es, claro, una odisea casera –proemio y anagnórisis incluidos- al tiempo que un canto a las humanidades en tiempos de pragmatismo rampante y al análisis riguroso en tiempos de subjetivismo ramplón. Cuando los alumnos le plantean una interpretación heterodoxa -¿y si Ulises se inventa su aventura con Circe?- el profesor recurre a una de sus maestras, Jenny Strauss Clay, que resuelve la duda con la herramienta más vieja de la filología: la lectura atenta.
Además de una introducción al poema homérico que interesará tanto a los que ya sepan qué significa nostos (regreso a casa) como a los que piensen que Homero es uno de los Simpson, el libro de Mendelsohn está lleno de historias que darían para un tomo entero. Así, de su mentora apenas apunta que ha tenido “una vida de viajes”, pero podría haber contado más. Jenny Strauss Clay nació en Egipto en 1942, adonde habían viajado sus padres huyendo de los nazis. Su madre murió en el parto, su padre se suicidó y ella fue adoptada por su tío, Leo Strauss, uno de los grandes de la filosofía política, exiliado en EEUU. Cuando en los años posteriores al 11-S su obra se convirtió en coartada para los neocon, su hija publicó un artículo en el New York Times tratando de desligar a su padre –que llevaba 30 años muerto- de la Administración Bush a la vez que reivindicaba su pasión por los clásicos, es decir, su herencia.

jueves, 28 de mayo de 2020

Un libro / Natalia Ginzburg / Querido Miguel

El confinamiento de la escritora Natalia Ginzburg : "Fue la mejor ...
Natalia Ginzburg

Querido Miguel

de Natalia Ginzburg

Javier Rodríguez Marcos
21 de marzo de 2020


Kit de supervivencia cultural para el encierro (día 7)


“Respecto a la educación de los hijos, pienso que se les debería enseñar no las pequeñas virtudes sino las grandes. No el ahorro, sino la generosidad y la indiferencia ante el dinero; no la prudencia, sino el coraje y el desprecio por el peligro; no la astucia, sino la franqueza y el amor por la verdad; no la diplomacia, sino el amor al prójimo y la abnegación; no el deseo de éxito, sino el deseo de ser y de saber". Este es el célebre comienzo del ensayo que cierra Las pequeñas virtudes, un libro que Natalia Ginzburg (1916-1991) abrió con una evocación de los tres años de confinamiento que pasó entre 1940 y 1943 en Pizzoli, un pueblecito de L’Aquila junto a sus tres hijos y su marido, desterrado allí por Mussolini. Leone terminó incorporándose a la Resistencia y, tras ser detenido y torturado por la Gestapo, murió la cárcel romana de Regina Coeli, en el Trastevere.
En cierto sentido, lo que era teoría pedagógica en ese librito de 1962 Ginzburg lo llevó a la práctica en 1973 con una sus mejores obras de ficción: Querido Miguel. Traducida al español por Carmen Martín Gaite, se trata de una novela epistolar perfecta que narra la historia del muchacho que le da título, su relación con sus hermanas y su madre –Adriana, recluida en una casa a las afueras de Roma–, su digamos novia y su mejor amigo. Ninguno de ellos alcanza a descifrar la vida, entre esquiva y clandestina, de un joven que huye a Londres –se va sin despedirse– cuando se descubre su militancia en la extrema izquierda durante los años 60. El resultado es un diamante pulido que transpira nostalgia y realismo. Nostalgia: “No se apega uno solamente a los recuerdos felices. Al llegar a cierta edad, nos damos cuenta de que a lo que se siente apego es simplemente a los recuerdos”. Realismo: “Se acostumbra uno a todo cuando ya nos hemos quedado sin nada”. 
EL PAÍS

Un libro / Nona Fernández / La dimensión desconocida

Nona Fernández

La dimensión desconocida

de Nona Fernández

Javier Rodríguez Marcos
7 de abril de 2020


Kit de supervivencia cultural para el encierro (día 25)


La mejor demostración de que la literatura se escribe con palabras y no con buenas intenciones es La dimensión desconocida, distinguido en 2017 con el premio Sor Juana Inés de la Cruz, de la FIL de Guadalajara a la mejor novela del año escrita por una mujer. En el caso de la chilena Nona Fernández, el galardón y el motivo se quedan cortos porque su libro es uno de los grandes de la literatura reciente en español. La potencia de su escritura es tal que por momentos da la impresión de que ni Truman Capote, John Le Carré y Emmanuel Carrère, a seis manos, podrían haber escrito algo así. ¿Por qué? Porque ninguno fue niña durante una dictadura militar. Basada en un caso real, La dimensión desconocida empieza en pleno régimen de Pinochet, el día de 1984 en que Andrés Antonio Valenzuela Morales, miembro del servicio secreto del ejército, acude a la redacción de una revista para confesar su oficio: torturador.
Lo que sigue es una mezcla de relato de espías y reflexión desde el presente sobre la memoria de unos años infames. Es imposible leer la historia del Quila Leo –un preso de mente indestructible capaz de imaginarse cuentos tocando las vetas de la madera del armario en el que está encerrado–  sin levantar con espanto la vista del libro. Y es imposible no plantearse las preguntas que la autora le plantea, retóricamente, a su protagonista, que aún vive en secreto en Francia: “¿Por qué escribir sobre usted? ¿Por qué resucitar una historia que empezó hace más de 40 años? ¿Por qué hablar otra vez de corvos, parrillas eléctricas y ratas? ¿Por qué hablar otra vez del desaparecimiento de personas? ¿Por qué hablar de un hombre que participó de todo eso y en un momento decidió que ya no podría hacerlo más? ¿Cómo se decide que ya no se puede más? ¿Qué habría hecho yo?”. 

Un libro / Cormac McCarthy / La carretera


Cormac McCarthy

LECTURAS DE CUARENTENA

La carretera

de Cormac McCarthy


Javier Rodríguez Marcos
19 de marzo de 2020




Kit de supervivencia cultural para el encierro (día 5)


Si van a leer esta novela, mejor que lo hagan pronto, es decir, mientras parezca una distopía y no un informe de la Cumbre del Clima. Cormac McCarthy se la dedicó a su hijo John Francis —al que tuvo a los 65 años— y con ella se llevó el Pulitzer de 2007 después de que se convirtiera en un raro best seller. En 2009 John Hillcoat la llevó al cine con Viggo Mortensen y Kodi Smit-McPhee como protagonistas.
Sorprende tanta popularidad porque hasta el Apocalipsis de san Juan sería más comercial que esta historia sin grasa narrativa en la que un padre (llamado El hombre) y un hijo (llamado El chico) caminan hacia el mar atravesando un paisaje calcinado que parece fruto de un holocausto nuclear. Viven en un “tiempo prestado” y todo lo que tienen lo llevan en un carrito del súper. Una de las pocas cosas que conserva su nombre —la desmemoria gobierna— es un barco llamado, con ironía, Pájaro de esperanza y matriculado en… Tenerife. Pese a lo extremo de las circunstancias, o acaso por ellas, el libro destila amor entre ese muchacho que pregunta “¿todavía somos los buenos?” y el tipo duro que lo mira dormir para no olvidar la bondad de las cosas.
De todas las historias de hombre con niño que siguieron a la de McCarthy —hasta el gran J. M. Coetzee intentó la suya en La infancia de Jesús y le salió de cartón piedra—, La carretera es la más descarnada y la más emotiva. Nada en ella se dice en vano y el silencio entre los supervivientes recuerda que las “horas perfectas” de cualquier infancia son, pese a todo, “el molde para los días futuros”. Hasta el mero hecho de secarle el pelo al muchacho se convierte en un rito sagrado. “Cuando no tengas nada más”, apunta el narrador, “inventa ceremonias e infúndeles vida”. Feliz día del padre. 
La carretera, de Cormac McCarthy. Traducción de Luis Murillo Fort. Debolsillo, 2007. 216 páginas. El libro está disponible en formato impreso y electrónico en portales como Todos tus libros, Fnac o Amazon, y en préstamo gratuito en las webs eBiblio de las bibliotecas públicas.

Un libro / Liliana Colanzi / Vacaciones permanentes


Lilliana Colanzi


UN LIBRO

Vacaciones permanentes

de Liliana Colanzi


Javier Rodríguez Marcos
27 de abril de 2020


Kit de supervivencia cultural para el encierro (día 45)


En 2010 una escritora boliviana de 29 años publicó su primer libro de cuentos. En uno de ellos, titulado ‘1997’, la narradora recuerda la apertura del primer McDonald’s de su país y cómo la gente acampó a la puerta del local desde las dos de la mañana para ser los primeros clientes. Aunque consciente de que la comida era “una porquería”, su madre decretó: “Si ellos han venido significa que por fin llegó la civilización”. El libro se titulaba Vacaciones permanentes y su autora, Liliana Colanzi, nacida en Santa Cruz, no tardó en convertirse en una referencia para la generación de narradores latinoamericanos que, como ella, terminarían engrosando antologías clave como Ochenteros, de la FIL de Guadalajara o Bogotá 39, del Festival Hay.
Aunque su segundo libro, Nuestro mundo muerto (2016), supuso un giro hacia lo sobrenatural, los siete relatos de Vacaciones permanentes, de un realismo asombrosamente maduro, despliegan un universo despiadado marcado por dos fracturas: la brecha entre ricos y pobres y la brecha entre padres e hijos. Y es despiadado no porque contenga un gramo de tremendismo sino porque plantea todos los conflictos pero escatima cualquier solución. “Lo nuestro no es el futuro”, leemos. Bajo una capa de ligereza a la que el título alude irónicamente, asistimos al desmoronamiento de un mundo de adolescentes de la alta burguesía latinoamericana que terminan abortando clandestinamente, viendo cómo se suicidan sus hermanos o trabajando de camareras en Inglaterra. En sus páginas -cada cuento es un relato de formación- se desarrolla narrativamente algo que otra de las protagonistas expresa de esta manera: existen vínculos de amor, cierto, pero también existen vínculos de odio. Y la palabra clave es vínculos.

sábado, 9 de mayo de 2020

Un libro / Sergei Dovlátov / La maleta

Sergéi Dovlátov



UN LIBRO

La maleta

Sergei Dovlátov


Javier Rodríguez Marcos
25 de abril de 2020




Kit de supervivencia cultural para el encierro (día 43)


En 1978, con 36 años, Sergei Dovlátov decidió abandonar la Unión Soviética y se dirigió al Departamento de Visados. Allí le dijeron que cada emigrante tenía derecho a llevarse solo tres piezas de equipaje. “¿Y qué hace uno con sus cosas?”, protestó el escritor. “Por ejemplo, con mi colección de coches de carreras”. Al final resultó que todo lo que tenía cabía en una maleta: unos botines, un traje cruzado ideal para la ceremonia de entrega del Nobel, un cinturón militar de cuero o un gorro de invierno de falsa nutria. A cada una de esas prendas les dedicó un cuento en el fulgurante y desopilante La maleta, una colección de relatos que funciona como memoria personal del escritor. También como retrato político de la Guerra Fría, porque su destino final era Nueva York, donde se instaló para practicar su deporte favorito: no salir de casa. “Me corto el cabello cuando pierdo el aspecto humano. Y me lo corto al cero, para no tener que volver a hacerlo en tres meses”, escribe en ‘Camisa de popelín’.
El estilo de Dovlátov está hecho de ironía y frases cortas. Sabe que la crueldad bien entendida empieza por uno mismo. Por eso se presenta desde el principio como un descreído integral que consigue que lo expulsen de la Universidad de Leningrado a pesar de que sus instalaciones tienen una atmósfera ideal para el estudio. “En semejante ambiente”, apunta, “es difícil ser holgazán, pero yo lo lograba”. Ni que decir tiene que su descreimiento es tanto político como cultural. Dedicado a objetos concretos –la magdalena de Proust es un calcetín–, el suyo es el libro menos fetichista de la historia de la literatura. Así, cuando habla de la chaqueta de Fernand Léger que terminó en su poder, retrata al artista francés como alguien que “murió siendo comunista, después de creer para siempre en la mayor charlatanería del mundo”. Y añade: “No se excluye que, como muchos pintores, fuera tonto”. Haciendo amigos. 


viernes, 8 de mayo de 2020

Un libro / Giorgio Agamben / Autorretrato en el estudio

Giorgio Agamben


UN LIBRO

Autorretrato en el estudio

de Giorgio Agamben


Javier Rodríguez Marcos
24 de abril de 2020





Kit de supervivencia cultural para el encierro (día 42)


El estado de alarma provocado por el coronavirus ha llevado a Giorgio Agamben a desempolvar su teoría sobre el estado de excepción. “Los hombres”, ha escrito, “se han acostumbrado tanto a vivir en condiciones de crisis perpetua y de perpetua emergencia que no parecen darse cuenta de que su vida se ha reducido a una condición puramente biológica y ha perdido todas las dimensiones, no solo sociales y políticas, sino también humanas y afectivas. Una sociedad que vive en un estado de emergencia perpetua no puede ser una sociedad libre. De hecho, vivimos en una sociedad que ha sacrificado la libertad a las llamadas ‘razones de seguridad’ y se ha condenado por esto a vivir en un perpetuo estado de miedo e inseguridad”.
La polémica nunca le ha amedrentado y el debate prosigue, pero vayamos al libro más “confinado” de los suyos: Autorretrato en el estudio. Sin perder de vista sus preocupaciones filosóficas –el poder, el saber-, Agamben repasa en él su vida a partir de los objetos, postales y fotografías que ha llevado de casa en casa: de la plaza Delle Coppelle al Vicolo del Giglio -un apartamento a dos pasos del Campo dei Fiori que le prestó Ramón Gaya en Roma– y de allí al Campo de San Polo, en Venecia. A Gaya se lo presentó en Madrid José Bergamín, que ocupa algunos de los pasajes más conmovedores del libro. Los otros son para amigos y maestros leídos como Walter Benjamin, Simone Weil y Herman Melville o vividos como Guy Debord, Italo Calvino, Claudio Rugafiori, Giorgio Colli o Martin Heidegger, al que trató cuando no era más que un doctorando veinteañero que acudía a los seminarios que el autor de Ser y tiempo impartía en al pueblo provenzal de Le Thor. “Si pienso en los amigos y en las personas a las que he amado”, escribe Agamben, “me parece que todas tienen algo en común que solo podría expresar con estas palabras: lo indestructible en ellas era su fragilidad, su infinita capacidad de ser destruidas”. Su autorretrato da fe de que además de frágiles eran memorables.

Autorretrato en el estudio. Giorgio Agamben. Traducción de Rodrigo Molina-Zavalía y María Teresa D’Meza. Adriana Hidalgo, 2019. 

EL PAÍS

miércoles, 6 de mayo de 2020

Un libro / Wislawa Szymborska / Poesía no completa

Ilustración de Fernando Vicente


UN LIBRO

Poesía no completa

de Wislawa Szymborska

Javier Rodríguez Marcos
27 de abril de 2020



Kit de supervivencia cultural para el encierro (día 44)


Wislawa Szymborska solía contar que cuando escribía tenía siempre la sensación de que detrás de ella había alguien haciendo muecas. “Por eso huyo, todo lo que puedo, de las grandes palabras”, explicaba. Grandes o pequeñas, sus favoritas eran “no sé”. Esto último lo dijo en Estocolmo en 1996 al pronunciar una de las conferencias más breves en la historia del premio Nobel de literatura. Hoy sería muy útil imaginársela a ella haciendo muecas detrás de todos los que anuncian momentos históricos y cambios de ciclo. Haciendo muecas o leyendo su poema Fin y principio, que empieza: “Después de cada guerra / alguien tiene que limpiar. / No se van a ordenar solas las cosas, / digo yo”. Y sigue más adelante: “Alguien debe meterse / entre el barro, las cenizas, / los muelles de los sofás, / las astillas de cristal / y los trapos sangrientos /… / Eso de fotogénico tiene poco, / y requiere años. / Todas las cámaras se han ido ya / a otra guerra. /…/ Alguien con la escoba en las manos / recordará todavía cómo fue. / Alguien escuchará / asintiendo con la cabeza en su sitio. / Pero a su alrededor / empezará a haber algunos / a quienes les aburra. /… / Aquellos que sabían / de qué iba la cosa / tendrán que dejar su lugar / a los que saben poco /. Y menos que poco. / E incluso prácticamente nada”.
Szymborska fue esa “polaca que no conoce nadie” hasta que los lectores se quitaron el sombrero ante el olfato de la vilipendiada Academia Sueca. Como en su antológico Retrato de mujer, en su poesía caben la ingenuidad y la sabiduría, el vodka y el dinero, Jaspers y las revistas “de mujeres”. Coloquial y profunda, si no temiéramos sus burlas, diríamos que su obra es una bendición.

Poesía no completa. Wislawa Szymborska. Traducción de Gerardo Beltrán y Abel A. Murcia. Fondo de Cultura Económica.

EL PAÍS

sábado, 2 de mayo de 2020

Un libro / Herta Müller / El hombre es un gran faisán en el mundo

Heroínas: Herta Müller novelista, poeta y ensayista rumano-alemana ...
Herta Müller

UN LIBRO

El hombre es un gran faisán en el mundo

de Herta Müller


Javier Rodríguez Marcos
30 de abril de 2020


Kit de supervivencia cultural para el encierro (día 47)


El Nobel de literatura es ese premio que valoran los que quieren descubrir algo y que desprecian los que lamentan que no lo ganara Philip Roth. Por qué querrían darle un premio despreciable a su escritor favorito ya es otro tema. El caso es que en 2009 la Academia Sueca pronunció el nombre de Herta Müller y los lectores en español descubrimos que llevaba más de una década traducida a nuestro idioma. También descubrimos que pertenecía a la minoría germana de Rumanía.
Esa circunstancia es clave en El hombre es un gran faisán en el mundo, que relata la kafkiana espera de una familia de esa minoría. Su intención es salir de un país en el que son pobres sin dejar de ser vistos como parte de los invasores derrotados en la Segunda Guerra Mundial. Escrita en capítulos cortos y cortantes, la novela de Müller traza el asfixiante retrato coral de una aldea en tiempos de Nicolae Ceaucescu. Como le dice un niño a la maestra, si el conducator es “el padre de nuestro país, mi padre es el secretario general de nuestra casa”. La maestra es la que quiere emigrar a Alemania con sus padres. Su madre tuvo que prostituirse en Rusia para sobrevivir en un campo de refugiados durante la guerra. Ahora es ella la que tiene que hacerlo para asegurarse los pasaportes que necesitan. Lo terrible de un libro como este es el contraste entre lo que cuenta y el tono en que lo cuenta, inocente, sin dramatismo: sujeto, verbo y predicado, punto y aparte. A sangre y fuego. En rumano, contaba la autora en una entrevista, ser un faisán es ser un fracasado, un ave que no puede volar. Presa fácil para los cazadores. 
El hombre es un gran faisán en el mundo. Herta Müller. Traducción de Juan José del Solar. Siruela. Disponible en Todos tus libros, Amazon y Fnac.
EL PAÍS