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jueves, 21 de febrero de 2013

Carnaval de Rio 2013 / Verano de amor / Fotografías de Triunfo Arciniegas



CARNAVAL DE RIO 2013
VERANO DE AMOR
Rio de Janeiro, 13 de febrero de 2013
Catorce fotografías de Triunfo Arciniegas



Así recordaba la frase: “Porque estoy dentro del monstruo puedo hablar de sus entrañas”. Google la atribuye a Martí y así la matiza: "Viví en el monstruo y le conozco sus entrañas”. Pero no voy a hablar de política sino de la parranda. “Quien lo vive es quien lo goza” es la traducción currambera de la frase. Así se identifica el carnaval de Barranquilla. Y la verdad sea dicha, sólo así se entiende el carnaval: desde dentro.

Lo sé: este primer párrafo parece de un borracho. O al menos de un ebrio bebedor de relámpagos. Pero quién puede exigir coherencia y sintaxis y todas esas cosas en pleno carnaval, que sucede en todas las cosas, en toda la ciudad. Le di vueltas, le saqué las tripas de dragón y así se queda, con sus tuercas calientes.

Señores, el Carnaval de Rio no solo sucede en el sambódromo da Marquês de Sapucaí, cuyas entradas cuestan un ojo de la cara (mil quinientos dólares por persona en los privilegiados camarotes, por ejemplo) y se venden como pan caliente, con frecuencia de manera anticipada como parte de los paquetes turísticos. Allí mismo vieron a Megan Fox y Will Smith, embelesados con los lujosos y extravagantes carros alegóricos y las escuelas de samba de cuatro mil miembros: el espectáculo más grande de la tierra,  televisado para el asombro del mundo. Pero el carnaval no solo sucede en el sambódromo, a donde uno va como espectador nada más. Aunque se retuerza sudoroso y ebrio, aunque grite y cante no será parte de una escuela de samba ni lamerá el sudor de una garota ni le arrancará una sola de sus plumas de fantasía. Tal vez atrapará en el aire el "beijo" de una raihna de bateria y  eso será todo.

Entro en sustancia, señores, perdonen la embriaguez: existen los blocos que desfilan por las calles, cada vez más numerosos y cada vez más nutridos. "Podemos ver en las ruas a preciosa origem do carnaval profundo", escribe Arnaldo Jabor en O Globo. Este año se han visto en las orillas de Rio de Janeiro blocos que congregan a más de cuatrocientas mil personas, cuatro cientos mil locos que cantan y danzan en un solo y exaltado cuerpo, en una sola nota de felicidad. Y si uno va con un bloco, hace parte del mismo, va por las mismas calles y con la misma música, y otros son los que miran desde las ventanas o desde algún balcón protegido del delirio.

Ayer entendí ese animal vivo en la muchacha casi desnuda que bailaba a cuarenta grados en mitad de la calle. Le tomé ciento veinte fotografías y no me vio, no me miró una sola vez. Bailaba para su hombre, alguien mayor y algo cansado, sentado muy cerca de mí, acabado. Lo supe porque en un momento la mujer vino a sentarse en sus piernas y besó su boca. Qué maldito hombre tan afortunado, pensé para mis adentros, y registré el beso. La mujer volvió a lanzarse al bullicio, con sus jeans recortados con un cuchillo de cocina hasta la ingle, con la bragueta abierta casi hasta el pubis, con una blusa que jugueteaba en sus senos. Nadie más la miraba, solo yo. Todos los demás seguían embelesados en su propio frenesí, y su hombre solo quería recuperar el aliento para sobrevivir al resto del día. Se retorcía la muchacha y sus brazos la seguían a todas partes, brincaba sin extraviar las sandalias, sudorosa y perdida. El calor del verano nos junta a todos en una sola sopa, nos da ese uniforme básico: sandalias, un pantalón recortado y una camiseta. Eso es todo. Lo demás queda al aire. Algunas ya se despojaron de la camiseta, quedándose con un trapo para ajustar los senos, y eso es todo. Imagino que pronto estas calles se llenarán de pezones al aire.

Es el amor. El amor del verano o el verano del amor, como reza la camiseta donde juguetea el sol de esta muchacha inagotable. Los cuerpos vienen de todas partes del mundo a buscar el amor: se tocan, se recorren, se besan, y en las noches se penetran en solo frenesí inacabable. Tantas parejas empiezan su historia en estas fechas o la dan por terminada. El año entrante vendrán preñadas o con un crío o tal vez ni se acuerden del cuerpo que las hizo tan felices.

La publicidad de una cerveza este año levantó ampollas en Brasil: “E você, tá esperando o que para ter sua primera vez?” Se ve como una invitación para perder el virgo como sea y con quien sea. Los dueños de la cerveza alegan que con la frase solo hay un vaso rebosante y una botella, pero la intención sexual es obvia. Tanto en la botella como en el vaso rebosante, por otra parte, hay una mujer en traje de baño, sentada como en una playa y con las manos juntas en la nuca. Blanco es y gallina lo pone. La publicidad inunda las calles desde enero: la he fotografiado una diez o doce veces, pero no se me da la gana reproducirla y aumentar en unos centavos las astronómicas ganancias de la “cerveja”. En todo caso, bebamos y tiremos porque mañana moriremos.

Ayer entendí ese animal vivo.  Ayer vi ese animal caliente y sudoroso deslizándose por las calles laberínticas de Santa Teresa, en Rio de Janeiro, y me hice parte de su piel y sus huesos. Uno se disfraza y entra en otro personaje, deja atrás al hombre cotidiano, ese que debe ganarse el pan de cada día y debe resolver miles de problemas, ese que se enferma y se endeuda y tarde o temprano se muere, uno deja de ser uno y se integra a los otros: el carnaval es un animal de miles o millones de cabezas y un solo cuerpo. La música y el licor hacen su parte. Las canciones de los blocos de Rio de Janeiro son breves y elementales pero muy pegajosas, manifiestan alegría pero se alimentan de cierta tristeza, de cierta melancolía que revuelca las entrañas. Son canciones eternas: pueden cantarse durante horas. No entiendo mucho de música pero advierto que estas canciones se arman con dos melodías, y pasan de una a otra de manera automática, sin principio ni fin, como una cadena. Todo el mundo las canta, todo el mundo se las sabe. Cantan y bailan a cuarenta grados, no dejan de mover los pies, los brazos, el cuerpo. El secreto está en los pies. El cuerpo puede moverse como se le antoje pero la electricidad viene de los pies, así como la belleza comienza y se sostiene en la misteriosa manera de caminar de las mujeres. Mujeres sudorosas y hombres vestidos de mujer, mujeres disfrazadas de monjas o novias, hombres dentro de muñecos gigantes y mujeres en el aire. Cantan y se mueven sin descanso mientras haya música. Los músicos vienen encaramados en los carros, mucho más cerca del sol inclemente,  asegurados con tuercas a la melodía. La gente toda se arroja papel picado y agua, se toma fotografías, grita, se abraza, hace bromas, se exhibe sin pudor, se besa con descaro. Viejos y muchachos, más muchachos que viejos, más mujeres que hombres, cantan, bailan. Cantan, bailan. Esta monotonía termina en exaltación, como puede apreciarse en los rituales de antiguas culturas. El carnaval es cuerpo, es sudor, es ruido, pero uno sale de su propio cuerpo y entra a otra dimensión. Se le dice delirio, se le dice fiesta, se le dice carnaval.

Triunfo Arciniegas 
Rio de Janeiro, 13 de febrero de 2013























domingo, 17 de febrero de 2013

Carnaval de Rio 2013 / Besos robados / Fotografías de Triunfo Arciniegas

La rodilla
Ipanema, Rio de Janeiro, 2013
Foto de Triunfo Arciniegas

CARNAVAL DE RIO 2013
BESOS ROBADOS
Rio de Janeiro, 12 y 13 de febrero de 2013
Fotografías de Triunfo Arciniegas

El carnaval permite que un hombre respetable, casado, con hijos, con profesión definida y cuenta en el banco, se disfrace de mujer. Nunca falta este delirio en un carnaval. La gente se ríe feliz y el disfrazado va por el mundo sabiendo que no es cosa de risa, que el carnaval lo hace mujer por un instante, con todos sus atributos y sin censura de nadie. Otro es el payaso que lleva en su corazón. Y aquella señora es una monja descarriada o una bailarina de cabaret. "El carnaval me despierta la puta que llevo dormida todo el año", me dijo una jarocha feliz en Veracruz. ¿Y qué dirán por estas calles en la dulce lengua portuguesa?

Y a propósito de confesiones al oído, el carnaval me hace ladrón sin exponerme a la cárcel. Tengo un atado de besos ajenos en mi morral. En días comunes y corrientes no puedo acercarme con una cámara a una pareja que se besa con frenesí a registrar la producción de miel. Ni puedo entrar sin permiso a las alcobas para retratar a los amantes que se beben sus ansias. Pero en estos días de gracia al menos puedo robar besos.

Una de las fotos se llama así, Ladrón de besos. Pero el muchacho no se está robando los besos, señores y señoras: la garota se los entrega con evidente placer, y son tantos como para que se lleve unos cuantos a casa. El ladrón es el fotógrafo. No exploré este tema ni en Barranquilla ni en  Veracruz, mis carnavales anteriores. Tengo registro de parejas, por supuesto, y uno que otro beso, pero pasa y sucede que en Rio los besos se dan en abundancia, se derraman por las calles como agua de lluvia y uno antes tiene que orillarse para evitar que lo arrastren a los abismos. Y pasa y sucede que tengo un lente de más alcance que casi me permite registrar los latidos del encabritado corazón de los amantes.

La cosecha no es mala, señores. No es abundante, como quisiera, pero tampoco es mala. No renieguen. Tal vez en la próxima oportunidad que los dioses me concedan tenga más suerte, más habilidad, es decir, me haga aún más invisible.

Triunfo Arciniegas  
Rio de Janeiro, 17 de febrero de 2013


Besos gordos
Ipanema, Rio de Janeiro, 2013

Antartida
Santa Teresa, Rio de Janeiro, 2013
Beijo e chapéu
Santa Teresa, Rio de Janeiro, 2013

Beijo
Santa Teresa, Rio de Janeiro, 2013


Besos a cuarenta grados
Santa Teresa, Rio de Janeiro, 2013
Besos bajo el sombrero
Santa Teresa, Rio de Janeiro, 2013

Besos de carnaval
Santa Teresa, Rio de Janeiro, 2013

Mordisco
Santa Teresa, Rio de Janeiro, 2013

Ladrón de besos
Santa Teresa, Rio de Janeiro, 2013


sábado, 16 de febrero de 2013

Carnaval de Rio 2013 / Mujeres bellas / Fotos de Triunfo Arciniegas

El lazo rojo
CARNAVAL DE RIO 2013
MUJERES BELLAS
Rio de Janeiro, 11 y 12 de febrero de 2013
Veintidós fotografías de Triunfo Arciniegas

Es mi tercer carnaval consecutivo, después de Barranquilla, Colombia, y Veracruz, México, y estoy fascinado, rendido, con ganas de volver. Se supone que tengo otros dos carnavales pendientes para los próximos dos años: New Orleans y Venecia, pendientes y tan distintos. New Orleans, la cuna del jazz, es un jolgorio francés, para expresarlo de manera simple, y Venecia, un asunto medieval. ¿Pero quién no quiere volver a las calles de Rio de Janeiro el año que viene? 2013 sería un borrador entonces, un curso de introducción para el bendito 2014.  ¿Y qué tal que mi obra maestra sea el Carnaval de Rio 2015? Toco madera. Que la vida alcance para tanta dicha. 

La gente ha sido tan dulce y querida. La gente toda se rinde a esa criatura tan viva y palpitante que es el carnaval con los ojos cerrados, como en un beso de enamorados, o como quien se lanza al abismo con los brazos abiertos. Unos se disfrazan de cualquier modo, con un bigote, un sombrero, un corbatín o un velo, un vestido de mujer y unas sandalias, otros se esmeran con delirio hasta los territorios de la magia, y todos entran con igual entusiasmo al frenesí. Llevan la música por dentro. El despliegue de los medios es impresionante. La televisión hace un cubrimiento de tiempo completo y una sección de los periódicos se dedica por entero a los distintos y a veces complejos aspectos de la fiesta. El Sambódromo de Marquês de Sapucaí, el escenario al aire libre más importante del mundo, diseñado por Oscar Niemeyer, funciona con la debida eficiencia desde 1984 (la manera más fácil y económica de llegar es tomando el metro hasta la estación Praça Onze) y en las calles los blocos anda como locos, cada más crecidos y numerosos, frentes de diversión impresionantes que de una u otra forma deben encajar en la dinámica colectiva. No más la recogida de las basuras es una tarea de titanes, nunca de hormigas, señores. La ciudad se organiza en torno a la fiesta y cumple la cita con una precisión moldeada por la experiencia. Un millón de turistas anda por sus calles como Pedro por su casa, y la ciudad da abasto. Hembra de infinitos secretos, los sacia en todos los sentidos y los deja con unas infinitas ansias de volver.

No hay mejor coto de caza para un fotógrafo callejero que un carnaval. A la gente no le importa un tipo con una cámara: a la policía no le parezco sospechoso y no me piden documentos como en México: Atenango del Rio y Tlacotepec,  dos pueblos polvorientos, calientes y aburridos, con unos nueve meses de diferencia, fueron las dos experiencias más lamentables del 2012. La policía me sorprendió en una esquina en ambos casos y me rodeó como si yo, un hombre solo, Triunfo Arciniegas, fuera toda una banda criminal. Se desplegaron estratégicamente como si fuese a usar mi arsenal de bandolero y el mandamás, en ambos casos el mandamás, me pidió explicaciones. Los otros uniformados permanecieron inmóviles en sus puestos, y no movieron un solo músculo, no reaccionaron a ninguna de mis frases, por más ridícula que fuese. Dije que andaba por las calles, en territorio público, que no me había metido a ninguna casa ni había violado la intimidad de nadie, y dijeron que les había dado aviso: lo ven a uno con mil ojos y lo delatan de manera anónima y uno jamás advierte su presencia. No voy a inventar un maltrato ni mucho menos. Fueron amables, virtud rara en los policías, y dijeron que podía continuar con lo mío y buenas tardes, pero en ambos casos me jodieron el día: me manosearon la magia y no pude hacer una toma más. Más que furioso o asustado, me quedé triste.

En Rio, señoras y señores, antes quieren que uno les tire (ese es el verbo) una foto. Me tocan el hombro para llamar la atención, qué maravilla. Algunos piden un correo aunque sé que nunca escribirán, y a otros no les importa: registran su felicidad y siguen de parranda. El carnaval rompe los límites y uno dispara a diestra y siniestra, presa tras presa, con la boca hecha agua.

Delirio y belleza, embriaguez y mujeres, amor y deseo. La última cosecha de mujeres de Rio está de maravilla. Presento una muestra muy breve para sustentar una verdad que pocos pondrán en duda.

Triunfo Arciniegas
Rio de Janeiro, 16 de febrero de 2012


Que coisa mais linda

Alegria
Bella boquita, grandes tus ojos

Perfil con sombrero

Garota

La hermana rubia

Niña paulista

Pulsera rosa

Ojos café

Zona de abrazos

Verano de amor

Zona de peligro

Bella

Boca

La capa roja

La novia

La rubia

Linda boquita

Mirada

Muchacha

Carnaval de Rio de Janeiro 2013


jueves, 14 de febrero de 2013

Diario / Las garotas de Ipanema

Garota en Ipanema
Rio de Janeiro, 13 de febrero de 2013
Foto de Triunfo Arciniegas



Triunfo Arciniegas
Las garotas de Ipanema
14 de febrero de 2013


Tengo una cosa rara, una raíz amarga, un animal que me carcome. No es fácil viajar. Se percibe en el aire la fragilidad. La vida fácil está en casa. Me siento en casa mejor que nunca cuando se aproxima la fecha de un viaje y entonces me da la ordenadera y me aburre pensar en kilómetros de carreteras, en hoteles de mala muerte y gente que uno nunca no ha visto en la vida. Qué rico sería dedicarme a leer estos libros o sería bonito pintar estas paredes, me digo, o voy a volver a salir a caminar con los perros de madrugada. El tiempo se vuelve intenso, corrijo las pruebas de un libro, resuelvo asuntos editoriales, armo paquetes para luego lleven al correo o hasta escribo alguna cosa. Y suceden accidentes que antes postergaban los viajes: se me parten los lentes o me enfermo o me deprimo de manera espantosa. Pero no puedo conformarme con ese dulcísimo vientre que es mi amada casa, repleta de libros y belleza, y empiezo a viajar de mala gana y poco a poco voy tomando vuelo. Nunca lo he hecho: conformarme, resignarme. Nunca esquivo los retos de la vida, y siempre voy hacia otra etapa, siempre estoy por entrar a otro cuento. 

Hace apenas dos meses, a principios de diciembre, recorría las privatizadas playas de Puerto Vallarta, donde ya se habla más inglés que español, en ese México lindo y querido que va del Día de Muertos hasta el Día de la Virgen de Guadalupe, la Patrona, y leía a más de treinta grados una esplendorosa biografía de Patricia Highsmith recién comprada en Guadalajara. En Vallarta las playas y el mar están marcadas por los lazos de los hoteles cinco estrellas donde agonizan los gringos, y uno se pregunta a dónde van los pobres, dónde les permiten mojarse el culo, maldita sea. Y hace un mes, después de una Navidad y un Año Nuevo en casa, ya me había inventado otro viaje: Cartagena de Indias, la ciudad amurallada, esplendorosa y miserable, donde reina el bullicio y el acoso de los vendedores y donde uno se junta con todo mundo y las negras preciosas se dan por manotadas. Llevé a René desde Pamplona a conocer el mar, cancelando así una deuda muy antigua, y me leí Carol y la mitad de otra novela de Patricia Highsmith. Ahora estoy, gracias a los dioses, en las amplias y muy bien cuidadas playas de Rio de Janeiro leyendo a Fonseca en portugués, escribiendo y tomando fotos y cada vez más loco.

Ayer me desperté temprano y subí las entradas de siete blogs. Escribí sobre el carnaval como una bestia de mil cabezas para Ficciones, mi blog más personal, y subí el texto con una foto de antier: una muchacha casi desnuda que baila en mitad de la calle, en una sopa hirviente de cuarenta grados. Luego salí a fotografiar las pintadas de las retorcidas calles de San Teresa, o las calles pintadas de Santa Teresa para decirlo con exactitud, hasta bajar al centro. Con semejante calor terminé en Cinelândia, pasando por zonas deprimidas y malolientes. La miseria tiene su podrida aroma. Dos vagabundos tristes miraron con codicia mi cámara, el riesgoso  e imprescindible lujo de mis viajes, sin mencionar el portátil y el par de discos duros, y huí espantado. Pasé por una caseta de libros de segunda, mi último coto de caza en este mundo, ya en un territorio más seguro, pero su dueño no abrió. Supongo que se embriagó en el carnaval con los dólares que le di el otro día. Me hubiera gustado conversar con él y comprarle algo más de Rubem Fonseca o Lygia Fagundes Telles. Sé que tiene varios títulos de Clarice Lispector, una novelista famosa por su dificultad. Estuve buscando en el centro de Rio de Janeiro una casa de cambio, pero me dijeron que todo seguía “fechado” en la avenida Rio Branco. Me aconsejaron que fuera a Copacabana. Tomé el metro hasta la estación Cardeal Arcoverde y cambié trescientos dólares en dos casas distintas. De dos, el dólar bajó a 1.95 reales en estos días: la devaluación me costó cinco coca-colas personales. Rio es escandalosamente cara, casi tan cara como Nueva York, madre mía. Compré agua y un remedio para la tos, que me sigue azotando. Y busqué un pozo de sombra en la avenida Atlántico (que separa la playa, el mar y la ciclovía de los edificios y los hoteles más caros -léase quinientos o más dólares por noche) para escribir un rato. Tengo una idea que puede funcionar, algo que soñé hace dos o tres noches. Volví a ver a mi viejo amigo Carlos Drummond de Andrade y nos tomamos otra foto. No bebe desde el 17 de agosto de 1987 y entiendo que tampoco fuma. No dice nada. Pero sus antiguas palabras me estremecen hasta los huesos: "¿Por que Deus é horrendo em seu amor?"  Se trata de la última línea de "A Santa", el poema sobre una mujer sin nariz que hace milagros. Parece un recuerdo de la propia niñez del poeta. El y otros muchachos le llevaban alimentos y ofrendas a la santa y la contemplaban petrificados de miedo. No dice nada, pero sigue ahí, firme, de espaldas a la playa, muy sereno y seguramente muy feliz porque todas las muchachas lo abrazan para tomarse una foto. 

Me divertí con la cámara el resto de la tarde. Recorrí toda Copacabana, hasta el hotel donde me hospedé en 2010, y una parte del otro lado del paraíso: Ipanema. Una mujer se me acercó pero no entendí su conversación. Le dije que no hablaba portugués y dejé que se fuera. Tal vez buscaba un cliente o tal vez solo quería que le tomara una foto.  De alguna manera nos hubiéramos entendido, pero no me inspiró confianza. Al contrario de Blanche Dubois, el personaje de Un tranvía llamado Deseo, nunca he confiado en la bondad de los extraños. Antes de encaminarme a Copacabana, incluso antes de llegar al centro, almorcé ("costeleta do porco") junto a unos argentinos (uno de ellos con argolla de marrano en la nariz y gruesas arandelas dentro de los lóbulos de sus pobres orejas)  pero no les hice conversación, por supuesto, y me bebí una cerveza en la playa junto a unos colombianos muy felices. Vienen de Cali y Medellín. Intercambiaban las trivialidades propias de las personas que no tienen nada que hacer y que llevan ya muchos días viajando juntas. No me dieron ganas de entrar al juego. Me sentí muy extraño, muy solo en Ipanema, con tanta belleza y sin nadie para compartirla. Sigue por acá la Garota de Ipanema con su lento caminado, con su sensualidad, con su belleza perturbadora:

Moça do corpo dourado, do sol de Ipanema.
O seu balançado é mais que um poema.
É a coisa mais linda que eu já vi passar.

Tanta belleza hiere. Tanta piel. Hasta el mismo mar parece una piel dorada con la perezosa caída del sol. Una muchacha abandonó un resto de besos y se humedeció con una ola para apartarse la arena de la tarde. Otra cubrió su esplendorosa preñez antes de volver a casa. Otras dos jugaban como gatas en la arena: se perseguían, se tumbaban, corrían de la mano. Sus risas y la musicalidad de sus frases me atormentaron hasta los mismos huesos, y sentí la saliva como una pedrada en la garganta. La soledad no sabe bien con los lugares paradisíacos. La soledad tampoco sabe bien con el vino y las comidas exquisitas. Se lleva con el tabaco, remedio para melancólicos, pero ya dejé de fumar, maldita sea. Creo que desde mediados del siglo XIX. Me emborracho una vez cada tres años y me espantan las putas día y noche. Ni siquiera le debo plata a nadie, es el colmo. Así voy camino a la santidad y terminaré (aburrido en un nicho y con los brazos extendidos) como San Triunfo I, patrono de las desesperadas, especialista en preñeces y maridos descarriados.

Me tendí en la playa a oír a un cantante callejero, una gran voz, exquisita y educada, y un guitarrista prodigioso, después de la magia de la luz de la tarde. Me pregunté entonces cómo pudo llegar a esto, a cantar para gente de paso, por unas miserables monedas. Sus cabellos largos y sus sandalias maltratadas me hicieron pensar en el hombre que nunca fui, desdichado sí pero ya nunca más muerto de hambre, vagabundo sí pero con una casa tibia en el corazón. Oscureció despacio. Luego me levanté y caminé hasta la estación del metro.