El Quijote de Muñoz Molina
Juan Antonio Tirado
19 de julio de 2025
Muñoz Molina, desde su otoño dorado, nos regala un verano con Cervantes, que es un placer para los lectores entregados a la verdadera literatura, la que nace y crece en la trastienda del tiempo, la que enamora y mata, la que se desenvuelve entre gozos y sombras, allí donde las palabras son milagros que desafían a la realidad y a su vez ayudan a limpiar de quimeras lo real, lo que duele y asombra. Hubo un ayer tan remoto, tan a la vuelta de la esquina de los días, en que el autor de El invierno en Lisboa era un niño mulero, un aceitunero de Jaén, un chaval, como tantos, como yo mismo, del hondo sur, a caballo entre una España antigua, anclada en usos casi medievales y otra en la que estudiábamos el bachillerato con la mirada puesta en un venidero día de mañana. Por aquel entonces, lejanos sesenta, Antonio Muñoz Molina jugaba a las palabras y buscaba otros mundos entre la luna de Verne y el Quijote del abuelo, ejemplar de la editorial Calleja impreso en 1881, “con su papel amarillento, que tenía un tacto y un olor de polvo de trigo, con sus tapas rústicas gastadas en los bordes, ligeramente chamuscados”. Un tesoro insólito encontrado en un baúl sin llave.