Mostrando entradas con la etiqueta Casa de citas / Henry Miller. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Casa de citas / Henry Miller. Mostrar todas las entradas

domingo, 20 de octubre de 2024

Casa de citas / Henry Miler / La vejez y la amistad

Henry Miller con Brenda Venus



Henry Miller
LA VEJEZ Y LA AMISTAD

El mayor temor de la gente al pensar en la vejez es que será incapaz de hacer nuevos amigos, mas quien tuvo alguna vez la facultad de cultivar nuevas amistades, no la perderá por viejo que sea. En mi opinión, después del amor, la amistad es lo más valioso que nos ofrece la vida, Nunca he tenido problemas para hacer amigos; de hecho, a veces esa facilidad se ha convertido en un obstáculo. Dice el dicho: “dime con quién andas y te diré quién eres”, pero mucho he reflexionado yo qué tan cierto es esto. Toda la vida tuve amigos provenientes de mundos totalmente disímiles, tuve y sigo teniendo amistad con personas que no son nadie y debo confesar que se cuentan entre mis mejores amigos. He sido amigo de criminales y de ricos despreciables. Mis amigos me mantienen vivo, me han dado ánimo para proseguir y también, muchas veces, me han aburrido hasta las lágrimas. En lo único que insisto con todos mis amigos, sin importar su clase social o su condición, es que hablen con la verdad; si no puedo ser abierto y franco con un amigo, o él conmigo, no me interesa.

La capacidad de ser amigo de una mujer, en particular de la mujer a la que amas es, para mí, la mayor de las proezas. El amor y la amistad rara vez van de la mano. Es más fácil ser amigo de un hombre que de una mujer, sobre todo si es atractiva. En toda mi vida he conocido apenas unas cuantas parejas que son amigos además de amantes.

Al cumplir ochenta, Henry Miller, México, UNAM

Versión: Anibal Leal



sábado, 15 de agosto de 2020

Casa de citas / Henry Miller / Cinq à sept

Labial
París, 2017
Fotografía de Triunfo Arciniegs

Henry Miller
CINQ À SEPT
29 de septiembre de 1978

Brenda Venus / Maestra de seducción


Ese cinq à sept (de cinco a siete) es una hora que en París se relaciona con el sexo. Uno va ostentosamente al café a tomar un aperitivo, pero en realidad a esa hora la ciudad entera nada en sexo.


Querida Brenda
Las cartas de amor de Henry Miller a Brenda Venus
Barcelona, Seix Barral, 1986, p. 145






Casa de citas / Henry Miller / La siesta


Carta de Henry Miller a Brenda Venus

Henry Miller
LA SIESTA
16 de junio de 1976

He intentado echar una siesta. El día se me ha echado a perder en cierta hermosa manera. Después de leer tus dos cartas y de contemplar una y otra vez tus adorables fotografías no puedo trabajar, sólo puedo soñar. Y puesto que no tengo hermosas fotos para enviarte, te mando otras cosas. Desearía poder doblarme y enviarme a mí mismo en un sobre.

Querida Brenda
Las cartas de amor de Henry Miller a Brenda Venus
Barcelona, Seix Barral, 1986, p. 17




Casa de citas / Henry Miller / El Ángel Azul

Marlene Dietrich


Henry Miller
EL ÁNGEL AZUL
27 de enero de 1979

Me he levantado para escribirte cuatro letras porque ocupas mi pensamiento como un íncubo. Mientras salía de la cama recordaba la cita (en alemán) de El Ángel Azul: “Ich bin von Kopf bis Fusz auf Liebe eingesteldt, und das ist meine Welt und sonst garnichts”. Aproximadamente: “De la cabeza a los pies estoy lleno de amor, y ése es mi mundo y no otro”.


Querida Brenda
Las cartas de amor de Henry Miller a Brenda Venus
Barcelona, Seix Barral, 1986, p. 151





sábado, 15 de febrero de 2020

Casa de citas / Henry Miller / París

Zapatos rojos
París, 2017
Fotografía de Triunfo Arciniegas

Henry Miller
PARÍS
29 de diciembre de de 1979

Brenda Venus / Maestra de seducción


Cada vez que miro el reloj calculo rápidamente la hora que es en París, y me pregunto si no te quedaste un poco decepcionada con Nôtre-Dame. Chartres es una catedral muy superior. Pregunta a tu amiga. Todavía sigo tratando de recordar el nombre de mi calle favorita. Puedo darte los nombres de donde empieza y termina, si te sirve de ayuda. Empieza en la Plaza de la Concordia y desciende serpenteando hasta los Gobelins. En la plaza la verás de inmediato, es una calle estrecha y repleta de tiendas de comestibles a ambos lados, con las mercancías apiladas en las aceras. Ah, lo que yo daría por poder deambular por esa calle contigo. ¿Recuerdas Père Goriot de Balzac? Bueno, pues una de las calles que van a dar a la mía es donde Balzac sitúa la casa del Père Goriot. Otra calle es donde vivía el personaje de Confession de Minuit, otro de mis libros franceses favoritos. Empieza más o menos así: “Je me nomine Louis Salavain”. Hay toda una serie sobre él.


Querida Brenda
Las cartas de amor de Henry Miller a Brenda Venus
Barcelona, Seix Barral, 1986, p. 178






miércoles, 12 de febrero de 2020

Casa de citas / Henry Miller / Durrell

Lawrence Durrell
Henry Miller
 LAWRENCE DURRELL
23 de abril de 1977

Brenda Venus / Maestra de seducción


Acabo de recibir carta de Durrell. Es mucho más feliz desde que vive solo. Ha aprendido a cocinar y a llevar la casa y le gusta. Nadie con quien discutir o a quien gritar. Cree haber saltado la peor barrera de esta vida: ¡la necesidad de tener una mujer a mano constantemente!


Querida Brenda
Las cartas de amor de Henry Miller a Brenda Venus
Barcelona, Seix Barral, 1986, p. 96






Casa de citas / Henry Miller / Cometas



Henry Miller
COMETAS
Siempre he admirado a los ancianos chinos (muchos de ellos escritores o filósofos) que dedicaban los últimos años de su vida a hacer volar cometas mientras sus niñas cantoras miraban y aplaudían.


Querida Brenda
Las cartas de amor de Henry Miller a Brenda Venus
Barcelona, Seix Barral, 1986, p. 19




martes, 17 de diciembre de 2019

Casa de citas / Henry Miller / Rajita


Henry Miller y Brenda Venus

Henry Miller
RAJITA
Brenda, es extraño los rodeos que doy al escribirte. Me siento tratando de hablar sobre ti, tu temperamento, tu cuerpo y tu madurez amorosa y acabo escribiendo acerca de cualquier cosa. Podría lamerte entera, y especialmente esa rajita entre tus piernas. Imagino que podría joderte mañana, tarde y noche, pero el sentido común me dice que ello está fuera de cuestión. Pero nadie puede impedirme que te vuelva loca jodiendo con la imaginación. Una de las tragedias de la ancianidad es que uno puede estar muy caliente, y sin embargo no tener una erección.
Permíteme acabar esta nota diciendo que tu cuerpo es una eterna tentación.
Me duele todo debido a mi caída en el cuarto de baño. Así que voy a terminar diciéndote buenas noches, querida Brenda, en todas tus adorables partes.

Querida Brenda
Las cartas de amor de Henry Miller a Brenda Venus
Barcelona, Seix Barral, 1986, pags. 75 - 76




Casa de citas / Henry Miller / La belleza está debajo de la piel

Brenda Venus
Henry Miller

LA BELLEZA ESTÁ DEBAJO DE LA PIEL
A la mayoría de las mujeres realmente hermosas que he conocido parecía faltarles confianza en sí mismas. “La belleza únicamente está debajo de la piel”, como suele decirse. Lo que esas mujeres temen es no poseer el carácter suficiente como para sobreponerse a su belleza.  Con frecuencia se vuelven frígidas o casi. Me alegró saber que tú siempre has estado enamorada. Conozco hombres, incluido algunos franceses, que nunca habían tocado a una mujer hasta haber cumplido los veintiuno. Lo importante no es cuándo empiezas a joder sino cómo lo haces. Con el corazón y el alma o sólo con el coño.


Querida Brenda
Las cartas de amor de Henry Miller a Brenda Venus
Barcelona, Seix Barral, 1986, p. 22





Casa de citas / Henry Miller / Mandrágora



Henry Miller
MANDRÁGORA

Curioso que me contases lo del pene quemado del Capitán John Smith mientras yo te hablaba de la película japonesa en la que la mujer le cortaba el pene al muerto. ¿Sabes por qué trataba de estrangularle mientras le cabalgaba? No sé si sabes que hay una leyenda acerca de los ahorcados, según la cual en el momento en que se rompe el cuello y con éste el córtex, automáticamente se eyacula. Y donde hay una horca crece una planta llamada mandrágora o mandrake, con forma de cabeza humana, y que nace del semen del ahorcado.

Querida Brenda
Las cartas de amor de Henry Miller a Brenda Venus
Barcelona, Seix Barral, 1986, p. 46




viernes, 27 de octubre de 2017

Casa de citas / Henry Miller / Isaac Bashevis Singer

Isaac Bashevis Singer



Henry Miller

ISAAC BASHEVIS SINGER

Maravilloso, terrible y espléndido mundo el de Isaac Bashevis Singer, bendito sea su nombre. Quien penetre en él a fondo no sabe cómo reaccionar, si danzando, cantando o gritando de alegría... Si tuviese hoy que volver a empezar a escribir tomaría como modelo a Singer. Todo lo que hace es perfecto: cuando come, come; cuando canta, canta; cuando camina, camina... no vacila nunca. Es un escritor que puede enloquecer a quien sepa aprender la melodía que discurre por sus líneas y el sentido que en ella se encierra.

Isaac Bashevis Singer / El triunfo de una literatura marginal




viernes, 24 de febrero de 2017

Casa de citas / Henry Miller / Muhammad Alí



Henry Miller
 MUHAMMAD ALÍ
15 de septiembre de de 1978

Mañana por la noche (viernes) es el combate Alí-Spinks. Alí dijo ayer: “Imagínese, las entradas van a 200 dólares. Y todos esos tipos blancos gastándose semejante pastar por ver pegarse a dos negros”. Espero ciertamente que gane. Es el tipo más espectacular del mundo. El negro que no quiso la mierda del blanco. ¡Bravo! Incluso a una sureña tiene que gustarle. Y cuando se refiere al profeta Muhammad siempre dice “Muhammad el árabe” para diferenciarlo de Muhammad Alí.



Querida Brenda
Las cartas de amor de Henry Miller a Brenda Venus
Barcelona, Seix Barral, 1986, p. 141



viernes, 5 de diciembre de 2014

Casa de citas / Anaïs Nin / De cómo en la vida encontré a Henry Miller

Anaïs Nin, 1934
Anaïs Nin
DE CÓMO EN LA VIDA 
ENCONTRÉ A HENRY MILLER

I

Me hace pequeñas bromas. Me mordisquea las orejas y me be­suquea; a mí me gusta su fiereza. Me empuja al sofá, pero consigo zafarme. Soy consciente de su deseo. Me gusta su boca y la fuerza experta de sus brazos, pero su deseo me espanta, me repele. Creo que es porque no lo amo. Me ha excitado pero no lo amo, no lo de­seo. En cuanto me doy cuenta de esto (su deseo apunta hacia mí y es como una espada entre nosotros), me libero y me marcho sin herirle en parte alguna.

II

Unos pocos días después me encontré con Henry. Estaba espe­rando que llegara el momento de encontrarme con él, como si tal cosa fuera a resolver algo, y así fue. Al verle, pensé: «He aquí un hombre a quien yo podría amar.» No tuve miedo.

III

Me siento absorbida por Henry, que es inseguro, crítico consigo mismo y sincero. Regalarle dinero me produce un placer enorme y egoísta. ¿En qué pienso cuando estoy sentada junto al fuego? En sacar un montón de billetes de tren para Henry; en comprarle Albertine disparue. ¿Que Henry quiere leer Albertine disparue? Rá­pido, no me sentiré feliz hasta que tenga el libro. Soy idiota. A nadie le gusta que le hagan estas cosas, a nadie más que a Eduardo, e in­cluso él, depende del humor de que esté, prefiere la indiferencia ab­soluta. Me gustaría darle a Henry un hogar, comida estupenda, una renta. Si fuera rica, no lo sería por mucho tiempo.






martes, 28 de mayo de 2013

Casa de citas / Anaïs Nin / June


June

Anaïs Nin
JUNE
Diciembre de 1931
Traducción de María José Rodellar
  

Un rostro de una asombrosa blancura, ojos ardientes. June Mansfield, la esposa de Henry. Mientras venía hacia mí avanzando desde la oscuridad de mi jardín hacia la luz de la entrada, vi por primera vez a la mujer más hermosa de la tierra.
Hace años, cuando trataba de imaginarme la auténtica belleza, me forjé en mi mente una imagen que correspondía exactamente a este tipo de mujer. Incluso había imaginado que sería judía. Hace mucho tiempo que conocía el color de su piel, su perfil, sus dientes.
Su belleza me embargó. Mientras permanecía sentada frente a ella, me di cuenta de que sería capaz de hacer cualquier locura por aquella mujer, lo que me pidiera. Henry se desvaneció. Ella era el color, la brillantez, lo extraño.

Su papel en la vida la tiene absorbida. Sé muy bien por qué: su belleza le acarrea dramas y acontecimientos. Las ideas significan poco. Vi en ella una caricatura de personaje teatral y dramático. Disfraz, actitudes, forma de hablar. Es una actriz soberbia. Sólo eso. No he podido llegar a su interior. Todo cuanto Henry había dicho de ella es cierto.
Al final de la velada, yo era como un hombre, estaba profun­damente enamorada de su rostro y de su cuerpo, que prometía tanto, y odiaba el ser que los demás habían creado en ella. Los de­más sienten gracias a ella; y gracias a ella, componen poemas; gra­cias a ella, odian; y otros, como Henry, la aman aunque les pese.
June. Soñé por la noche con ella, soñé que era enormemente pequeña, además de frágil, y la amaba. Amaba la pequeñez que se me había hecho visible al oírla hablar: el desproporcionado orgullo, un orgullo herido. No tiene seguridad, y sí unas ansias insaciables de admiración. Vive del reflejo de sí misma en los ojos de los de­más. No se atreve a ser ella misma. June Mansfield no existe. Y ella lo sabe. Cuanto más la aman, más lo sabe. Sabe que hay una mujer muy hermosa que anoche percibió mi inexperiencia y trató de ocul­tar la profundidad de su saber.
Un rostro de una blancura asombrosa retirándose a la oscu­ridad del jardín. Al irse, posa para mí. Siento ganas de echar a correr y besar su fantástica belleza, besarla y decir: «Te llevas con­tigo un reflejo de mí, una parte de mí. Había soñado contigo, de­seaba que existieras. Formarás siempre parte de mi vida. Si te amo será porque hemos compartido en algún momento las mismas fan­tasías, la misma locura, el mismo escenario.
«La única fuerza que te mantiene entera es tu amor por Henry, y es por eso por lo que lo amas. Te causa daño, pero mantiene uni­dos tu cuerpo y tu alma. Te integra. Te azota y te flagela hasta conferirte entereza. Yo tengo a Hugo.»

Quería volver a verla. Pensaba que a Hugo le encantaría. Me parecía perfectamente natural que le gustara a todo el mundo. Le hablé de ella a Hugo. No noté celos de su parte.
Al surgir nuevamente de la oscuridad, me pareció todavía más hermosa. También más sincera. «La gente siempre es más sincera con Hugo», me dije a mí misma. Me dije también que era porque se encontraba más a gusto. No podía descifrar lo que de ello pensaba Hugo. Ella se dirigió arriba, a nuestra habitación, a dejar el abrigo. Se detuvo un segundo en mitad de las escaleras, donde la luz la hacía realzar sobre el fondo turquesa de la pared. Cabello rubio, tez pálida, demoníacas cejas angulares, una sonrisa cruel con un hoyuelo cautivador. Pérfida, infinitamente deseable, me atraía hacia ella como hacia la muerte.
Abajo, Henry y June formaban una alianza. Nos contaban sus peleas, rupturas, guerras el uno contra el otro. Hugo, que se en­cuentra incómodo cuando se habla de emociones, trató de limar las asperezas con bromas, serenar la discordia, lo feo, lo espantoso para aligerar sus confidencias. Igual que un francés, afable y razo­nable, hizo disolverse toda posibilidad de drama. Pudo producirse allí una escena feroz, inhumana, horrible, entre June y Henry, pero Hugo impidió que nos diéramos cuenta de ello.
Luego le hice ver que había impedido que viviéramos, que había hecho que un instante de vida pasara ajeno a él. Me avergonzaba su optimismo, su intento de suavizar las cosas. Lo comprendió. Pro­metió recordarlo. Sin mí, quedaría totalmente anulado por su cos­tumbre de seguir los convencionalismos.

La cena fue alegre. Tanto Henry como June tenían mucho ape­tito. Luego fuimos al «Grand Guignol». En el coche June y yo nos sentamos juntas y charlamos en armonía.
–Cuando Henry te describió –dijo–, olvidó las partes más importantes. No eras tú en absoluto. –Lo supo de inmediato; nos habíamos entendido mutuamente, habíamos captado cada una los detalles y matices de la otra.
En el teatro. Cuan difícil es fijarse en Henry cuando ella está allí sentada, resplandeciente, con su rostro como de máscara. Des­canso. Ella y yo queremos fumar, Henry y Hugo no. Al salir, me­nudo revuelo armamos. Le digo:
–Eres la única mujer que ha respondido a las exigencias de mi imaginación.
–Menos mal que me voy –responde–. No tardarán en desenmascararme.
Ante una mujer carezco de recursos. No sé tratar a las mujeres. ¿Dirá la verdad? No. Me había hablado en el coche de su amiga Jean, la escultora y poetisa.
–Jean tenía un rostro hermosísimo. –Y añade con premu­ra–: No estoy hablando de una mujer corriente. El rostro de Jean, su belleza, era como la de un hombre. –Se detiene–. Las manos de Jean eran preciosas, muy flexibles de tanto manejar el barro. Tenía los dedos afilados. –¿Qué es este enfado que siento al oír las ala­banzas que de las manos de Jean hace June? ¿Celos? Y su insistencia en que su vida ha estado llena de hombres y no sabe cómo actuar delante de una mujer. ¡Mentirosa!
Mirándome intensamente, dice:
–Pensaba que tenías los ojos azules. Son extraños y hermosos, grises y dorados, con esas pestañas largas y negras. Eres la mujer más grácil que he conocido. Cuando andas te deslizas.
Hablamos de los colores que nos gustan. Ella siempre viste de negro y violeta. Volvemos corriendo a nuestros asientos. Se vuelve constante­mente hacia mí en lugar de hacia Hugo. Al salir del teatro la cojo del brazo. Entonces ella pone su mano sobre la mía; las entrela­zamos.
–En Montparnasse, el otro día, me dolió oír tu nombre –dice–. No quisiera que ningún hombre de poca monta tuviese que ver con tu vida. Me siento... protectora.
En el café advierto cenizas bajo la piel de su rostro. Desinte­gración. Siento una terrible ansiedad. Siento ganas de abrazarla. Noto cómo retrocede hacia la muerte y yo estoy dispuesta a acoger la muerte para seguirla, para abrazarla. Se muere ante mis ojos. Su belleza provocadora y sombría se apaga. Su extraña, masculina fuerza.
No distingo el sentido de sus palabras. Me fascinan sus ojos y su boca, esa boca descolorida, mal pintada. ¿Sabe que me siento inmóvil y prendida, perdida en ella?
Se estremece de frío bajo la ligera capa de terciopelo.
–¿Quieres que comamos juntas antes de que te vayas? –le pregunto.
Le alegra marcharse. Henry la ama de modo imperfecto, brutal. Ha herido su orgullo deseando lo contrario de lo que es ella: mu­jeres feas, vulgares, pasivas. No soporta su positivismo, su fuerza. Ahora odio a Henry, intensamente. Odio a los hombres que temen la fuerza de las mujeres. Probablemente Jean amaba su fuerza, su poder destructivo. Porque June es destrucción.

Mi fuerza, según me dice Hugo más tarde, cuando descubro que no aguanta a June, es suave, indirecta, delicada, insinuante, creativa, tierna, femenina. La de ella es como de hombre. Hugo me dice que tiene un cuello masculino, una voz masculina y manos tos­cas. ¿Es que no me he dado cuenta? No, no me he dado cuenta, o, si me doy cuenta, no me importa. Hugo admite que está celoso. Desde el primer momento se han tenido antipatía.
–¿Es que piensa que con su sensibilidad y sutileza femeninas puede amar algo de ti que yo no haya amado?
Es cierto. Hugo ha sido infinitamente tierno conmigo, pero en tanto él habla de June yo pienso en nuestras manos entrelazadas. Ella no alcanza el centro sexual mismo de mi ser que alcanzan los hombres; no se acerca. Entonces, ¿qué es lo que despierta en mí? He deseado poseerla como si un hombre fuera, pero he querido también que me amara con los ojos, con las manos, con los senti­dos que sólo poseen las mujeres. Es una penetración suave y sutil.

Odio a Henry por atreverse a herir su enorme y vano orgullo. La superioridad de June provoca el rechazo, e incluso un sentimien­to de venganza, en Henry. Pone sus ojos en la sumisa y ordinaria Emilia, la criada. Su ofensa me hace amar a June.
La amo por lo que se ha atrevido a ser, por su dureza, su crueldad, su egoísmo, su perversidad, su demoníaca fuerza destruc­tora. Me aplastaría sin la menor vacilación. Se trata de una perso­nalidad llevada al límite. Adoro el valor con que hiere y estoy dis­puesta a sacrificarme a él. Sumará mi ser al suyo. Será June más todo lo que yo contengo.


Anaïs Nin
Henry y June / Diario inédito
Plaza & Janés Editores, Barcelona, 1987, pp. 20-24

lunes, 27 de mayo de 2013

Casa de citas / Anaïs Nin / Henry Miller

Henry Miller

Anaïs Nin
HENRY MILLER

Diciembre de 1931
Traducción de María José Rodellar

He conocido a Henry Miller.
Vino a comer a casa con Richard Osborn, un abogado a quien tuve que consultar sobre el contrato del libro de D. H. Lawrence.
Al salir él del coche y dirigirse a la puerta, donde yo esperaba, vi a un hombre que encontré agradable. En sus escritos es osten­toso, viril, animal, magnífico. «Un hombre que se emborracha de vida –pensé–. Como yo.»
En mitad de la comida, mientras hablábamos seriamente de libros y Richard se había abandonado a una larga perorata, Henry se echó a reír.
–No es de ti de quien me río, Richard –dijo–, pero no puedo evitarlo. Me importa un comino, ni un comino siquiera, quién tiene razón. Soy demasiado feliz. En este preciso instante me siento feliz con todos los colores que me rodean, y el vino. Es un momento ma­ravilloso, maravilloso. –Poco faltó para que se le saltaran las lá­grimas de la risa. Estaba borracho. También yo lo estaba bastante. Tenía calor y me sentía mareada y contenta.
Charlamos durante horas. Henry dijo las cosas más ciertas y profundas que he oído, y tiene una peculiar manera de decir «hmmm» en tanto se adentra en su propio viaje introspectivo.


Anaïs Nin
Henry y June / Diario inédito
Plaza & Janés Editores, Barcelona, 1987, p. 14