jueves, 28 de abril de 2022

Triunfo Arciniegas / Lecciones de escritura VI

 



LECCIONES DE ESCRITURA VI

Si la coma borrada en la mañana reaparece en la tarde o lo contrario, si la coma recién nacida muere en trágicas circunstancias, si toda la jornada de trabajo se reduce al trasteo de una coma, el texto alcanzó su punto, y usted tiene dos opciones. O deja reposar el texto unos cuantos meses o unos cuantos años para darle una nueva y definitiva mirada o lo entrega al editor con la certeza de que usted ya no es más. Ya no da más. Uno propone y el editor dispone. Y si hay libro, si hay tal dicha, entra el lector, que salva o hunde el texto donde usted dejó al tripas.

Al lector, que en realidad no le importa el pedregoso esfuerzo del escritor, ignora la batalla de las comas, las distintas versiones del texto, las páginas que terminaron en la basura, las circunstancias de hambre o gozo. No advierte la sangre derramada ni los cuervos que picotean los ojos de los guerreros caídos en combate. Nada sabe de las sucesivas capas de la excavación. El lector disfruta o padece el texto y nada puede hacer el escritor. Unos textos mueren pronto y otros, más bien pocos, sobreviven a los breves días del autor.


Bogotá, 28 de abril de 2022



miércoles, 27 de abril de 2022

Lecciones de Gramática / Aitor Arjol

 




Aitor Arjol

 LECCIONES DE GRAMÁTICA

Un hombre nunca es disparado, sino que recibe disparos. Solo son disparados los proyectiles, las balas, los cohetes y las flechas. Lo mismo aplica cuando te dan una patada en el trasero, que no eres sino que sales disparado. Perlas del periodismo ecuatoriano.


Así lo señala Fundeu:


Por influencia del verbo inglés to shoot, que permite este tipo de construcciones, se ha extendido en la prensa este uso inadecuado: «Cinco personas fueron disparadas por culpa de una discusión en un partido de baloncesto» o «La mujer disparada en Galapagar por su expareja sigue en estado muy grave».


Sin embargo, la Gramática académica censura este uso y aclara que solo se pueden disparar armas o cámaras fotográficas y al tiempo explica que este verbo también se puede aplicar a lo que sale disparado (es decir, balas, proyectiles, cohetes, flechas, etc.).


Por esta razón, en los ejemplos anteriores habría sido preferible escribir «Cinco personas reciben disparos por culpa de una discusión en un partido de baloncesto» y «La mujer a la que disparó su expareja en Galapagar sigue en estado muy grave».

lunes, 25 de abril de 2022

Triunfo Arciniegas / Bogotá, mi perversa amada

 



Triunfo Arciniegas

BOGOTÁ, MI PERVERSA AMADA

21 de abril de 2022


Es como una mala mujer sin cuya  presencia la vida es imposible. Casi no puedo respirar junto a su cuello y dejo de hacerlo en la distancia. Tengo con Bogotá una relación absolutamente masoquista. Le debo mucho pero acá nunca he sido feliz.


Lo primero que hice esta tarde, al llegar al hotel, fue lustrar los zapatos, a pesar del cansancio porque fue un vuelo demorado y anoche no dormí un solo segundo, tal vez para arrancarme el aire tan provinciano que llevo marcado a sangre y fuego desde los pies a la cabeza. 


Fue un vuelo con tres horas de retraso y sin compensación alguna por parte de la aerolínea. Ni una taza de café. Además, para colmo de males, tuve que esperar mi equipaje casi dos horas. ¿Cómo es posible que uno recorra más de quinientos kilómetros en menos de una hora y deba esperar una maleta, de pie y con dolor de espalda, casi dos, y con el único paisaje de una banda que da vueltas y vueltas porque no tiene más nada que hacer en la vida? El aviso luminoso dice que espere el equipaje en la banda doce, y ahí me planto, hasta que llegan las maletas de todo el mundo menos la mía. Pregunto y a su vez me preguntan, y me dicen que vaya a la banda diez. ¿Entonces los avisos luminosos están divulgando información falsa?  La campaña electoral lo contamina todo. Pero no, voy a la banda diez y solo hay una pequeña maleta azul, inalcanzable, en una banda muerta, tal vez baleada por las otras bandas, cuentas pendientes en las que no me corresponde meter las narices, y una pobre señora que se pregunta cómo llegar hasta la maleta azul. “Camine por encima”, le digo, y no me río de la obviedad de mi propio consejo por motivos de cansancio. A la señora le va a quedar difícil caminar por debajo. Que me siga en las redes para más consejos.


Y ahí estoy, más agotado que furioso, en camino a una oficina, donde me recomiendan que vaya a la sección de equipaje sobredimensionado. ¿Y cómo no va a estar sobredimensionado si vengo de un encierro de veintisiete meses bien contados y con siete propuestas para los editores? Antes de viajar uno debería hacer un curso de adivino para localizar la maleta de inmediato. Y ahí está, por fin, la sobredimensionada, tan gorda como yo, tan maltratada y empolvada. “Es de las antiguas”, dirá luego el botones. “Solo he visto dos en la vida”, aclarará sin que nadie se lo solicite. Voy a pensar, pero no lo diré porque voy a seguir más agotado que perverso: La otra es la maleta de su madre. Y ojalá no repare en el polvo, porque lo mismo.


Salgo a la divina luz de la tarde arrastrando mi sobredimensionada y otras dos, una con mi cámara y los celulares y los cuadernos de viaje, y otra con bolsos y otras bellezas de Trespiés, porque soy un nada práctico caracol miope que viaja con la casa a cuestas. Y ahí están todavía esperando aunque sé que sospecharon que me había volado a Venecia o París. Pasa un modesto taxi con un letrero: "El chamizo”. Le pregunto a la dulce muchacha si nos vamos en ese chamizo y me responde, con sus sonrientes ojos, porque el tapabocas no me permite contemplar su boca, que acá no tratan tan mal a los escritores. Luego me entero que la empresa cobra más de cincuenta mil pesos por cada escritor que transporta del aeropuerto al hotel. Con ese dinero casi se hace el viaje redondo de Pamplona a Cúcuta. Bogotá está por las nubes, no solo por sus 2700 metros más cerca de las estrellas, que no se comen, sino sobre todo por los precios.


En ninguna otra parte del mundo me siento tan mal vestido como acá. En Pamplona salgo a la esquina por el pan hasta con las camisas rotas que uso para pintar y en México me paseo con otras que envidirían los payasos o los cantantes de música guapachosa. En Cúcuta, tierra de nadie, salen en pantaloneta y chancletas y hasta sin camisa, como si nada. En Río de Janeiro uno puede pasear casi en pelota y la gente, con esa relación tan bella con el cuerpo, ni se da cuenta. Viejos y adolescentes, bellos y feos, gordos y flacos, recorren Copacabana como si fuese el paraíso. Perdón por mi torpeza: es el paraíso. En Nueva York o Los Ángeles a uno le hacen falta trapos para competir con tanto loco suelto. Las ciudades son mujeres, complejas e infinitas, y todas huelen distinto. Nueva York es como el pan recién sacado del horno, qué locura, ni siquiera París, tan legendaria, me conmueve tanto, me hace cerrar los ojos y decirme: estoy acá, benditos sean los dioses.


En Bogotá hay que conservar las formas. El padre Marino Troncoso, entonces director de la maestría que cursaba hace unos treinta años en la Pontificia Universidad Javeriana, donde finalmente me inventó la generosa beca Fumio Ito y a quien le dediqué “Caperucita Roja y otras historias perversas”, tomó mis manos entre las suyas, él sentado y yo pie de pie, y dijo: "El mismo campesino imbécil”.


Con razón era él único al que los vigilantes le exigían documentos. Me veían como mosca en leche. Entre tanto niño bonito y reinas de belleza, era el espía que vino del páramo. Me enfurecía con los vigilantes pero ahora entiendo su elemental mirada y, por otra parte, nadie me quita lo mirado, en mí más arraigado incluso que lo bailado. Soy una cámara fotográfica con patas. Con putas patas. Llegaba temprano a la Javeriana y me sentaba a contemplar en sitios estratégicos. Soy lector de piernas. Soy hombre de piernas desde chiquito. Una vez, en una de las empedradas calles de Málaga, derramé el almuerzo de mi padre por seguir el hechizo de un caminado. Sólo por contemplar la cadencia de las cubanas vale la pena hacer el viaje al malecón de La Habana. “La belleza está en el caminado”, dice María Félix. Y explica que de nada le sirve la gracia a una mujer si camina como Chencha.


En Bogotá viví la peor traba de mi vida. Fui a pagar un chicle en una venta callejera y el resplandor de la moneda, que terminó en el piso, me mandó al carajo. Me sumergí en otro mundo, donde la gente se doblada como si fuese de plastilina e insistía en tocarme cuando era yo que avanzaba entre la multitud de la carrera séptima como un borracho. Me pregunté qué hacían mis padres en Bogotá. La situación continuó hasta que di con uno de los compañeros de la maestría, lo abracé y le rogué que me acompañara. Me dejó frente al edificio donde vivía Evelio Rosero con Paula Sanmartin, en La Candelaria. Evelio se asomó a la ventana y bajó a rescatarme del delirio. Me sometió a un riguroso interrogatorio hasta dar con el pastel que me dio Juan Carlos Moyano en su casa sin advertirme de sus ancestrales ingredientes. La traba fue bajando pero yo seguía teorizando sobre el ser ahí y el estar ahí, una conferencia inédita hasta el momento y que francamente no termino de entender. Aquella tarde se acabó mi amistad con el escritor y teatrero Moyano, pero Evelio sigue en el cuarto del corazón destinado a los afectos eternos.


A Bogotá vuelvo una y otra vez, como una maldición, desde cuando el almuerzo común y corriente o corrientazo, como le dicen los bogotanos, valía noventa pesos, hasta ahora que va por los nueve mil. Benditos sean los dioses. Y no lo digo de manera irónica porque en estos tiempos tan sensibles no quiero que me parta un rayo. Los dioses siguen con sus antiguos métodos.


En una ciudad tan hipócrita, mis gestos resultan bruscos y hasta groseros. Acá se finge el aprecio porque les interesan sobre todo las buenas maneras, y el amor es más lujurioso. Después de tanta compostura y frases tan educadas, entonadas con ciertos elegantes matices, en la intimidad se desatan. En la cama las buenas maneras importan un culo. Lo que importa es otra cosa. Y es uno de los secretos bogotanos para sobrevivir.


De Bogotá se mencionan el caos y los trancones, los ladrones, las putas y los políticos, por supuesto, pero no los magníficos amantes. Mientras las calles se comportan como serpientes enloquecidas, otros inventan el deseo.


Bogotá, 21 de abril de 2022


(Autorretrato con Bogotá desde el hotel Hilton)

José Emilio Pacheco / La lectura como placer




LA LECTURA COMO PLACER*

José Emilio Pacheco


I

“La literatura”, dice Katherine Anne Porter, “es una de las pocas felicidades del mundo”. Reivindicaba así el derecho de leer como un espacio de goce que debe estar al alcance de todo ser humano por voluntad propia, de ningún modo como algo impuesto u obligatorio. Leer con la naturalidad con que respiramos y hablamos. Leer como una parte indispensable de la vida, como un medio para vivirla de la mejor manera posible.


Unos cuantos años han transcurrido entre el derrumbe del muro de Berlín y las inexpresables tragedias de Bosnia y Ruanda. Ya este breve periodo también puede caber entre un título de Dickens y otro de Balzac: Grandes esperanzas y Las ilusiones perdidas. Por vez primera desde que se inventó la idea del progreso y la edad de oro se situó ya en un pasado inmemorable sino en un porvenir al alcance de la razón y el esfuerzo humano, sentimos que nos estamos quedando sin futuro: el mañana, tememos, será necesariamente peor que este presente asediado por nuestras lamentaciones.


Abrir el periódico, encender el televisor, escuchar la radio producen cada día la sensación de que en todas partes se ha roto el pacto social, volvemos al estado de naturaleza, recaemos en la barbarie. Algunos, como Leonardo Sciascia, atribuyen todo esto a la erosión de la palabra escrita.


II

Un mundo sin lectura es un orbe en que el otro sólo puede aparecer como el enemigo. No sé quién es, qué piensa, cuáles son sus razones. Sobre todo, no tengo palabras para dialogar con él. Por lo tanto sólo puedo percibirlo como amenaza.


El futuro dejaría de serlo si pudiéramos predecirlo. La historia reciente ha desmentido a todos los profetas, lo mismo a quienes aseguraron el apocalipsis que a los que vaticinaron un porvenir de fraternidad, libertad y prosperidad para el planeta entero. Aprendamos la lección de la arrogancia vencida y seamos humildes. No puedo hablar de lo que vendrá y lo ignoro, sólo me es posible referirme a este presente que se me escapa y mientras me ocupo de él se vuelve parte del insaciable pasado.


III

Al tratar el tema es imposible rehuir el verse en el papel de alguien que hace un siglo, en noviembre de 1894, se hubiera presentado en público a intentar la defensa de la diligencia y el barco de vela frente a sus aniquiladores: el ferrocarril y el trasatlántico. Y sin embargo está en la naturaleza del progreso el devorar a sus propios hijos. Hoy nadie que pueda pagarse el avión se sube a un tren, los trasatlánticos fueron desplazados por el jet y sólo se emplean para cruceros. De cualquier modo nada se pierde y todo se transforma. Lo que desaparece de la vida cotidiana —tranvías, fuentes de sodas con mostradores de mármol, la mainstreet tradicional, la granja no tecnologizada— reaparece como Disneylandia, como la nostalgia de lo que no vivimos y nunca fue nuestro. La idealización del pasado ocupa el lugar de la memoria. Esperemos que dentro de veinte años no haya un parque temático dedicado a los libros.


IV

No es posible hablar de estos temas sin plantearse la siniestra duda: defender hoy el libro y la lectura, ¿no equivale a negar la realidad abrumadora y hacer el elogio de la diligencia y el barco de vela? ¿No significa ponerse con los brazos abiertos en medio de las vías sólo para ser arrasado por la locomotora del progreso?


La mínima honradez exige poner las cartas sobre la mesa y presentar mis credenciales. Soy un producto de la imprenta y un adicto a la letra. No pretendo hablar a nombre de nadie sino de mí mismo. Cuando empecé a escribir me enseñaron que el yo era odioso; lo elegante y lo educador resultaba emplear siempre el nosotros. En el fondo de esta regla de buena conducta literaria estaba la ilusión de que existía una comunidad de personas ilustradas o que aspiraban a serlo. Compartían un vocabulario y un código y unas cuantas ideas generales en torno a lo que en este terreno era el bien común.


Ahora lo arrogante y muchas veces intolerable es hablar en primera persona del plural. Antes de decir nosotros, me objetarán con qué derecho me concedo la pretensión de opinar a nombre de quienes no son yo. Es decir, el resto de la humanidad que incluye entre muchos otros millones a los angloamericanos, las mujeres, los jóvenes, las multitudes de todas partes que no han tenido acceso a los libros.


V

Así pues, no miento cuando digo que deseo para todos los habitantes de este siglo y el próximo los beneficios y los placeres que yo mismo he obtenido de los libros y la lectura.


Tampoco falto a la verdad si afirmo que desde la perspectiva más estrecha y egoísta no me pasaría nada en caso de que a partir de hoy no volviera a publicarse jamás una página impresa.


De lo ya acumulado es tan abundante lo que me falta por leer que, aun en el caso más optimista, cuanto me queda de vida no me alcanzará para hacerlo. Como todo escritor, quisiera pensar que mis mejores libros aún están por delante. De todos modos ya he hecho lo que he podido y aun si no hubiera nadie para imprimir mis textos los seguiría escribiendo para mí solo. Siempre he estado de acuerdo con quienes suponen que la actividad literaria lleva su recompensa en su ejercicio.


Al decir lo anterior me siento en ilustre compañía. Hace noventa años Henry Adams también pensó que ante el desarrollo tecnológico, tan adelantado a nuestro desenvolvimiento espiritual e intelectual, no quedaban en el mundo entero más de cien personas capaces de apreciar el arte y el pensamiento, y estos pocos bastaban para constituir un público que justificaba sus esfuerzos.


Racionalmente sabemos que los temores del año 2000 y el peso del nuevo milenio son convenciones que no existen en otras culturas ni en otros calendarios como el hebreo, el chino y el musulmán. Sus días y sus años tienen otras fechas más antiguas o más nuevas, pero siempre menos aterradores.


De nuestros sentimientos nada puede apartar los colores del sol poniente. El sistema de sonido anuncia que es hora de irse. Van a cerrar el edificio que fue nuestro. Al salir a la intemperie seremos extranjeros en el mundo nuevo, sobrevivientes de otro siglo al que se culpará de todo. Con el mismo desdén con que nos referimos a los decimonónicos, la gente nueva que poblará el siglo XXI nos llamará vigesémicos.


VI

Debo equilibrar el tono sombrío de mis palabras anteriores con otra comprobación. Si cuando empecé a escribir, hace más de 35 años, hubiera tenido el honor de dirigirme a ustedes, mis dudas y temores hubiesen resultado muy semejantes o quizás aún más pesimistas. Parecía un suicidio embarcarse en una labor condenada a la extinción bajo lo que Walter Benjamin llamó la tempestad del progreso. Para 1970, me decían, ya no habrá libros, los diarios y las revistas se habrán extinguido, no quedará sobre la tierra un solo lector.


Un mínimo repaso de lo escrito y publicado en las décadas que nos separan de aquellas profecías muestra cómo se equivocaron quienes auguraban la muerte de la lectura y el fin de la letra impresa. Esta aclaración intenta poner las cosas en perspectiva, en modo alguno negar lo que sucede y apartar la vista de los problemas.


Nunca, en ninguna época de la historia, se ha escrito y publicado tanto como ahora. Tampoco nunca hemos sido tantos seres humanos ni se ha abusado a tal extremo de los recursos tan limitados del planeta que nos sustenta. Una consecuencia inevitable de la explosión demográfica es la explosión bibliográfica que paradójicamente se diría la mayor amenaza contra el porvenir de la lectura. Sucede algo parecido a lo que ocurre con la televisión: disponer de 500 canales significa condenarse a no ver realmente ninguno. Entre tantas otras cosas, nuestra era es el tiempo de la desatención. Pasamos por todo sin detenernos en nada. El exceso de información sustituye al saber y lo deteriora. Me alarma y me duele lo que sucede en Sarajevo. Si me piden que explique por qué ocurre encontraría graves dificultades para dilucidarlo. No tengo antecedentes, carezco de perspectiva. Soy como los relojes digitales en que sólo aparece el instante como si no fuera parte de un proceso que viene del pasado y avanza hacia el futuro.


VII

Para la mayor parte de quienes leemos, los libros son la literatura. Basta visitar la librería de un centro comercial o pasearse por una feria del libro para darnos cuenta de que la narrativa, la poesía, el ensayo y el drama constituyen apenas un sector muy reducido del universo bibliográfico, casi una isla en el océano de manuales de autosuperación o de computación, dietas, horóscopos, guías para la sexualidad o para invertir en la bolsa de valores.


Sin embargo todos —libros, nolibros e ilegibros— tienen algo en común: están escritos, bien o mal pero están escritos. Mi hipótesis de trabajo sería que, contra lo que escuchamos a toda hora, el texto en sí mismo no está amenazado. Al contrario, jamás ha tenido la difusión y la omnipresencia de que goza ahora. Esos 500 canales de televisión difunden textos. También los propagan las estaciones de radio y los billones de discos compactos que se están escuchando en este momento. Quizá la historia de la literatura en todas las lenguas contenga menos palabras que las aparecidas sólo el día de hoy en las pantallas de quienes se hallan suscritos a la internet. Nos envuelve la telaraña de los textos que ya han perdido el sustento tradicional del papel.


El papel como lo conocemos tiene menos de siglo y medio. Hacia 1860 empezó a elaborarse a partir de la pulpa de madera. Pese a todos los esfuerzos de reciclaje, estremece pensar en las hectáreas de bosque consumidas por las ediciones dominicales de los periódicos —que son en cerca de un ochenta por ciento de anuncios— y lo que es aún más horrible, aterra recordar que nuestras tentativas literarias también han exigido la desaparición de muchos árboles indispensables para nuestra supervivencia como especie. Para mitigar cualquier sentimiento de culpa, recordemos que el papel de imprimir es nada si se compara con las cantidades de celulosa invertidas en servilletas, clínex, rollos higiénicos, envolturas.


VIII

En el curso de los ochenta el mundo orgánico se pobló con una nueva flora y fauna inorgánica que hoy es parte de nuestro entorno. Computadoras, impresoras y fotocopiadoras personales, faxes, módems, antenas parabólicas, videocaseteras y videocámaras, discos compactos, aparatos de sonido, audiolibros, teléfonos celulares. Todo tan nuevo e inesperado como debe de haber sido para la generación de Henry Adams el cable submarino, la luz eléctrica, el teléfono, el fonógrafo, el cinematógrafo, el ferrocarril subterráneo o los rayos x.


Contra las profecías lanzadas veinte años atrás por Marshall McLuhan, que después de todo no era un enemigo de los libros sino un profesor de literatura, se creyó que procesadoras e impresoras conciliaban la galaxia de Gutenberg con los medios electrónicos. Por vez primera en la historia, sin mayor entrenamiento técnico y sin movernos del escritorio, ustedes y yo podemos producir en pocas horas un libro, digamos de aforismos o de haikús, desde la redacción hasta la impresión y enviarla gratuitamente a los cien últimos lectores de los que hablaba Henry Adams.


IX

Así pues, no hay nada que temer: la literatura y la poesía pueden sobrevivir a despecho de todas las exigencias comerciales, los tabloides televisivos e impresos, las películas sangrientas sobre asesinatos en serie. Como en las artes marciales, las artes de la palabra han tomado su fuerza precisamente del impulso enemigo. Para el ámbito de los negocios y la política jamás ha sido tan importante escribir bien. La claridad, la economía y la precisión de un párrafo enviado en un fax pueden y deben equivaler a media hora de conversación telefónica.


Si las palabras tienen hoy una dimensión nunca soñada y la importancia de saber escribir la reivindican aun y sobre todo las grandes corporaciones que manejan el mundo, ¿de qué nos lamentamos? Al quejarnos, ¿no defendemos un privilegio inalcanzable para la inmensa mayoría que habita este planeta?


Después de todo, la poesía, la narrativa y el drama son anteriores en muchos siglos a la invención de la imprenta. El libro que durante un breve tiempo fue su vehículo puede desaparecer y la literatura seguirá prosperando porque es parte de la humanidad y la acompañará hasta el final.


X

La gente no lee, decimos una y otra vez. No lee pero emplea muchas horas de su vida envuelta en un mar de historias que salen de una máquina electrónica de narrar. Contempla imágenes pero al hacerlo también escucha textos sin los cuales el relato en imágenes se vuelve incomprensible. No un sabio chino de la dinastía Tang sino un publicista neoyorquino de los veinte dijo, para aplicarlo a su oficio, “una imagen vale más que mil palabras”. Si alguien lo cree al pie de la letra vamos a rogarle que nos cuente una película vista en un avión sin ponerse los audífonos o hablada en una lengua extranjera exhibida sin subtítulos. Por supuesto, no tengo nada contra las imágenes: soy un ávido consumidor de ellas. Pero creo que sólo dicen más cuando las mil palabras nos han dado un contexto. Una de las fotografías realmente dramáticas de la revolución mexicana es aquella de la soldadera asomada al estribo de un vagón que mira con ojos desesperados un horizonte para nosotros fuera de cuadro. Si las palabras no nos han proporcionado al menos una vaga idea de lo que fue esa revolución y del papel que las mujeres desempeñaron en ella, si no sabemos lo que significa el término “soldadera”, la imagen puede resultar tan muda como una página en alfabeto cirílico o un ideograma oriental para quienes desconocemos el código.


La gente, insistimos, se ha olvidado de la poesía, la poesía en que encarna el idioma y lo mantiene en circulación para que no se estanque y se pudra. Sin embargo esa misma gente vive, e incluso camina, escuchando canciones. Sus letras constituyen poemas buenos o malos, están escritas en versos rimados o ritmados, los primeros recursos mnemotécnicos de cada idioma, sus armas iniciales para volverse memorable. Nunca antes de la electrónica las manifestaciones rítmicas del lenguaje tuvieron una ubicuidad comparable.


En los países más desarrollados del mundo o en el nuestro donde la mayor parte de la población vive bajo el umbral de la miseria, se considera un gran éxito que un libro de sus mayores poetas, los más estudiados, celebrados y difundidos, venda más de mil ejemplares. No obstante, una lectura pública de poemas suele congregar a miles de espectadores. Diez mil personas, casi todas jóvenes, asisten a un teatro para escuchar y aplaudir a los poetas y muchas veces pedirles que repitan un número como si fueran cantantes de ópera o de rock. En el vestíbulo, casas editoras grandes y pequeñas ofrecen en venta los libros y folletos en donde están impresos los mismos poemas que leídos —muchas veces sin arte ni gracia— por sus autores causaron tanto entusiasmo. Se creería, en un cálculo muy pesimista, que al menos el uno por ciento de los asistentes se llevará a casa un libro. Es decir, al terminar la ceremonia, se venderán los consabidos mil ejemplares. No es así: se compran quince o veinte a lo sumo.


XI

Vuelvo a mi principio y al comienzo del siglo. ¿No tendré que aceptar ante el lector de estas reflexiones que soy el sobreviviente de un pasado abolido, el vestigio de otra época, incapaz de admitir, porque no conviene a sus intereses, que la literatura ha vuelto a sus orígenes orales, a la oralidad en que vivió por muchos más siglos de los que dependió de la imprenta? ¿No sonaré como el barbero de 1910 que ante la aparición de la hoja de afeitar y la rasuradora eléctrica insistía en que nada cumplirá sus funciones con la eficacia de la navaja libre? ¿Como el periodista del otro fin de siglo, habituado a mojar la pluma en el tintero y a ver que sus artículos se compusieran letra por letra, que frente al linotipo capaz de producir renglones en lingotes de plomo creyó muerto el arte tipográfico y al ver la máquina Remington la juzgó una mecanización enemiga del pensamiento claro y la buena prosa?


Sin miedo al anacronismo ni a la opción por las causas perdidas, quiero proponer no tanto una defensa sino un elogio del libro y la lectura. Si toda la ética se resume en la frase “No hagas a los demás lo que no quieras para ti mismo”, a nadie le hace daño mi propuesta: Haz cuanto esté a tu alcance para que los demás obtengan el placer que los libros te han dado día tras día durante más de medio siglo.


Ezra Pound habló en un poema de lo que serían los Estados Unidos si los clásicos tuvieran más circulación. Pienso por mi parte en lo que México sería si los mexicanos tuvieran en el campo literario el cinco por ciento de la sabiduría técnica y la información histórica que poseen acerca del futbol.


Sin duda el desnivel se debe a que el futbol es un espectáculo de masas y un gran negocio y la literatura no, excepto para uno entre cada mil escritores. Ni siquiera vale la pena comparar el dinero invertido en una y otra actividad o los espacios que los periódicos, la radio y la televisión dedican a las artes frente a las secciones consagradas a los deportes que han dejado de serlo para transformarse en variantes de la guerra.


Aprovechemos otra vez la fuerza del contario. Pensemos en la estrategia futbolística aplicada a la lectura. Nunca es tarde para empezar, pero todo se facilita si el hábito comienza en los primeros años. Se dice que quien ha adquirido desde muy temprano la alegría de leer puede tener la certeza de que nunca será completamente desdichado. No es lo mismo aprender naturalmente nuestra lengua materna que asistir a horas fijas a un laboratorio de lenguas y presentar exámenes.


XII

Recurro de nuevo al “yo” antes odioso y ahora indispensable. Leo y escribo porque tuve la fortuna, en un lugar tan dolorosamente injusto como es México, de nacer en una familia que tenía si no grandes recursos al menos los suficientes para comprar libros. Como es natural, no empecé leyéndolos. Primero desarrollé el gusto, innato en todos nosotros, por escuchar historias y luego quise imaginármelas a partir de la letra impresa.


Por obra de ese azar que hace de cada persona un ser único que no existió antes ni se repetirá, me tocó pertenecer a la última generación de la radio y a la primera de la televisión. La radio de entonces era lo que es hoy el televisor: un manantial de relatos. Ni la oralidad ni las imágenes me apartaron de la lectura. He visto miles de películas, escuchado discos también por millares. Son incontables los cómics, las revistas y los periódicos que he tenido bajo mis ojos. A pesar de ello no he pasado un solo día sin un libro en mis manos.


XIII

No creo, pues, que los medios sean necesariamente enemigos. La televisión ha estimulado a algunos a cometer crímenes y a otros a ir a la biblioteca o a la librería para leer acerca de lo que han visto.


Mi buena suerte, la misma que deseo para todos, fue tener abuelos, padres y profesores que nunca me impusieron la lectura como una obligación o como una carga sino justamente como un placer. La palabra “placer” se ha vuelto sospechosa y en este caso tendería a despertar resonancias del consentimiento e indisciplina. Se trató en realidad de lo contrario. Desde que a los cinco años aprendí a leer de corrido, me compraban un libro, cada semana. No podía obtener otro hasta que demostraba haberlo leído y entendido. Por fortuna no hubo nada en mí de niño prodigio. El aprendizaje de la lectura fue lento y gradual. Comencé por lo más sencillo y tardé mucho en llegar a los que llamamos libros “serios”, como si los otros no lo fueran también.


XIV

Quizá la prudente ración del libro por semana contribuyó a que no me canse de admirar la obra maestra de la tecnología que es en sí mismo el libro como objeto: una cajita en que se guardan páginas luminosas e inertes. Puedo llevarlo a todas partes y no necesita baterías. Es frágil y resistente. El fuego, el agua y los insectos pueden destruirlo, pero está a prueba de averías y descomposturas internas.


Si en vez de emplear la electricidad lo activo con la imaginación, las hojas que llamé inertes y en donde líneas negras se acumulan sobre papel blanco se transforman también en un escenario de colores, un gran teatro del mundo, una máquina de contar historias, una nave que me permite salir del acuario donde me confinan todas mis limitaciones personales, sociales y temporales; me lleva a todos los sitios y todas las épocas; toca como en un walkman interior la música encerrada; me permite, como en el soneto de Quevedo, entrar en conversación con los difuntos y escuchar con los ojos a los muertos.


La imagen del acuario no me parece inválida. Nací en una fecha y en un lugar determinados. Moriré no sé cuándo pero también en un sitio preciso. No me pertenece lo que hubo antes ni lo que habrá después ni lo que sucede en los infinitos ámbitos en que no estoy, no he estado ni estaré nunca. No soy sino un grano de arena infinitesimal dentro del otro grano de arena al que llamamos el planeta Tierra. Sin embargo, gracias a la lectura, el universo entero está potencialmente a mi alcance.


Se objetará con razón que lo mismo sucede si enciendo la pantalla de mi computadora o de mi televisor. En la primera el disco óptico y el hipertexto me conceden la maravilla hasta hace poco inaccesible de tener al mismo tiempo el cuarteto de Mozart, la información sobre su vida y su música y las imágenes en color de la Viena del siglo XVIII. En la segunda pantalla el satélite me lleva desde el escenario de los hechos el genocidio de hoy, el asesinato político o el accidente con cien muertos. Mientras voy de mi casa a mi trabajo puedo escuchar cuentos de Borges o poemas de Octavio Paz incomparablemente bien leídos por grandes actrices y actores.


Todo esto es prodigioso y cuando nos quejamos de los tiempos que nos tocaron olvidamos injustamente estos beneficios, desconocidos y aun impensables para quienes nos antecedieron en la tierra. Nuestra justificada crítica del progreso tiene un límite muy sencillo: pensar en lo que era la vida humana cuando no existía la anestesia.


XV

Lo que me extraña es que en la era de la privatización hemos expropiado la intimidad. No hay relación tan íntima como la que dos personas, dos desconocidos casi siempre, pueden establecer por medio de la palabra escrita. Sólo así decidimos lo que nunca diríamos cara a cara y en voz alta y mucho menos ante cámaras y micrófonos. Esta inconcebible cercanía se pierde en cualquier otro medio que no sea la página.


Los prodigios del cine, la televisión y el video me presentan un espectáculo. Ocurren por definición fuera de mí. Parte de su inconsciente encanto es la impunidad que me garantizan: esto, supongo, nunca me pasará. Los otros funcionan como pararrayos en que se descargan los males de la vida. Por tanto me encuentro a salvo de la tempestad. Si algo me desagrada cambio de canal. Me quedan otros 499 para escoger. En cambio la lectura hace que las cosas sucedan dentro de mí. Por un instante yo soy el otro. La distancia queda abolida. Puedo entender la experiencia ajena porque momentáneamente la he vuelto propia. Si esto ocurre con la narrativa, el proceso de la lectura poética es más complejo y por tanto exige más atención y concentración. Hago mías las palabras de otra persona, me las digo con esa voz interior que nadie conoce, pues no se parece a las que escuchan mis semejantes ni a la que recogen las grabaciones.


Si no leo, me faltan las palabras, mi propia lengua se vuelve un idioma extranjero y hallo enormes dificultades para pensar. Nada sabemos del siglo que ya está aquí. Sólo podemos intuir que, si desaparecen los libros y la lectura como hasta hoy los conocimos o si, como podría ser más probable, quedan en manos de una minoría que a partir de ellos ejercerá sin límites su poder, el mundo se volverá un lugar mucho más siniestro de lo que es ahora.


La única predicción segura es la más obvia: el porvenir no será como lo imaginamos. Ni la violencia ni la devastación de los recursos naturales pueden continuar. Para eliminarlas es indispensable reducir la distancia entre quienes disponemos tanto de libros como de procesadoras e hipertextos y quienes no tienen ni siquiera un mendrugo que llevarse a la boca. Ellos poseen tanto derecho como nosotros a alimentar sus cuerpos y sus mentes. Si el sufrimiento lleva a la violencia que se autorreproduce en una espiral sin fin, esperemos en este crepúsculo del siglo que con la generalización del placer de la lectura a la cual tanto pueden contribuir los nuevos medios, este mundo atroz también se convierta para todos en un lugar habitable y hospitalario como ahora son para unos cuantos los libros. 


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* El 19 de noviembre de 1994 Pacheco pronunció estas palabras en la Cuarta conferencia anual de libros infantiles y juveniles en español, en San Diego, California, donde expuso su historia como lector y sus argumentos para promover la lectura. En 2015, un año después de su fallecimiento, la revista ‘Proceso’ reprodujo de manera íntegra ese discurso “como herencia y compromiso del poeta por las palabras”.Jisé Emilio

jueves, 21 de abril de 2022

Triunfo Arciniegas / Diario / Petrista bajo seudónimo l


PETRISTA BAJO SEUDÓNIMO

Un cobarde, amparado por un seudónimo, me trató ayer de uribista triple hijueputa. Nunca he sido uribista. Nunca voté por él. Nunca hice campaña a su favor. Nunca recibí ningún regalo suyo, ninguna beca, ningún cargo. Tampoco soy petrista. No creo en políticos de mierda, de izquierda o derecha, ni me amparo en seudónimos para decir las cosas. Un político no me resuelve la vida. Me la resuelvo yo mismo, con mi trabajo limpio y transparente, sin aprovecharme de nadie, sin hacerle zancadillas a nadie, cosas que no se pueden afirmar de los políticos.

El mundo no es tan simple. Que deteste a Petro no significa que sea uribista o, como dicen de manera tan burda, y generalizada, uribestia. ¿Con Petro solo los iluminados? Sabemos que no. Ahí están Benedetti, Roy Barreras, Ernesto Samper y hasta ayer Piedad Córdoba, a quien primero vuelve senadora y luego aparta, cuando se sabe que la multimillonaria es una manzana podrida desde hace muchos pero muchos años. ¿A quién le parecen decentes? ¿Puros de corazón?

No me interesan los hampones ni los mafiosos ni los narcos ni a los que los veneran. No pertenezco al reino de los asesinos y no estoy con el poder sino en contra. Siempre al margen, siempre libre, sin deudas, sin pleitesías. 

A la feria no vengo a hablar de masacres sino de poesía y otras magias qué tal vez no le interesen.

Tampoco soy lo otro. Cómo se nota que este petrista anónimo no conoció a mi madre, mujer de un solo hombre, y que nunca hizo la calle. Estoy absolutamente seguro. Espero que de la suya, señor anónimo, pueda decirse lo mismo. No la conozco y por lo tanto no puedo asegurar las cosas que no me constan. Tal vez sea uribista, el diablo tendría la culpa.

Puedo decir, en cambio, que Petro es ególatra, que es mitómano, que se atribuye milagros que no le corresponden, que es mentiroso y traicionero, entre otras cosas. Y hay hechos suficientes para demostrar  tan nefastos calificativos, suficientes para llenar un libro que podría llamarse borgeanamente "Historia universal de la infamia" y que, sinceramente, me da pereza escribir.

Que Petro no obtenga la presidencia y se quede viendo un chispero, como en las ocasiones anteriores, será para mí suficiente ganancia. Y en en cuanto a usted, pobre infeliz, si le dolió seguramente se está sobando en su anonimato significa que acerté con mis observaciones y qué dicha no saber ni siquiera su nombre.

Después de doce años en campaña, anda Yam desesperado como Marta Sánchez, proponiendo un disparate otro como el Perdón Social a los copitos en uno de los países más corruptos del mundo o trenes inverosímiles o expropiaciones o el robo de pensiones. Y que tenga que acudir a juramentos en una notaría me parece patético. Y es que a Petro no se le cree ni con un ramo de rosas en la mano. A los mentirosos simple y llanamente no se les cree. El man no me gusta, y punto,

Que Petro no obtenga la presidencia y se quede viendo un chispero, como en las ocasiones anteriores, será para mí suficiente ganancia. Y en en cuanto a usted, pobre infeliz, si le dolió y seguramente se está soñando en su anonimato dignifica que acerté con mis observaciones y qué dicha no saber ni siquiera su nombre.


Triunfo Arciniegas

Bogotá, 21 de abril de 2022

martes, 19 de abril de 2022

Casa de citas / Anónimo / La próxima vez

Torres Gemelas
Wold Trade Center
Nueva York, 2001




Anónimo
LA PRÓXIMA VEZ


Después de los atentados del 11 de septiembre, una empresa que tenía sus oficinas en el World Trade Center invitó a sus ejecutivos y empleados que por alguna razón habían sobrevivido al ataque, para compartir sus experiencias.

La gente estaba viva por las razones más simples.

Eran pequeños detalles.

👉🏼 Al director de una compañía se le hizo tarde porque era el primer día de kínder de su hijo.

👉🏼 Una mujer se retrasó porque su despertador no sonó a tiempo.

👉🏼 A uno se le hizo tarde porque se quedó atorado en la carretera en la que había un accidente.

👉🏼 A otro sobreviviente se le fue el autobús. 

👉🏼 Alguien se tiró comida encima y necesitó el tiempo para cambiarse.

👉🏼 Uno tuvo un problema con su auto, que no arrancó.

👉🏼 Otra regresó a contestar el teléfono.

👉🏼 Otra tuvo un bebé.

👉🏼 Otro no consiguió un taxi.

👉🏼 Pero la historia que más impresionó fue la de un señor que se puso un par de zapatos nuevos esa mañana, y antes de llegar al trabajo le había salido una ampolla. Se detuvo en la farmacia por una curita y por eso está vivo hoy.


Ahora, cuando me quedo atorado en el tráfico, cuando pierdo un elevador, cuando regreso a contestar un teléfono y muchas otras cosas que me desesperan, pienso primero: “Este es el lugar exacto en el que debo estar en este preciso momento”.


La próxima vez que tu mañana te parezca enloquecedora, que los niños tarden en vestirse, que no logres encontrar las llaves del auto, o que te encuentres todos los semáforos en rojo... No te enojes ni te frustres.


lunes, 18 de abril de 2022

Triunfo Arciniegas / Diario / Los besos y los labios

Ilustración de Triunfo Arciniegas


Triunfo Arciniegas
LOS BESOS Y LOS LABIOS

A veces pregunto en las farmacias por remedios que ya no existen. O doy en las direcciones referencias de negocios desaparecidos. Las actrices que menciono resultan desconocidas para los muchachos de ahora. Brigitte Bardot y Sophia Loren son venerables octogenarias desde hace unos cuantos años. Las demás ya murieron y tal vez descansan en paz.

Pertenezco a un mundo que se extingue, donde hombres y mujeres se distinguían físicamente con facilidad. La última vez en Medellín, tuve que pasar por la pena de preguntarle a alguien si era hombre o mujer.  Pertenezco a un mundo donde las cosas se mencionaban con su nombre, sin los retorcimientos gramaticales que se han puesto de moda.

Me veo a gatas para entender los inventos, cada vez más recientes, cada vez más numerosos. Y respecto a su funcionamiento, sólo digo que si me explican diez veces entiendo de inmediato. Algunos creen que bromeo. 

Conocí la televisión a los doce años, y en mi casa durante años no hubo un solo televisor. Pasé la adolescencia con cartas y telegramas, cuando aún no se habían inventado el internet ni los celulares. Mi pasión por la música empezó con los discos  porque el cassette y el CD eran entonces inventos del futuro. Solo leo en pantalla cuando no hay de otra o para buscar información. Prefiero los libros de papel y tinta, el olor me embriaga. Acumulo libros con absoluto descaro. Vengo de la época de la máquina de escribir y el papel carbón, mucho antes de la fotocopiadora y los computadores. No es nostalgia. Prefiero el mundo con todas estas maravillas. Ya no tengo que acumular monedas y buscar un teléfono público, uno que por fin sirva, que no se trague las monedas, sino que meto la mano a mi bolsillo y en unos segundos marco en mi propio celular. Y hasta puedo ver en directo a la otra persona. Fácil, instantáneo, barato. Escribo por versiones. Imprimo, leo y corrijo a mano, leo por lo menos tres veces el texto y limpio para obtener una nueva versión. Ese trabajo de limpieza, digitando de nuevo el texto con la incorporación de los recientes cambios, requería dos o tres meses de cuidadoso trabajo, y no sólo se podían cometer errores al incorporar los cambios sino en el texto anterior, donde se supone que ya todo está bien. Ese trabajo de meses ahora se puede hacer en una sola tarde en la pantalla, y en cuestión de minutos la impresora realiza el milagro de darnos la nueva versión. Magia pura.

Pero el polvo de los caminos recorridos me persigue. Dice Vallejo en uno de sus poemas en prosa: "Los pasos se han ido, los besos, los perdones, los crímenes. Lo que continúa en la casa es el pie, los labios, los ojos, el corazón". Tengo en los cajones monedas que ya no circulan y cartas de mujeres que no consigo recordar. Como la hoja que no cayó en su otoño del cuento de Julio Garmendia. O como la antigua silla de madera que ya no se entiende con las nuevas y elegantes sillas de metal y tornillos.

A este paso voy a morir cuando la muerte ya no esté de moda y el dolor ya no sea lo que siempre ha sido.


domingo, 17 de abril de 2022

Triunfo Arciniegas / Diario / Bipolar

Ilustración de Triunfo Arciniegas


Triunfo Arciniegas
BIPOLAR


Vivo entre el acelere y la depresión. Soy bipolar o, como se decía antes, de manera más gráfica y explícita, maníaco depresivo. El acelere es súbito, inesperado, una llamarada que a veces dura unas cuantas horas, unos días, un par de semanas por mucho, y que aprovecho para escribir y cranear fantásticos planes cuya realización impide la inseparable depresión. Porque siempre vuelvo a la oscuridad, y la caída es lenta si se compara con la naturaleza del acelere. Dolorosa e inexorable. Como una muerte.

Ahí esta, agazapada, con sus puñales, como un ratero en un callejón, esperando el momento, mientras hablo o escribo como loco, mientras quiero abrir las ventanas y volar, mientras grito o salto de pura exaltación. O planeo magníficas venganzas que nunca llevo a cabo. O redondeo desgracias con la gente que me cruzo.

Y luego, nada. Caigo. Todo ha pasado y tal vez nunca volveré a saborear esa fugaz dicha tan embriagadora. Es una muerte cotidiana, un acabóse implacable y devastador, una agonía que los extraños no entienden. De nada sirve que a uno le digan que la vida es hermosa. Es como si le dijeran a un cojo que camine derecho como hacen los demás.

Entonces uno vuelve a ser el idiota parado en una esquina que no sabe por cual calle seguir porque da lo mismo aquí o allá, porque vaya donde vaya es el mismo. El mismo imbécil que no responde el teléfono porque se sabe incapaz de mantener una conversación coherente, porque se avergüenza de sus propios sueños, que lo abandonan como a un león viejo.

Tengo el mal desde niño. Me veo llorando sin razón en una de las empedradas calles de Málaga, subiendo a la casa de mi abuela Candelaria. "¿Qué tiene este mocoso?", decía mi padre, y mi madre, sin entender pero más tolerante, sólo respondía: "Déjelo". Así son las cosas, qué se se pude hacer. Estoy marcado por una frase de Truman Capote que leí en mis primeros años: "Cuando Dios nos ofrece un don, al mismo tiempo nos entrega un látigo, y éste sólo tiene por finalidad la autoflagelación". Es decir, todo tiene su precio. La vida, que no es justa, se rige por leyes de crueldad.

Es decir, si alcanzo el paraíso de la exaltación, debo pagar por la estadía. Si veo lo que otros no ven, debo entregar un ojo. Es más, debo arrancármelo y ofrecerlo en la piedra del sacrificio.

Al principio puedo leer o ver televisión, aún conservo los ojos aunque sin brillo ni furor. Tal vez visite a alguien y ese alguien me vea normal y piense que no me pasa nada y que incluso tengo una buena vida.

Pero en los peores días me tiendo en la cama sin un libro abierto, sin el televisor encendido, y sigo una línea imaginaria, con la mente vacía. Voy y vuelvo con esa línea. Soy el animal que se lame las heridas en el cuarto del fondo de la casa y aúlla sin sonidos, para nadie, en el aire espeso y estancado, y luego, ya sin ojos, sin manos, apenas un gusano ciego que se arrastra.


sábado, 16 de abril de 2022

Triunfo Arciniegas / Diario / Los últimos días de mi padre

 

El hombre del bombín, 1964
René Magritte




Triunfo Arciniegas
LOS ÚLTIMOS DÍAS DE MI PADRE
16 de abril de 2022

Mi padre murió hace apenas unos meses, casi nonagenario. No asistí al velorio ni al entierro, pero entiendo que sus otros trece hijos sí lo hicieron. Sobrevivió veintidós años a mi madre. Cuando estábamos empujando el cajón en la bóveda, recuerdo que mi padre se acercó y le dijo a mi madre: "Nos vemos pronto". Aunque no la escuchamos, mi madre seguramente exclamó desde el más allá: "Señor, ten piedad".

Me mantuve atento a ver cuándo cumplía su palabra. Se tomó su tiempo. Creo que hasta olvidó la promesa. Luego envejeció, enfermó y murió. Tuve tiempo para una reconciliación, pero no. Sabía que, si me hubiera acercado a él, tal vez mis días serían mejores, menos atormentados. Esperaba que la muerte de mi padre me sorprendiera en otro país para librarme sin culpa alguna del compromiso de asistir al funeral. Durante años me pregunté si sería capaz de seguir encerrado en casa sabiendo que lo estaban velando. Una cosa es decir y otra hacer. Me mantuve encerrado, a palo seco, sin lágrimas ni licor. No tuve la hipocresía de salir a manifestar una pena que ya no era mía ni mucho menos a recibir condolencias. 

Como no quise ofenderlo ni desprestigiarlo, esperé hasta su muerte para escribir sobre ciertos asuntos. Nunca le falté al respeto. Elegí el silencio en vez de los reclamos. Mi padre fue uno de mis dioses. Yo lo amaba, creía con firmeza que era el mejor de los once herreros de Málaga, pero ese amor se agrietó y se desmoronó como una estatua de barro y el agua del rencor desapareció el barro. Todavía hay recuerdos, demasiado oscuros, que no me atrevo a descubrir. Tal vez muera con ellos. De niño, mi padre me llevaba al cine y a sus excursiones de cacería. Le gustaba matar palomas. De niño, dormía a su lado. Recuerdo el viento cuando cada noche acomodaba las cobijas. Una noche que estábamos comiendo en la cocina apareció borracho y nos sorprendió con un perrito. Fue un acto de magia. Metió su enorme mano de herrero en su pecho y nos enseñó el cachorro, primero sus orejas y su cabeza, luego sus paticas inquietas. El espectáculo nos emocionó. Pero mi madre detestaba los perros. Y ahora lo entiendo: sólo ella se encargaba de limpiar la mierda.

Fui un niño muy religioso. Le rezaba a un montón de santos antes de dormirme, iba a misa casi todos días y soñaba con convertirme en acólito. Menos mal que nunca lo fui porque hubiera terminado en los brazos de algún cura. Ese niño desapareció con la hilera de santos. Poco a poco el espectáculo masoquista de la iglesia y su funesto papel en la historia me mataron la fe. El horror de la inquisición, cuando torturaban a la gente para obligarla a confesar, cuando quemaban vivas a las mujeres que consideraban brujas, cuando se apoderaban de las riquezas de las víctimas, me alejó para siempre. Ya no me confieso de rodillas, ya no voy a ninguna parte por una cruz de ceniza en la frente ni me doy golpes de pecho para sentir que soy una criatura miserable que no merece la visita del Señor.  "Señor, no soy digno de que entres a mi casa." No me gustan las visitas. 

Veo que recordamos a un padre distinto. Los primeros seis hermanos nacimos en Málaga y el resto en Pamplona. Los últimos están de acuerdo con los primeros en que fue un mal padre, una mala persona, pero mantuvieron el contacto con él. Todos lo respetamos, pero los mayores, y de eso estoy seguro, dejamos de amarlo hace muchos pero muchos años. Los mayores fuimos testigos y víctimas de su más pura crueldad. Recuerdo la última paliza, con una vara de membrillo, pero no el motivo del castigo, tal vez llegué media hora tarde de la escuela, tal vez ofendí a una de mis hermanas. Mi padre me golpeaba cada vez con más dureza pero me negaba a llorar. Los golpes continuaban. De pronto supe que, si no lloraba, la paliza no concluiría nunca. Fingí el llanto y, en efecto, la paliza llegó a su fin. 

Había una mata de membrillo cerca de la cocina, en la última casa que habitamos en Málaga. Había una mata de higo en el centro del solar y un tesoro debajo de la mesa. Allí vi el fantasma. Allí lo vi muchas noches. Con sombrero, ruana y tabaco encendido. La primera vez le informé a mi padre y salió con un machete en la mano. No había nadie. Luego volví a mirar por entre las cañas de la pared de la cocina y allí estaba el hombre con su sombrero y el tabaco encendido. Años después, cuando ya vivíamos en Pamplona, supe que tumbaron la casa para hacer una nueva y encontraron un tesoro debajo del higo.

Le dediqué a mi padre "Las batallas de Rosalino", y al protagonista lo hice herrero en su honor. Nunca leyó el libro y no sé si expresó algún orgullo o agradecimiento. Nunca conversábamos. Mi padre sólo nos hablaba cuando estaba borracho. Pero borracho era cuando menos lo tolerábamos. Hablaba maravillas de mi madre en las cantinas. "Mi mujer es una santa", decía. Y llegaba a casa a molerla a palos. Alguna vez le restregó en la boca una fotografía hasta hacerla sangrar. "Ni aunque llore lágrimas de sangre", dijo una vez, mientras mi madre le suplicaba que no nos abandonara. Debajo de las cobijas, escondido como un ratón, trataba de imaginarme las lágrimas. Pobre madre. Otra vez mi padre la pateó y le reventó las venas várices de una pierna. Mi madre se sometió a dos cirugías por el problema de las várices. En la primera le fue bien, pero de la segunda salió bastante mal. Empeoró con los meses y terminó en una silla de ruedas. Sus últimos catorce años fueron difíciles. De los últimos días de mi madre se encargaron, sobre todo, Nelly y mi hermano Rubén. Alguna vez vi que mi hermano la llevaba desnuda en los brazos, como una ñiña, para bañarla. De los últimos días de mi padre se encargó mi hermano Nelly con la ayuda de Nancy, Betty y Clementina. Nelly y Nancy vinieron a mi casa después del funeral y me contaron sobre las últimas horas. De los fantasmas que vio mi padre en su agonía. Se veían muy tranquilas mis hermanas. Habían cumplido. 

A principios del año pasado, un sábado que salí a hacer mercado, muy temprano, nos cruzamos en una esquina. No me reconoció. Me hice a un lado para que pasara. Lo vi alejarse, con una bolsa de tomate y otra de cebolla en su mano izquierda, hasta que desapareció entre la gente, y tuve la certeza de que era la última vez que lo veía en la vida. Eso fue todo.








viernes, 15 de abril de 2022

Triunfo Arciniegas / Diario / Gemidos



Autorretrato
Triunfo Arciniegas
Triunfo Arciniegas
GEMIDOS
15 de abril de 2022

Éramos cuatro o cinco, más ellos dos, mis padres, y seguíamos durmiendo en una sola habitación. Ellos en su cama y nosotros en otra. Me pasé a dormir sobre una pequeña mesa de madera, con patas cortas, y una banca para cubrir mi estatura de primogénito, porque estaba harto de despertar con los pies de mis hermanas sobre mi estómago, pero seguíamos todos en la misma habitación. No usábamos colchones, la pobreza no nos permitía tal lujo, sino esteras, que se conseguían en el mercados de los sábados en Málaga,  como tampoco usábamos zapatos sino alpargatas. No teníamos papel higiénico sino periódicos recortados en cuadritos ensartados en un gancho. Mi madre nos remendaba la ropa y con recortes de tela de distintos colores elaboraba las locas que nos daban calor en las noches. Woody Allen dice que sus padres eran tan pobres que en vez de un perro le compraron una pulga. Nosotros siempre tuvimos perro, y con muchas pulgas para compartir.

En la oscuridad sabía cuando mis padres mantenían relaciones. El conejo que fue mi padre preñó catorce veces a mi madre en veinte años, y aún le quedó entusiasmo para engendrar dos criaturitas más (mi hermano Jaime dice que fueron cuatro) con otras dos mujeres. O tres, según mi hermano. De los catorce, uno nació muerto y otro apenas sobrevivió unas horas. Los demás, con distinta suerte, seguimos todavía por esta tierra de nadie. 

Tuve que ver con el hermano que nació muerto. En ese entonces ya vivíamos en Pamplona, separados del batallón por un estrecho río, una miserable quebrada en cuya orilla me acostaba a leer durante horas. El Ejército pensó que era un espía o algo así y me enviaron dos soldados armados. Asustado, salté de la página, crucé la calle y entré a mi casa. Los soldados me siguieron hasta dentro. Mi madre, con su tremenda barriga y alertada por mis gritos, aunque no puedo recordar si grité o no, salió a encontrarme, y fue sorprendida por su hijo adolescente perseguido por un par de soldados. La película se detiene: el terror en los ojos de mi madre, su boca abierta, sus manos en el pecho, y yo, en el aire, tratando de alcanzarla, y los soldados, como perros, a punto de devorarme a dentelladas.

El caso es que terminé yendo al batallón, donde un militar de cierto rango me interrogó. Le dije lo que esperaba oír. Las bondades del glorioso ejército nacional y demás maricadas, y al rato regresé a la casa a hablar con mi angustiada madre. El caso es que mi madre perdió el bebé esa misma noche.

Pero sólo quería contar algo, y es la primera vez que me atrevo a revelar tamaña barbaridad. En la oscuridad, cuando dormíamos en Málaga en una sola habitación y éramos menos, oía, excitado, los gemidos de placer de mi madre. Ay, antes uno no es peor de lo que es, más pervertido incluso.


jueves, 14 de abril de 2022

Triunfo Arciniegas / Diario / Dos frases inolvidables

Triunfo (centro) con dos de sus hermanos
frente a la iglesia del Carmen, junto a la iglesia del Carmen, en Pamplona.



Triunfo Arciniegas
DOS FRASES INOLVIDABLES
14 de abril de 2022

Mi odio a los tiranos viene de la infancia. Y mi padre fue el primero que conocí. Recuerdo un par de frases suyas. "No sirve ni para muerto porque se traga las velas", me decía. Y más que en la propia inutilidad, el niño que era entonces trataba de imaginar al muerto tragándose la vela. Veía la llama que se apagaba en su boca y lo veía masticar con cierto regocijo, concentrado y silencioso, en uno de los cuartos vacíos que había debajo de los nuestros, donde sin duda falleció mucha gente, pues había sido un hospital en otros tiempos. Pensaba que el muerto confundía la cera con el pan. Enfermamos de terror en esa casa y desde antes del anochecer nos aferrábamos a las faldas de nuestra madre. Las agonías impregnaban el aire. Hasta veía rostros en la taza del inodoro. Qué recuerdos de mierda.
No fui un niño inútil. Mi padre me explotó durante la infancia y parte de la adolescencia. Siempre trabajé en la herrería, en labores que no correspondían a mi edad. Me trepaba en un cajón para dar porra como ayudante y moldear el metal sobre el yunque, al rojo vivo, siguiendo el ritmo de mi padre, que sostenía con una mano las tenazas y con la otra el martillo, y maniobraba el palo del fuelle, además, desde antes de las cinco de la mañana y hasta que llegaba el ayudante oficial y podía alistarme para asistir a la escuela. Siempre fui el primero de la clase aunque a veces me esperaba tarea en el taller. Me veo solo, hasta las ocho o nueve de la noche, trabajando como un burro, mal alimentado y peor vestido. Me desmayaba en misa y era el único del salón que todavía usaba alpargatas.Veo mis manos lastimadas por los golpes, cubiertas de vejigas, y mis brazos quemados por las chispas que suelta el hierro al rojo vivo mientras lo golpean porras y martillos. Después de tanto trabajo en casa, no sé cómo me las ingeniaba para cumplir con la escuela. De todo esto me quedó un profundo rencor y la férrea decisión de ganarme la vida con la cabeza.
"¿Es que piensa ganarle a los libros?", era la otra frase, que me parece todavía más extraña. Mi padre no leyó un solo libro en su vida y la frase expresa un respeto reverencial y absurdo. A los libros se les puede ganar. Hay libros malos, mediocres, mal escritos, desde luego, y se les puede criticar con facilidad. Se les puede ganar con argumentos mejor estructurados o con una escritura más acertada o, sencillamente, con más conocimiento y meditación.
Por una y otra razón, he terminado escribiendo libros. Mi propia vida es la respuesta a la segunda frase de mi padre. Pero ahora ya no creo que los muertos se traguen las velas. Están muertos, y punto.

miércoles, 13 de abril de 2022

Triunfo Arciniegas / Diario / Horror


Triunfo Arciniegas
HORROR
13 de abril de 2022

Una de las escenas más terribles de mi infancia, en el patio de la casa donde vivíamos, en Málaga, de noche: mis hermanas y yo, amontonados, llorando con desespero mientras vemos a mi padre, déspota y tirano, borracho, con una varilla en la mano, frente a mi madre, embarazada. El horror aun me persigue.






martes, 12 de abril de 2022

Casa de citas / Raymond Williams / José Donoso

 

José Donoso



Raymond Williams
¿LA LOCURA DE JOSÉ DONOSO?

Hay una amplia bibliografía sobre escenas y personajes irracionales, surrealistas y locos en la narrativa del novelista chileno del Boom. Para THROWBACK THURSDAY les cuento de la locura de mis tres días con Donoso en su gira por tres universidades en Colorado en 1993. La primera mañana, en camino a Colorado State University, se sentía tan mal de estómago y cuerpo que yo dudaba de la posibilidad de presentar su conferencia donde el querido profesor McMurray. Pero al llegar a la sala de conferencias, Donoso pidió un café, y en cinco minutos estaba dando, milagrosamente, una brillante conferencia. En vez pasar la tarde donde el médico, el autor pasó unas buenas dos horas en diálogo, con toda energía, con alumnos después de terminar su exposición. El segundo día, en camino a Colorado College, se levantó tarde y llegó a mi coche peor que el día anterior (bien jodido). Con todo lo que nos contó de su sufrimiento, yo estaba convencido que teníamos llevarlo directamente al hospital en Colorado Springs. Pero insistió en ir al college y llegando allí pidió un vaso de leche y un café y, otra vez, de manera mágica, dictó una maravillosa conferencia. Su esposa Pilar me explicó que lo que habíamos visto era totalmente normal: casi cada mañana Pepe se levantaba "enfermo" pero solía "recuperarse" en la tarde para llevar a cabo lo que fuera...El tercer día no teníamos que viajar porque la conferencia iba a tomar lugar en mi sitio, la Universidad de Colorado. Pero en la tarde, Pepe no podía salir del hotel para almorzar con nosotros porque PILAR estaba enferma y el distinguido autor tenía que cuidarla. Cuando le pregunté si iba a poder cumplir con su conferencia me dijo "tranquilo, Raymond, los días en que yo no me levanto mal en la mañana, Pilar se pone mal en la tarde y me toca ayudarla en recuperarse". Efectivamente, a las 7:00 de la tarde, José Donoso ofreció una conferencia genial en la Universidad de Colorado con su aliada de toda la vida Pilar en la primera fila. La pareja perfecta feliz en su vida loca.



lunes, 11 de abril de 2022

Casa de citas / Ricky Gervais / Sobre la razón

 

Ricky Gervais

Ricky Gervais
SOBRE LA RAZÓN


El hecho de que esté ofendido no significa que tenga razón.



 

Casa de citas / Ricky Gervais / Matt Damon

Matt Damon

Ricky Gervais

MATT DAMON

La única persona a la que Ben Affleck no ha sido infiel. 




Casa de citas / Ricky Gervais / Sobre el humor

Ricky Gervais

Ricky Gervais
SOBRE EL HUMOR

La razón por la que puedo decir lo que digo es porque he creado un humor que considero a prueba de balas. Puedo afianzarme en su valor cómico. No es que yo crea en cada parte de esas bromas. Es una búsqueda intelectual hecha para desorientar.

Ricky Gervais / El cómico que se ríe de todo y de todos

domingo, 10 de abril de 2022

Alberto Salcedo Ramos / Tres cosas



Alberto Salcedo Ramos
TRES COSAS

Sembrar un árbol, tener un hijo, escribir un libro. El árbol es para ahorcar al hijo cuando se ría del libro de uno.



 


sábado, 9 de abril de 2022

Triunfo Arciniegas / Diario / Histeria, histeria

 

Roy Barreras y Armando Benedetti


Triunfo Arciniegas
HISTERIA, HISTERIA
9 de abril de 2022

¿Preocupado cuando precisamente la felicidad está tocando a su puerta? El futuro se acerca, el cambio nos ilumina. Estos multimillonarios caballeros, Roy Barreras y Armando Benedetti, se encargarán de su pensión y otros bienes. Si acaso duda de su honradez y transparencia, puede respaldarlos la experta en tejemanejes internacionales Piedad Córdoba. Usted no más abra y déjelos pasar. Oh gloria inmarcesible, oh júbilo inmortal.