MUJERES ENCERRADAS
El tortuoso camino que llevó a la cantante superventas Enya a recluirse en un castillo en Irlanda
'Mujeres recluidas’- capítulo XIII: es una de las artistas más ricas de Reino Unido. Lo ha conseguido sin dar conciertos, sin ofrecer entrevistas y viviendo aislada desde hace dos décadas en un castillo victoriano con una decena de gatos.
LETICIA GARCÍA | 29 ABR 2020 23:59
«Llevo aquí quince años y te puedo asegurar que no la he visto nunca. La puerta está siempre cerrada», contaba un vecino en 2001 al diario The Independent. «A Bono y a su mujer siempre se les ve pasear por aquí. A ella nunca. El otro día vi a una mujer en chándal y zapatillas y creo que era ella, pero no lo sé», añadía otro. En los primeros años del siglo XXI, la prensa se preguntaba dónde estaba Enya; la artista llevaba una década en la cresta de la ola y, de repente, había dejado de producir (lanzó el album A day without rain en 2000 y pasaron cinco hasta que se supo de ella, con el siguiente, Amarantine, en 2005). Después se dieron cuenta de que no tenía sentido preguntárselo: Enya haría muchos más parones y desaparecería muchas veces más después de aquello, a encerrarse en un castillo victoriano de altísimos muros de piedra y puertas de acero. ¿Cómo es posible que una artista que no da conciertos ni entrevistas y vive recluída sea una de las más ricas de Reino Unido?,
se preguntaba la revista
Vice. La respuesta no es sencilla, pero tiene lógica: Enya siempre ha estado donde tenía que estar y no ha estado donde no tenía que estar. Desde que dejara el grupo familiar de música celta Clannad a principios de los ochenta, solo ha tenido dos colaboradores habituales; su manager y productor Nicki Ryan y su mujer Roma Ryan (que viven a escasos metros de su castillo y a los que ella se refiere siempre como «sus amigos»). Con ellos graba, mezcla y organiza sus apariciones públicas desde hace treinta años. No admite concesiones. Tanto es así, que cuando firmó su primer contrato con Warner, siendo una artista novel, se las ingenió para obtener
una claúsula en la que el gigante discográfico le otorgaba libertad creativa total y ninguna fecha límite de entrega. Lo que no se esperaban, quizá, es que una artista de género inclasificable, que bebe del
new age, de la música tradicional irlandesa y de los coros medievales, terminara por vender más de 70 millones de copias en todo el mundo.