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Pier Paolo Pasolini |
Pier Paolo Pasolini
ENEMIGOS
No puedo permitirme equivocarme en ninguna de mis obras. Mis enemigos me despedazarían y mis amigos dejarían de estimarme.
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Pier Paolo Pasolini |
No puedo permitirme equivocarme en ninguna de mis obras. Mis enemigos me despedazarían y mis amigos dejarían de estimarme.
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Maria Callas y Pier Paolo Pasolini Napoles, septiembre de 1970 Fotografía de Mario Tursi |
Pier Paolo se había enamorado de María, pero de forma platónica. Era homosexual. Ella era un poco ingenua, porque pensaba que lo curaría, por decirlo de alguna manera [risas]. Pero se creó una relación muy hermosa. Ella era una persona deliciosa, simple, muy disponible, muy infantil. En aquel viaje al principio tuve miedo, pensaba que viajar con una diva así sería un problema, pero no, dormimos en lugares muy simples, improvisábamos, y ella se adaptaba a todo.
Parece ser un lugar común considerar “Cien Años de Soledad” de Gabriel García Márquez, como una obra maestra. Este hecho me parece absolutamente ridículo. Se trata de la novela de un guionista o de un costumbrista, escrita con gran vitalidad y derroche de tradicional manierismo barroco latinoamericano, casi para el uso de una gran empresa cinematográfica norteamericana (si es que todavía existen). Los personajes son todos mecanismos inventados -a veces con espléndida maestría- por un guionista: tienen todos los “tics” demagógicos destinados al éxito espectacular.
El autor- mucho más inteligente que sus críticos- parece saberlo muy bien: “No se le había ocurrido hasta entonces- dice él en la única consideración metalinguística de su novela- pensar en la literatura como en el único juego que se había inventado para burlarse de la gente…” Márquez es sin duda un fascinante burlón, y tan cierto es ello que los tontos han caído todos. Pero le faltan las cualidades de la gran mistificación, las cualidades que posee, como para dar un ejemplo, Borges (o en menor escala Tomasi di Lampedusa, si “Cien Años de Soledad” recuerda un poco al “Gattopardo” aún en los equívocos que ha despertado en el pantano del mundo que decreta los éxitos literarios).
Los críticos literarios deben tomar nota de un nuevo “género” o técnica, que ya pertenece históricamente a la literatura: el guión cinematográfico, y también el denominado “tratamiento”. En el guión y el tratamiento, el autor tiene conciencia de que su obra no es literaria ya que se trata de estructuras provisionalmente linguísticas, que en realidad “quieren” ser otras estructuras: estructuras, puntualmente, cinematográficas. El autor de un guión o de un tratamiento es tanto más hábil literato cuanto más consigue obtener la colaboración del lector en la visualización de lo que está escrito provisionalmente. El asumir tal provisionalidad (esa voluntad de la estructura de ser “otra estructura”) forma parte de la técnica literaria del guionista y, potencialmente, de su estilo.
Sin embargo, la mayor parte de los guiones y de los tratamientos son pésima literatura- como es el caso de este libro-. Literatura indigna. ¿Por qué?
El primer acto del escritor de guiones consiste en identificar al lector con el productor. El que debe colaborar con el autor en la “transformación” de la estructura linguística en estructura cinematográfica, es justamente el que paga. El destinatario de la obra es, una vez más, el patrón. Ahora bien: la mayoría de los escritores cinematográficos provienen de una élite cultural: son entonces personas que tienen la obligación, diría social, de considerar al patrón un idiota, un semianalfabeto, un hombre despreciable. Pero al mismo tiempo, deben hacer que su obra le guste. Y en el momento en que el guionista identifica al productor con un destinatario “idiota, semianalfabeto y despreciable”, tiene un solo modo de convencerlo: la degradación de su propia obra. Entonces, la inocente “captatio benevolantiae” que todo autor, en distintas medidas, utiliza para obtener la colaboración del lector, termina convirtiéndose en una operación inmoral, que envuelve al autor en la degradación por él planificada con bajeza.
La colaboración del autor con el lector- productor, tiene por lo tanto los carácteres de una abyecta complicidad: tiende a hacer de él un compañero y cómplice, degradándose a su supuesto nivel de estúpido, vulgar, conformista, cínico conocimiento de las cosas humanas.
Tal esfuerzo por simplificar, por reducir, por desdramatizar, por hacerlo todo comunicable y sin problemas reales, termina volviéndose una atroz forma de adulación del patrón: así, y para decirlo con sus propias palabras, el guionista, aún despreciando al patrón, y hasta por el hecho de verse obligado por él a un comportamiento miserable, se hace “rufián” a la par suya.
Pero ningún hombre es apriorísticamente tal como el guionista supone que es el productor: ningún hombre es apriorísticamente inferior a nosotros mismos. Y la primera regla moral de un autor consiste en considerar como su igual al lector: y si luego él identifica a ese lector como un productor, también dicho productor no puede sino ser considerado como su igual. Actuar de modo contrario a esta primera y elemental regla moral vuelve a un autor indigno de su profesión.
Moravia opina que la condición de homosexual y comunista de Pasolini influyó en su asesinato
VANIA LUKSIC: En el extranjero, Pasolini es conocido principalmente por sus películas.
ALBERTO MORAVIA: Es porque no se pueden traducir sus libros. Ante todo, nunca se pueden traducir los poemas. Baudelaire, traducido, no es ya Baudelaire. Por otra parte, los poemas de Pasolini están a menudo escritos en dialecto friuliano, lo cual los hace aún más intraducibles. En cuanto a sus novelas, constituyen una mezcla tal de italiano y de argot, un tal despliegue de capacidad filológica, que constituye la desesperación de los traductores.
Pasolini creía que el subproletariado podía salvar al mundo. Pero ocurrió algo que no había previsto: llegó la prosperidad. Y el subproletariado se precipitó a ella, como todo el mundo. Al ver que todos tendían a convertirse en burgueses, Pasolini quedó decepcionado. Siguió llevando la vida que le gustaba, rodando películas y frecuentando a los muchachos de mala vida de los arrabales. Cierto día, uno de ellos –en realidad, creo que se trataba de un grupo– lo mató.
VL.: ¿Por qué este asesinato? ¿Cree usted que había razones políticas?
M.: Fue y no fue un crimen político. Me explicaré: Pasolini era comunista y homosexual. Esto indignaba a los bienpensantes y a los burgueses, quienes creen que un comunista debe ser moral; un comunista homosexual, ¡es el colmo! En Italia, existe un prejuicio muy fuerte contra la homosexualidad. Los muchachos que lo mataron cometieron prácticamente un crimen obedeciendo una orden pública. Se sintieron autorizados a matar. En un país donde las personas cultivadas dicen que habría que quemar a los homosexuales, es normal que los muchachos de dieciocho años se sientan autorizados a uno de ellos.