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martes, 28 de abril de 2020

Un libro / Max Frisch / Mountauk / Un fin de semana de primavera

Max Frisch
Otto Dix


Max Frisch
MONTAUK
Un fin de semana de primavera

Sra. Castro
25 de julio de 2008


«Montauk» nació como consecuencia de un fin de semana de la primavera del 1974 que Max Frisch pasó en un paraje con ese nombre, situado en el extremo este de Long Island; y siendo la historia de ese fin de semana, es también la historia de la vida de Frisch, un recorrido por sus principales capítulos, escrita a los 63 años, cuando ya comenzaba a imaginarse su muerte.
[…] la pequeña localidad donde ayer decidí relatar este fin de semana: de manera autobiográfica, sí, autobiográfica. Sin inventar personajes; sin inventar acontecimientos que fueran más ejemplares que su realidad; sin desviarse con invenciones. Sin justificar su escritura en virtud del compromiso frente a la sociedad; sin mensaje. No tiene ninguno y, sin embargo, vive. Él sólo quiere contar (con todo respeto hacia las personas que cita por su nombre: su vida.)
Al narrar lo que acontece ese fin de semana que comparte con Lynn, una mujer a la que conoce durante un viaje de promoción en Norteamérica y con la que más tarde viviría, Frisch pretende dejar constancia de cómo se siente en ese momento presente, precisamente gracias a Lynn; a la vez que dejar constancia de cómo se siente con respecto a su pasado, ejercicio que sólo puede emprender gracias al regalo que de su presente le hace su compañera. En sus propias palabras, Frisch alberga una «necesidad demencial de tiempo presente por medio de una mujer».
El repaso de su pasado es concienzudo, pero no cronológico. Por eso sin duda ayuda la brevísima sinopsis biográfica de la vida de Max Frisch que acompaña esta edición de Laetoli, y que permite situar las diferentes vivencias narradas en el período en que acontecieron.
Frisch dedica rememora la relación con el amigo adinerado que le pagó sus estudios de arquitectura, por el que sentía una gran admiración y un profundo respeto, aunque con el tiempo la relación se fue enfriando. También analiza las relaciones con los hijos habidos en su primer matrimonio: unas relaciones extrañas, e incluso incómodas, con unos hijos adultos con los que apenas tiene nada en común.
Hay también lugar en «Montauk» para una reflexión sobre la fama, el éxito y el dinero que el reconocimiento de su obra acarrearon a Max Frisch. El éxito le llevó a pensar que hay quien juzga los triunfos ajenos como ofensas personales. Por el contrario, la fama no vuelve a los demás envidiosos, sino que procura un reconocimiento que resulta reconfortante y no exige tomar una actitud de falsa modestia. En cuanto al dinero, Frisch narra la anécdota de como se compró una bicicleta, en lugar de la moto que deseaba, para descubrir más tarde que tenía miles de marcos en su cuenta corriente.
Pero, sobre todo, Frisch hace un recorrido por sus relaciones sentimentales, del que se desprende la idea de su -casi podría llamarse- obsesión por la mujer. Frisch reflexiona sobre el impulso, o la necesidad, que le ha conducido a tratar de entender a las mujeres, en lugar de simplemente amarlas. Por delante del ser humano, el autor antepone la idea de lo femenino, tratando desesperadamente de descifrar algo que no sabe a ciencia cierta que es, y granjeándose de esa manera únicamente dolor e insatisfacción.
La escritura franca, consecuencia de la decisión de su autor de mirar hacia atrás sin cólera y sin autocompasión, hacen de «Montauk» un libro cuya escritura debió suponer una experiencia en cierta medida catártica y gratificante; y esa sensación de gratificación todavía se filtra hasta el lector.

Casa de citas / Max Frisch / My life as man



Max Frisch
MY LIFE AS MAN
Traducción de Fernando Aramburu

A veces creo entenderlas, a las mujeres, y al comienzo les gusta mi invento, mi bosquejo de su naturaleza. Por lo menos les asombra que yo vea en ellas lo que mis predecesores no vieron. De este modo consigo ganármelas. NUNCA PUDE HABLAR CON UN HOMBRE COMO CONTIGO, eso lo he escuchado más de una vez en el momento de la despedida. Cualquiera puede halagar, a mí eso no me hace falta. A ellas les halaga verme en el apremio de descifrarlas. Durante un tiempo las convence lo que se me ocurre acerca de ellas. No las veo simples, sino llenas de contradicciones. ESO NO ME LO HABÍA DICHO NUNCA NADIE, dicen, PERO TAL VEZ TENGAS RAZÓN. Mi bosquejo tiene algo de imperioso. Como todos los oráculos. Yo mismo me asombro de comprobar que su reacción confirma mis presentimientos. Por supuesto que no tengo el mismo bosquejo para cada mujer. No me quedo tranquilo, tengo que saber a quién amo. Me cuido mucho de trasladar las experiencias habidas con una compañera a la compañera siguiente. Si, a pesar de todo, lo hago involuntariamente, estoy soy consciente de haber cometido una injusticia. Tiene que ser por mi culpa que se repitan modos de conducta similares, idénticos incluso muchas veces. El caso es que, a mi juicio, no me falta imaginación. Para cada compañera invento una complicación distinta conmigo. Por ejemplo, que ella es la más fuerte o que yo soy el más fuerte. Ellas mismas reaccionan según eso, al menos en mi presencia. Si percibo que sufren, entonces digo de qué sufren, o no lo digo; pero, así y todo, creo saberlo. La fuerza de mi obcecación, que no me abandona. Todo lo que entra en mi bosquejo se presenta como objeto de contemplación. Lo veo, vaya que sí, lo oigo, y, si no estoy delante, me lo puedo figurar más o menos. Tengo que figurármelo; no más o menos, sino con exactitud. Dudo, claro está, de lo que me imagino se corresponda con la realidad. ES TU INTERPRETACIÓN, dicen las mujeres. Lo que es por ellas, no necesitan ninguna. Es indiferente si cuanto inventó en torno a la mujer querida me mortifica o me llena de felicidad. Basta con que me persuada. No son las mujeres las que me engañan. Lo hago yo mismo.

Max Frisch
Montauk
Editorial Laetoli, Pamplona, 2006, pp. 87-89.




lunes, 27 de abril de 2020

Casa de citas / Max Frisch / Central Park

Pareja
Central Park, Nueva York, 2012
Fotografía de Triunfo Arciniegas

Max Frisch
CENTRAL PARK

Traducción de Fernando Aramburu


Hoy hace una semana: … no están tendidos en la hierba, abrazados como las otras parejas, sino sentados. Si no fuera porque Lynn tiene que trabajar podrían ir al mar. Lynn sabe dónde sería bonito: Montauk. Su leve esperanza de que sería hermoso estar al lado del mar le anima a hacer la propuesta para el próximo fin de semana, el último de los suyos aquí. No se prometen nada, es sólo un propósito. Permanece sentado mientras Lynn se tumba a su lado, sobre la hierba. Ella maldice a su empresa, pues tiene que trabajar aunque es domingo. Un domingo de sol. El parque repleto de gente abigarrada. Ya no hay hippies. Cuando se levantan y se van, pues para Lynn ya es hora de irse, es ella quien cuelga su brazo del brazo de él. Contemplan juntos, cogidos del brazo, una foca negra, ese animal sin brazos que se revuelca y brilla sobre una soleada roca artificial. Olor a los roscos quemados que se venden aquí. Siguen caminando y ven: jóvenes jugadores de béisbol, entre ellos muchos negros, aquí y allá un padre que echa a volar para hijos una cometa de colores, las barcas metálicas en el pequeño lago entre las rocas negras de Manhattan… Dos años atrás (justo por esta estación; con las ramas, eso sí, más verdes), posé aquí para la televisión alemana. El equipo de filmación, que buscaba mi faceta desenfadada, se alegró gracias a Jakov Lind, que me hizo reír. Marianne no quería apareceré en las imágenes. Yo me opuse cada vez que el cámara intentaba filmarla a hurtadillas. Entendí que Marianne no quisiera aparecer. Se trataba (como siempre) de la relación del escritor con la sociedad.

Max Frisch
Montauk
Editorial Laetoli, Pamplona, 2006, p. 9.