Bocaflor y Bariloche Ilustración de Rodez |
Triunfo Arciniegas
RODEZ Y EL ARTE DE LA DESAPARICIÓN
No ha muerto. Lo que pasa es que Rodez es difícil de encontrar. Tal vez lo están buscando como Edgar Tito Rodríguez Acevedo. ¿Y además para qué? Si no quiere dejarse ver, será por algo. Por decisión propia o lo que sea.
Perderse es y ha sido una habilidad de Rodez. Sucedió unos quince años, cuando ilustró como nadie uno de mis libros, "Bocaflor": no representó ninguno de los personajes. De nada sirvieron mis largos y minuciosos textos sobre esa negra gorda que traga flechas y ese pequeño viejo que enamora muchachas en un sillón volador. Rodez resolvió la materia narrativa a su antojo, sin permiso de nadie, y el resultado me sorprendió y me encantó.
La belleza de sus ilustraciones compensó la espera y la angustia. Cuando presenté el manuscrito de "Bocaflor" a los editores, les sugerí a Rodez como ilustrador y estuvieron de acuerdo. El hombre aceptó y, por supuesto, desapareció. Seis meses después los editores me llamaron para preguntarme por él. No les dije que no había nada que hacer sino que iba a ver qué podía hacer. No hice nada. La publicación del libro se retrasó. Rodez apareció otros seis meses después con las ilustraciones, se hizo el libro y nunca más lo llamaron. Se sabe que Rodez pierde oportunidades por esa persistente práctica del arte de la desaparición. "Es famoso por eso", me dijo Olga Cuellar.
Alguna vez me confesó que quería hacer su propia edición de "Caperucita Roja y otras historias perversas", pero le dije que no tenía los derechos. En algún momento los tuve y le pedí que aprovechara. No lo hizo, por desgracia, y firmé otro contrato. Me hubiera encantado ver esa edición.
Alekos cuenta en Facebook una anécdota: "A mediados de los años ochenta -no hace falta ser exactos-, fuimos con Ródez a un encuentro de gentes de la industria editorial, organizado por Andigraf en la ciudad de Medellín. Éramos los flamantes presidente y vicepresidente, de la primera asociación de ilustradores que se creaba en Colombia. Cuando nos acercamos a inscribir nos preguntaron el oficio y se nos hizo agua la boca para decir: ¡ilustradores! Hubo una sonrisita sardónica por parte de las chicas de la inscripción. Al día siguiente, ya con más confianza, nos preguntaron a bocajarro: ¿Qué es lo que ustedes son? ¿Ilustrabotas?"
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