miércoles, 27 de enero de 2021

Triunfo Arciniegas / Diario / Rodez y el arte de la desaparición

 

Bocaflor y Bariloche
Ilustración de Rodez



Triunfo Arciniegas
RODEZ Y EL ARTE DE LA DESAPARICIÓN
27 de enero de 2021

No ha muerto. Lo que pasa es que Rodez es difícil de encontrar. Tal vez lo están buscando como Edgar Tito Rodríguez Acevedo. ¿Y además para qué? Si no quiere dejarse ver, será por algo. Por decisión propia o lo que sea.

Perderse es y ha sido una habilidad de Rodez. Sucedió unos quince años, cuando ilustró como nadie uno de mis libros, "Bocaflor": no representó ninguno de los personajes. De nada sirvieron mis largos y minuciosos textos sobre esa negra gorda que traga flechas y ese pequeño viejo que enamora muchachas en un sillón volador. Rodez resolvió la materia narrativa a su antojo, sin permiso de nadie, y el resultado me sorprendió y me encantó.





La belleza de sus ilustraciones compensó la espera y la angustia. Cuando presenté el manuscrito de "Bocaflor" a los editores, les sugerí a Rodez como ilustrador y estuvieron de acuerdo. El hombre aceptó y, por supuesto, desapareció. Seis meses después los editores me llamaron para preguntarme por él. No les dije que no había nada que hacer sino que iba a ver qué podía hacer. No hice nada. La publicación del libro se retrasó. Rodez apareció otros seis meses después con las ilustraciones, se hizo el libro y nunca más lo llamaron. Se sabe que Rodez pierde oportunidades por esa persistente práctica del arte de la desaparición. "Es famoso por eso", me dijo Olga Cuellar.

Alguna vez me confesó que quería hacer su propia edición de "Caperucita Roja y otras historias perversas", pero le dije que no tenía los derechos. En algún momento los tuve y le pedí que aprovechara. No lo hizo, por desgracia, y firmé otro contrato. Me hubiera encantado ver esa edición.

Alekos cuenta en Facebook una anécdota: "A mediados de los años ochenta -no hace falta ser exactos-, fuimos con Ródez a un encuentro de gentes de la industria editorial, organizado por Andigraf en la ciudad de Medellín. Éramos los flamantes presidente y vicepresidente, de la primera asociación de ilustradores que se creaba en Colombia. Cuando nos acercamos a inscribir nos preguntaron el oficio y se nos hizo agua la boca para decir: ¡ilustradores! Hubo una sonrisita sardónica por parte de las chicas de la inscripción. Al día siguiente, ya con más confianza, nos preguntaron a bocajarro: ¿Qué es lo que ustedes son? ¿Ilustrabotas?"

En 2010 recorría las calles de Quito y de pronto, asombrado y feliz, reconocí el estilo de Rodez en una pared. Esas criaturas de seis ojos, largos picos y fantásticas plumas solamente vienen de un planeta. La contemplación fue un relámpago pero el instante se registró en el hotel de mi memoria no como un huésped ocasional sino como residente definitivo. Luego, en la Feria del Libro de Bogotá, le pregunté a Rodez si era suyo el trabajo y, muy emocionado, dijo que sí.
Pocos saben su verdadero nombre, y medio mundo lo reconoce como uno de los grandes ilustradores colombianos. Ha puesto su inconfundible sello en más de cincuenta libros para niños y adultos, en revistas y periódicos de América Latina y Europa. Es tanto su impulso y tan vertiginoso su ritmo que saltó de las páginas a las calles. Primero en Bogotá y luego en Argentina, Ecuador, Alemania, República Checa, España, en espacios públicos y privados. Para Rodez, el mundo es ancho pero no ajeno.

Este loco feliz con barba de chivo, con un pie en Colombia y otro en cualquier otro país o en cualquier dimensión, se define como un artista visual. Su creatividad es un animal hambriento. Del papel y los muros pasó a la ropa y los objetos de uso cotidiano. No le bastan los libros, no le bastan los muros. Ha ilustrado pieles. Es el colmo. Ha ilustrado mujeres. Qué arrogancia. Ha pintado niñas. La envidia me carcome.

¿Dónde andará metido ahora? Rodez me hace acordar de un bellísimo poema de Vallejo sobre los hermanos que juegan al escondite. 

"Ahora yo me escondo, 
como antes, 
todas estas oraciones 
vespertinas, y espero que tú no des conmigo. 
Por la sala, el zaguán, los corredores. 
Después, te ocultas tú, y yo no doy contigo."

Con estas líneas termina el poema: 

"Oye, hermano, no tardes 
en salir, ¿Bueno? Puede inquietarse mamá."


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