martes, 12 de enero de 2021

Tolstói / Guerra y paz / El ejército

 


León Tolstói

EL EJÉRCITO

Traducción de Lydia Kúper


Quinta parte

XV


El ejército ruso, después de muchas retiradas y avances tras las batallas de Pultusk y Preussich-Eylau, se concentraba cerca de Bartenstein. Se esperaba allí la llegada del Emperador y el comienzo de las operaciones.
    El regimiento de Pavlograd, como integrante del ejército que había intervenido en las acciones de 1805, había vuelto a Rusia para cubrir las bajas y no participó en la primera parte de la campaña. No había asistido a las batallas de Pultusk y Preussich-Eylau; luego, al incorporarse al ejército de operaciones, fue agregado al destacamento de Plátov.
    Este destacamento actuaba con independencia del ejército. En varias ocasiones había participado en escaramuzas con el enemigo, hecho prisioneros y una vez hasta se apoderó de un convoy del mariscal Oudinot. En el mes de abril el regimiento pasó varias semanas inactivo junto a una aldea alemana desierta y completamente saqueada.
    Era la época del deshielo, había barro por doquier, se desbordaban los ríos y todos los caminos resultaban impracticables. Pasaban días sin que llegase forraje para los animales y víveres para las personas. Y como el aprovisionamiento era imposible, los soldados se dispersaban por los pueblos vacíos de los contornos en busca de patatas, pero no encontraban mucho. No había nada que comer y los habitantes habían huido; los que se quedaron se hallaban en peor situación que los mendigos; no había nada que robarles, y hasta los soldados, poco inclinados a la piedad, en vez de aprovecharse de ellos les daban de lo suyo.
    El regimiento de Pavlograd no había tenido en las escaramuzas más que dos heridos; pero el hambre y las enfermedades lo habían reducido a la mitad de sus efectivos. La muerte era tan segura en los hospitales que los soldados, enfermos de fiebre y edemas debidos a los malos alimentos, preferían, aun arrastrándose fatigosamente, permanecer en activo antes que ser llevados al hospital. Al principio de la primavera los soldados descubrieron una planta que se parecía al espárrago, que llamaron, no se sabe por qué, “raíz dulce de María”. Se diseminaban por los campos y las praderas para buscar esa raíz dulce de María (aunque era muy amarga), la desenterraban con los sables y la devoraban a pesar de la prohibición de comer aquella planta nociva. Con la primavera apareció una nueva enfermedad: hinchazón de brazos, piernas y cara, y los médicos la atribuyeron a esa planta. A pesar de todo, los soldados del escuadrón de Denísov seguían comiéndola, porque desde hacía dos semanas se racionaba el pan seco a media libra por persona y las patatas de la última expedición estaban heladas y podridas.
    Los caballos llevaban otras dos semanas alimentándose de la paja de las techumbres y habían quedado espantosamente flacos, cubiertos, además, los cuerpos de jirones de pelo invernal enmarañado.
    A pesar de toda esta miseria, soldados y oficiales hacían la vida de siempre; con los rostros hinchados y pálidos y los uniformes harapientos, los húsares formaban en filas, limpiaban sus armas y cabalgaduras, arrastraban en vez de heno la paja para los caballos y comían en torno a los calderos, de donde siempre volvían hambrientos, bromeando sobre la mala calidad del rancho y su propia hambruna. Y como siempre, en el tiempo franco de servicio, los soldados encendían hogueras, se calentaban desnudos junto al fuego, fumaban, asaban las patatas heladas y contaban o escuchaban los relatos de las campañas de Potiomkin o de Suvórov o los cuentos maravillosos del pícaro Aliosha o de Mikolka, el criado del pope.
    Los oficiales, como de costumbre, vivían de dos en dos y de tres en tres en casas sin techumbre y medio derruidas. Los oficiales superiores se ocupaban de conseguir paja y patatas y, en general, del aprovisionamiento de sus hombres; los inferiores, como siempre, jugaban a las cartas (no había alimentos, pero sobraba el dinero) o a juegos inocentes como la petanca y otros. Se hablaba poco sobre la marcha general de la guerra, en parte porque nada positivo se sabía, en parte porque se sospechaba vagamente que no marchaba bien.


León Tolstói
Guerra y paz, Quinta parte



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