Kim Ki-duk y John le Carré
14 de diciembre de 2020
La muerte continúa su inacabable cosecha, con o sin coronavirus. En estos días fallecieron dos grandes: el cineasta coreano Kim Ki-duk y el novelista inglés John le Carré. Se llevaban treinta años. Kin Ki-duk cumpliría sesenta este 20 de diciembre, y Le Carré había cumplido ochenta y nueve el pasado 19 de octubre. Ambos, muy exitosos y prolíficos.
En la edición de The Guardian de ayer, domingo 13 de diciembre, John Banville, Tom Stoppard, Margaret Atwood, Ian Rankin y otros evocan al hombre y su obra con profunda emoción. "Era un gran hombre, en muchos sentidos", dice Banville. En bares, cafés y restaurantes, atestados o vacíos, Le Carré se sentaba dando la espalda a la pared y con la vista fija en la puerta, como el espía que fue en sus antiguos tiempos y que, en realidad, nunca dejó de ser. Todo escritor es un espía, entre otras cosas.
Aunque solo he leído unas pocas novelas de Le Carré, me gustaba su obra, y sobre todo su manera de llevar el oficio. No se dejaba manosear por la fama ni vivía cazando premios, dedicado a la escritura en Cornualles, lejos del mundanal ruido, "lo más lejos posible de Londres sin caer al mar", como el perfecto caballero inglés que era.
Se le recordará por El espía que surgió del frío, El topo y El jardinero fiel, entre otros títulos, y por su personaje, el agente George Smiley. Le tengo especial cariño a "El sastre de Panamá". Una narración rica, de sorprendente arquitectura, la cuidadosa dedicación a los detalles, las tramas complejas pero nunca enredadas que el lector sigue como adicto o hechizado, hacen que las suyas sean algo más que novelas de espionaje. Un escritor de peso completo. Amazon puede verse ahora una miniserie de seis episodios basada en uno de sus libros, The Night Manager, con un reparto extraordinario: Hugh Laurie, Tom Hiddleston, la maravillosa Olivia Colman y la bellísima Elizabeth Debicki.
No he visto la mayoría de las películas de Kim Ki-duk, el cineasta del silencio, pero recuerdo ahora dos que son extraordinarias: Hierro 3 y El arco. La primera, obra maestra y original historia de amor, enseña el delicado arte de volverse invisible, y la segunda trata de un viejo pescador que encuentra una niña y espera la edad para desposarla. Mientras en la primera el espacio se reduce a un apartamento, en la segunda el mundo entero es una barca. Ambas películas son lecciones de poesía.
Kim Ki-duk vivió de prisa, entre escándalos. Pintor, albañil, escultor y acólito de un templo budista, este hijo de campesinos viajó a Francia a los treinta y sobrevivió haciendo retratos de los transeúntes. En París vio por primera vez una película. Se hizo cineasta luego, cuando volvió a Corea, y la vida le alcanzó para dirigir más de veinte largometrajes. Aunque fue un trabajo de solo 17 días, con Hierro 3 obtuvo el León de Plata en Venecia y la Espiga de Oro en Valladalid. Con Pietà el León de Oro y con Samaritan Girl el Oso de Plata. Son apenas algunos de sus premios.
Sin embargo, porque de todo hay en la viña del Señor, un reconocido crítico de cine de El País, Carlos Boyero, escribió hace ocho años: "Para haberte desencantado de alguien o de algo forzosamente tienes que haber estado antes encantado y eso no me ha ocurrido jamás con el cine de este señor que tanto idolatran los festivales. Incluyo en mi indiferencia algunas celebradas películas como Hierro 3 y Primavera, verano, otoño, invierno... y primavera que le gustan a gente que no profesa culto de fe en la obra de este hombre." Como el texto se titula Otro violento desvarío de Kim ki-duk, más de uno se preguntará de quién es en realidad el desvarío.
De este señor, de este hombre, nos acordaremos toda la vida, incluso cuando el nombre de este crítico se haya perdido en el polvo del olvido.
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