lunes, 28 de diciembre de 2020

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Rachel Cusk
MANIQUÍES


Al doblar una esquina veo a la mujer, Hélène, sentada en un sofá de terciopelo rojo. Me estaba esperando. Me mira con esos ojos extraños, rasgados. En su rostro se pinta una expresión desafiante y vulnerable a un tiempo. Alarga la mano para ajustar el volumen de la música de piano. Me cuenta que la maison de jeux es obra suya. Ella misma creó todo el espectáculo. 

Colecciona ropa y maniquíes desde que era pequeña. Su madre le permitió usar el granero, y creó a su primera modelo a los dieciséis años. Desde entonces, esto ha sido su vida. Siempre ha vivido aquí, con su madre. Ha coleccionado maniquíes de muchas épocas distintas a fin de demostrar las variaciones históricas en la percepción de la silueta femenina. A sus ojos, las mujeres son víctimas de la percepción. En los maniquíes ha hallado un nuevo medio para expresar la realidad del cuerpo femenino.

Le comento que les ha pintado unos ojos muy hermosos. Es increíble; casi parecen estar vivos.

Me mira con expresión extraña. Veo algo en su rostro, un destello de anarquía, casi de violencia. Veo el alma de la artista abrirse por un instante ante mí como un abismo y dejar al descubierto su poder tenebroso y pagano.

«No se los he pintado yo —replica—. Venían con los ojos ya pintados. Son así.»


Rachel Cusk, La última cena



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