THECLA
Fue en esa caminata por las calles de la todavía adormilada Nessus cuando mi pena, que iba a obsesionarme con tanta frecuencia, me sobrecogió de veras por primera vez. Cuando estaba preso en la mazmorra, la enormidad de lo que había hecho, y la enormidad del correctivo que sin duda me impondría el maestro Gurloes, la habían mitigado. El día anterior, mientras caminaba por la Vía del Agua, la alegría de la libertad y la conmoción ante el exilio habían llegado a borrarla. Ahora me parecía que no había nada en todo el mundo más allá del hecho de la muerte de Thecla. Cada retazo de oscuridad entre las sombras, me recordaba su pelo; cada resplandor me recordaba su piel. Apenas podía resistir la tentación de volver corriendo a la Ciudadela para ver si no estaría aún sentada en la celda, leyendo a la luz de la lámpara de plata.
Gene Wolfe
La sombra del torturador, capítulo XVI
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