miércoles, 12 de junio de 2013

Casa de citas / Tom Sharpe / Morirse de risa

Wilt, personaje de Tom Sharpe
Compañía vasca Ados Teatroa
Tom Sharpe
Morirse de risa
Por Enrique Murillo


La enfermera le dijo a Tom Sharpe que se echara en la camilla. Sharpe me miró, y le traduje la indicación. Sharpe obedeció. Tenía el rostro congestionado de dolor. Miró a su mujer, una norteamericana menuda y de ojos azules. Ella mantenía silencio.

La enfermera le preguntó a Sharpe sí era alérgico a alguna cosa. Se lo traduje.

—Dile que sí, que soy alérgico a la muerte.

Por fin nos distendimos todos un poco. Pero el calvario, que él salpicaría de chistes hasta el final, apenas acababa de empezar. En realidad se había iniciado la noche antes, en Madrid, en 1987, durante la grabación de una entrevista para un programa de Pilar Trenas. Aquella tarde estuve con Sharpe en el hotel Villamagna, acompañándole en su primer contacto con periodistas españoles, haciendo a veces de intérprete. Luego le dejé y tomé el puente aéreo.

A la mañana siguiente, cuando Sharpe llegó a la editorial, ya en Barcelona, era obvio que lo estaba pasando muy mal. Le acompañé a la clínica Corachán.

Estaba sufriendo una angina de pecho y, por inverosímil que nos pareciese a todos, nadie parecía haberlo diagnosticado la noche anterior.

En la clínica tuve graves dificultades para seguir haciendo de improvisado intérprete, pues mis conocimientos de inglés médico son nulos. Aquel hombre estaba bastante cerca de la muerte. Todos a su alrededor nos manteníamos tensos. Como él, por supuesto. Pero sólo él encontró recursos, en medio de esa tensión, para aliviarla.

Recuerdo sobre todo el rato tremendo que vivimos mientras le hacían la prueba de esfuerzo.

Agarrado a una barra, obligado a caminar a paso cada vez más rápido por la cinta continua que se deslizaba bajo sus pies, al límite de sus fuerzas, todavía tuvo arrestos para pedirme que le preguntara al médico:

—¿A cuántos han matado con esta máquina?


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