Besos Tristes
DE MÍ
Me gusta correr a alta velocidad, siempre y cuando vaya sola en el coche.
Dice mi mamá que nací la noche lluviosa de un sábado de agosto. Por eso soy tan llorona.
Tengo un clavo de titanio en mi brazo izquierdo, mi húmero se hizo tres pedazos en un accidente.
Lloro en cada episodio de Grey’s Anatomy. No importa cuántas veces lo vea, siempre.
Amo y olvido con la misma intensidad.
Soy alérgica casi a todas las pastillas, aguantar dolor es normal para mí.
Evito el apego con los demás, odio perder a las personas, detesto decir adiós. Y yo siempre me voy.
Hay un solo hombre al que amé con locura.
Nunca me rindo. O termino algo o nunca lo empiezo.
Sólo le tengo miedo a lo que veo en el espejo. A nada más.
Cuando estoy nerviosa me da por toser.
Llevo dos cicatrices en mi cuerpo. Una de victoria y otra de una derrota. De una me siento orgullosa, la otra todavía me duele, y por dentro.
Amo mi escritorio tanto como amo mi cama.
Soy antisocial, completamente.
Adicta al amor o al sufrimiento, que vienen siendo lo mismo.
Soy terca. Que es bueno y malo a la vez.
Yo debí ser abogado o médico forense. O las dos.
Me enamoraría de cualquier hombre. Siempre y cuando tenga ese «no sé qué.»
Soy muy desinteresada de los demás. Es decir, mi mundo se reduce a unos pocos.
Lo de sonreír no se me da mucho, soy muy cara dura. Tampoco soy triste, si no hay de qué o de quién reírse, me burlo de mí.
Cualquier día, por malo que sea, se arregla escuchando a Sabina o leyendo a García Márquez.
Para mí no hay imposibles.
Enamorarme fue lo mejor y lo peor que pudo pasarme, en una sola persona.
La vida ya es un tanto absurda, por eso creo, sueño, invento, imagino, me ilusiono.
Escribir, leer y amar. A eso le llamo vivir.
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