MÍO
Nadie sabe a quién le escribo. Yo sí. Estoy segura que existe y que está por ahí en algún lugar, tomando una clase en la Universidad, trabajando, caminando por allí, fumándose un cigarro, tratando de escribir, cantando alguna canción de Sabina, leyendo algún libro, haciendo sus tareas o simplemente está tirado en su cama aguantándose el dolor de muela y tratando de dormir.
Sé que me lee en silencio y desde lejos, intentando no acordarse quién soy, también sé que sonríe cada vez que se encuentra en todas mis letras. Sé que le resulta inevitable pensar en mí de vez en cuando. Tampoco puede desprenderse de mi voz, de mi risa, no puede olvidar mis berrinches, tampoco olvida mis gemidos, y se muere poco cada vez que me recuerda diciéndole «¡Ay ajá!». Quiero pensar que me recuerda, en plena misa, en cualquiera de sus clases, cuando conversa con algún amigo, cuando despierta a media noche porque tiene sed, cuando tienes ganas de hacer el amor.
Nadie sabe su nombre, nadie imagina esta historia. Ya ni yo sé si es cierta o si la inventé, quizás la soñé. Muchas veces me descubro convenciéndome a mí misma de su inexistencia, discutiendo con la vida, con el destino, con su recuerdo. Pero también me quedaron unas canciones, unas cuantas poesías, me quedó el recuerdo de una noche entera acurrucada en su pecho. Todavía huelo a él, pareciera que me quedé olvidada en su cama, ahí donde una vez se detuvo el tiempo y sólo existíamos él y yo.
Yo sí sé su nombre, pero prefiero callarlo y guardarlo sólo para mí. Y es que no sé cómo nombrarlo sin romperme un poco. Yo sí sé cómo se llama, cómo quisiera llamarse, y también sé como lo llamo yo. Y lo seguiré llamado así hasta que se me salga de este pecho, hasta que un día por fin despierte y no busque con ansias cada letra suya, lo seguiré llamando así hasta que una noche por fin pueda cerrar los ojos sin antes acariciar su recuerdo. Seguiré llamándolo así hasta que un día me enfrente sin miedo a la hoja en blanco y mis dedos ya no tengan ganas de escribir de él y para él, seguiré llamándolo así hasta que mis dedos ya no invoquen su nombre. Entonces ese día dejaré de llamarlo «mío».
Mientra tanto seguiré extrañando a ese idiota. Si alguien sabe su nombre, si alguien sabe para quién escribo, dígale que soy suya y que ya no quiero ser de nadie más. Dígale que sólo quiero leerme en sus ojos y escribirme con su manos. Dígale que vuelva aunque yo haya dicho que ya no lo quiero. Dígale que aquí hace falta, dígale que aquí está su poesía, su mujer. La que lo ama.
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