Foto de Anastasii Mikhailov |
Besos Tristes
UN BESO
Era un sábado de octubre, siete y media de la mañana. Fueron nueve horas y algunos minutos más, nueve horas interminables, casi eternas. Haciendo escala primero en San José, luego en Medellín y finalmente a las seis con diez de la tarde, el avión aterrizó en el aeropuerto Ernesto Cortissoz.
Llegué al hotel y me instalé en la habitación doscientos catorce. Me senté en una silla, apagué la luz y en completo silencio dejé pasar una hora. A mi parecer, fue la hora más larga de mi vida, no porque no se movieran las agujas del reloj, sino porque a medida avanzaba el tiempo yo todavía no tenía ni la más remota idea de qué hacía ahí, en un país que nunca antes había visitado y en una ciudad que no conocía en lo absoluto. Era todo tan extraño, como un sueño. Era como si me podía ver yo misma desde afuera, asustada, completamente paralizada.
Pocas veces siento miedo, esa noche sentí todo el miedo que nunca antes sentí en mis treinta y un años. El sonido de un teléfono en la habitación de al lado interrumpió mi silencio y reaccioné, me dije: tienes dos opciones, o te acuestas a dormir y esperas que el reloj dé las seis de la mañana para subirte al avión y regresar por donde llegaste o te armas en valor y sales a buscar lo que tanto quieres y que te trajo hasta aquí, sin importar qué.
Entonces decidida, bajé hasta el vestíbulo del hotel y ordené un taxi.
-Buenas noches, me llamo Rafael y estoy para servirle, dijo amablemente el taxista.
-Buenas noches Rafael, le contesté.
-Usted no es de por acá ¿verdad señora? me preguntó con curiosidad.
-No, en realidad estoy muy lejos de casa. Le contesté.
-¿Qué le trae a mi hermosa ciudad? preguntó.
-Bueno… -y después de un silencio ensordecedor y un suspiro de esos que duelen desde adentro- le dije: Yo vine hasta acá porque quiero mirarme en sus ojos, quiero saber lo que se siente respirar su mismo aire, quiero acariciar su sonrisa, quiero conocer las manos que alguna vez me escribieron tanto, y bueno… para no hacerle largo el cuento, me voy a bajar del taxi, voy a tocar a la puerta, preguntaré por él y cuando aparezca, sin decir nada, así sin más, lo voy a besar. Usted me regresará al hotel, y mañana a las ocho y veinte de la mañana estaré abordando un avión que me lleve de regreso a casa. Pero mañana ya no seré sólo yo, seré yo… la que vino hasta acá sólo para besar al hombre que ama.
¿Qué le parece?
-Me parece bien, dijo sonriendo. Encendió el motor y preguntó: ¿A dónde la llevo entonces?
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