Francisco Toledo
Juchitán
Fue
muy sencillo, ya había estado cuatro años viviendo en los crudos inviernos; la
soledad me empezó a pesar. Recuerdo algo que no sé ni cómo contar. Yo vivía en
un sexto piso, sin luz, sin agua, sin baño, sin nada. A pesar de haber
expuesto, vivía en un cuarto de servicio y era tal mi desorden y suciedad que
yo creo que tardaba meses en cambiar las sábanas y la funda de la almohada de
mi cama. Una noche, regresando en medio de todos esos pasillos oscuros, llegué
a mi cuarto, me acosté, olí la ropa limpia y me acordé de las sábanas limpias
que tenía en mi cama de niño. En ese momento pensé que esa no era la vida que
yo quería, que quería un orden y curiosamente relacioné la casa de mi madre con
el olor de las sábanas limpias. En ese momento decidí regresarme y dejar de
seguir soportando el frío parisino, la comida de restaurantes y la soledad.
Estaba harto de viajar y ver galerías.
Además,
todo esto coincidió con que mi padre me fue a visitar. Me habían adelantado
dinero antes de mi exposición, y como un gesto de generosidad se me ocurrió
mandarle un boleto e invitarlo a venir. Él estaba muy orgulloso y conviví con
él como nunca lo había hecho. Viajamos por España y París, y él me habló mucho
de su infancia en Juchitán. Me ganó la nostalgia y como entonces no le tenía
miedo a los aviones, de inmediato decidí regresar al lugar donde nací. Ahí,
aunque no pinté tanto, me alimenté muchísimo. Conocí a familiares; conocí la
historia de este pueblo de gente rebelde y brava que no se deja aplastar,
conocí algo mucho más profundo.
Llegué
a Juchitán, me casé; bueno, no: hice una familia con una mujer juchiteca, y
nació mi primera hija, Natalia.
Silvia Cherem
Trazos y revelaciones / Entrevistas a diez
artistas mexicanos
Fondo de Cultura
Económica, México, 2004, p.347
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