miércoles, 15 de mayo de 2013

Diario / Evelio Rosero



Triunfo Arciniegas
Evelio Rosero
Bogotá, 6 mayo de 2013

Voy al apartamento de Evelio Rosero a tomarle unas fotos. No tengo una buena foto suya y es la primera vez que visito su guarida. Siguiendo las instrucciones, tomo el Trasmilenio, me bajo en la estación de la 77 y camino hacia la estación del Minuto de Dios, donde nos encontramos después de otra llamada al celular. Me enseña los humedales, caminamos unos minutos y le tomo un par de fotos. Evelio es tímido. Sé que la cámara lo hace sufrir.

Vamos al apartamento y destapa una botella de vino francés. Quiero vender el apartamento y comprar otro. Le aconsejo que lo mantenga y adquiera otro. Que lo alquile para ayudarse a pagar el nuevo. Sonríe, incrédulo, cuando le digo que si pudo conseguir éste, tarde o temprano tendrá dinero para otro. Su vida es mejor ahora debido al éxito de Los ejércitos, novela premiada y traducida a veinte idiomas. Le he llevado de regalo un libro de fotografías. Me corresponde con otro, también de fotografías, una bella edición de Taschen.

Ahora fuma menos. No sé si sigue bebiendo igual. Se le notan los años. Se nos notan. Ya no somos aquellos muchachos flacos y muertos de hambre que buscaban un editor.

Hace menos de una semana terminó una novela, sin título por ahora, y la envió a su editor en España. No se me ocurre preguntarle por su nuevo proyecto. Casi nunca hablamos de nuestro oficio. Nunca, en más de veinte años, me ha preguntado qué estoy escribiendo. Hablamos de libros. Leo sus recomendaciones y él atiende las mías. Ayer mismo compré un libro de Saki porque me recomendó uno de sus cuentos mientras recorríamos la feria del libro. En otros años le prestaba paquetes de libros. Se los dejaba por un tiempo, hasta mi siguiente viaje a Bogotá. Hablamos de mujeres, por supuesto. Una vez viajó hasta Pamplona para hablarme de una mujer que lo arrastraba por la calle de la amargura. Me pregunta por una hermosa que hace más diez años llevé a su casa en Chía, una morena exuberante. "Llegaron furiosos, peleando", recuerda. Llegamos embarrados porque había llovido. Ya no veo a esta hermosa pero nos escribimos. Quiere tomarse un café conmigo. Hablamos de las mujeres que perdimos y envejecieron en brazos de otros. De los amigos, de los que ya no son amigos. De los editores. Quisiera registrar toda nuestra conversación pero mi memoria no da para tanto.

Llega la pizza y no deja que le ayude a pagar. Está lloviendo. La luz disminuye pero aún puedo hacer unas tomas. Evelio se recuesta en un sillón y le hago una buena foto mientras mira el techo. 

Me firma unos ejemplares que quiero regalar. Como el clima no permite que volvamos a los humedales, lo acompaño en su carro hasta la Biblioteca Luis Ángel Arango. Escuchamos los viejos temas de Santana. Entregará unos libros y sacará otros. Desde que lo conozco es un asiduo visitante de la biblioteca. Nos despedimos a la entrada. Sigue lloviendo.





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