STALIN
Era una recuperación del viejo principio penal del castigo "por palabra y hecho", actos o simples intenciones, en contra del zar. Stalin es un admirador y discípulo de Iván el Terrible, a quien sólo reprochaba haber sido demasiado clemente por su fe religiosa. Él iba a ser implacable, incluso con sus más cercanos amigos y colaboradores, domando irreversiblemente con los grandes procesos-espectáculo de 1936-1938, y con millones de muertos, tanto al partido comunista como a la sociedad rusa. En 1936-1937 fueron establecidas las cuotas mínimas de personas a ejecutar en cada territorio de la URSS.
Nicolas Werth menciona millón y medio de detenidos, sólo en 1937-1938, de los que casi 700.000 fueron ejecutados, la mayoría sin proceso alguno. La población confinada en los campos o deportada se acercó a los cuatro millones. La sangría en el Ejército tras el proceso de Tujashevski se concretó en la expulsón o detención de 35.000 oficiales, entre ellos tres mariscales sobre cinco, 13 generales sobre 15, ocho almirantes sobre nueve. Cayeron miembros del Politburó y del Comité Central, más de la mitad de los delegados del Congreso del PCUS de 1934, en el curso del cual Stalin anunció lo que iba a ser el futuro inmediato con un gesto de humor negro, apuntando simbólicamente a los asistentes con un fusil de mira telescópica que ellos mismos le regalaran.
A lo largo de esos años, nadie sabía si iba llegar en libertad al final de la noche o si al día siguiente encontraría al vecino o al compañero de trabajo. El silencio de los cientos de miles de desaparecidos contrastaba con el espectáculo de los grandes procesos contra viejos bolcheviques -Kamenev, Zinoviev, Bujarin- que asumían las esperpénticas acusaciones del fiscal Vishinsky bajo torturas y amenazas contra sus familiares. La apertura parcial del Archivo Stalin, analizado por Pavel Chinsky, demuestra su intervención constante en la escenificación de las trágicas farsas, como si se tratara de la dirección de un espectáculo teatral. Era la fachada detrás de la cual se desenvolvían el terror de masas en el interior de la URSS y los costosísimos preparativos de las acciones en el exterior que culminaron en 1940 con el asesinato de Trotski en México.
Para Stalin, el terror formaba parte inseparable del ejercicio del poder. Antes del gran terror del bienio 1936-1938 había ordenado el aniquilamiento de los campesinos acomodados (kulaks) entre 1929 y 1931. Tampoco era sólo una receta aplicable a la URSS. Cuando a partir de 1945 la hegemonía soviética se extienda a la Europa del Este, los procesos de dirigentes serán de nuevo el instrumento de afirmación de la preeminencia del Kremlin. A estas alturas, el espíritu del estalinismo se encontraba tan interiorizado que más de uno de esos dirigentes alternó los papeles de verdugo y de víctima, como ya sucediera en el curso de los grandes procesos.
Antonio Elorza
Stalin: la política y el terror
El País, 1 de marzo de 2003
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