Aurora Venturini
EL DESARROLLO
Betina tenía once y yo doce. Rufina opinó están en la edad del desarrollo y yo pensé que algo desde adentro emergería hacia afuera y rogué a santa Teresita que no fueran canelones. Pregunté a la sicóloga qué era desarrollo y se puso colorada aconsejándome que le preguntara a mi mamá.
Mi mamá también se puso colorada y me dijo que a cierta edad las niñas dejaban de serlo para convertirse en señoritas. Después calló y yo quedé en ascuas.
Conté que concurría a un instituto para disminuidos, menos disminuidos que el de Betina. Una chica dijo que estaba desarrollada. Yo no le noté nada diferente. Ella me contó que cuando eso ocurre sangra la entrepierna varios días y que no hay que bañarse y hay que usar un paño para no manchar la ropa y tener cuidado con los varones porque una puede quedar embarazada.
Esa noche no pude dormir palpándome el sitio indicado. Pero no estaba húmedo y todavía podía hablar con los varones. Cuando me desarrollara jamás me acercaría a ningún chico no fuera que me embarazara y tuviera un canelón o algo parecido.
Betina hablaba bastante, o farfullaba y se hacía entender. Así ocurrió que una noche de reunión de familia en la que no nos permitían estar por falta de modales especialmente durante las comidas, mi hermana gritó con voz de trombón: mamá, me sangrea la cotorra. Estábamos en la habitación de al lado a la del ágape. Vinieron una abuela y dos primos.
Yo les dije a los primos que no se acercaran a la sangrante porque podían embarazarla.
Todos se fueron ofendidos y mamá nos pegó a las dos con el puntero.
Fui a mi instituto y conté que Betina estaba desarrollada a pesar de ser menor que yo. La maestra me retó. No hay que hablar inmoralidades en el aula y me aplazó en la materia instrucción cívica y moral. La clase se convirtió en un grupo de alumnos preocupados, especialmente las chicas que de vez en cuando se palpaban para comprobar posibles humedades.
Por si acaso yo no me junté más con los varones.
Una tarde Margarita entró radiante y dijo me vino y entendimos de qué se trataba.
Mi hermana dejó la escolaridad en tercer grado. No daba para más. En realidad no dábamos para más ninguna de las dos y yo dejé en sexto grado. Sí, aprendí a leer y escribir, esto último con faltas de ortografía, todo sin H, porque si no se pronuncia, ¿para qué serviría?
Leía dislálicamente, dijo la sicóloga. Pero sugirió que ejercitándome mejoraría y me obligaba a los destrabalenguas como María Chucena su choza techaba y un leñador que por ahí pasaba le dijo María Chucena vos techas tu choza o techas la ajena yo no techo mi choza ni techo la ajena solo techo la choza de María Chucena.
Mamá observaba y cuando yo no destrababa me daba un punterazo en la cabeza. La sicóloga impidió la presencia de mamá durante María Chucena y destrabé mejor, porque cuando mamá estaba, por terminar bien pronto María Chucena, me equivocaba temiendo el punterazo.
Betina rodaba su rum alrededor, abría la boca y señalaba adentro de la boca porque tenía hambre.
Yo no quería comer en la mesa de Betina. Me asqueaba. Tomaba la sopa del plato, sin usar cuchara y tragaba los sólidos agarrándolos con las manos. Lloraba si yo insistía en alimentarla por aquello de meterle la cuchara en cualquier orificio de la cara.
A Betina le compraron una silla de almorzar que tenía una mesita adosada y en el asiento, un agujero para que defecara y pis. En mitad de las comidas le venían ganas. El olor me producía vómitos. Mamá me dijo que no me hiciera la delicada o me internaría en el Cotolengo. Yo sabía qué era el Cotolengo y desde entonces almorcé, diré, perfumada con el hedor a caca de mi hermana y la lluvia de pis. Cuando tiraba cuetes, la pellizcaba.
Después de comer me iba al campito.
Rufina higienizaba a Betina y la sentaba en la silla ortopédica. La boba siesteaba con la cabeza caída sobre el pecho o sobre los pechos porque ya denunciaba la ropa dos bultos bastante redondos y provocadores porque ella estaba desarrollada antes que yo y aunque espantosa era señorita antes que yo, lo cual obligaba a Rufina a cambiarle los paños todos los meses y a lavarle la entrepierna.
Yo me las arreglaba sola y observaba que no me crecían las tetitas dado que era flaca como un palo de escoba o como el puntero de mamá. Y así fuimos cumpliendo años, pero yo asistía a clase de dibujo y pintura y el profesor de Bellas Artes opinó que sería una plástica importante a causa de que por ser medio loquita dibujaría y pintaría como los extravagantes plásticos de los últimos tiempos.
Aurora Venturini
Las primas
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