1
Un día ella se acercó y se quedó de pie junto a él, esperando a que moviese una pieza. La que estaba tocando era una con una cabeza de caballo sobre un pequeño pedestal. Tras un segundo, él miró hacia arriba frunciendo el ceño irritado.
—¿Qué quieres, niña? —le dijo.
Normalmente ella salía corriendo ante cualquier encuentro con gente, especialmente con los adultos, pero esta vez no huyó.
—¿Cómo se llama el juego? —preguntó.
Él la miró.
—Deberías estar arriba con los demás.
Ella le miró sin descomponerse; algo en ese hombre y la fijeza con la que jugaba ese misterioso juego le ayudaron a mantenerse en lo que quería.
—No quiero estar con los demás —dijo—, quiero saber a qué juego estás jugando.
Él la miró con más atención. Entonces se encogió de hombros.
—Se llama ajedrez.
2
Había tres hombres en mangas de camisa de pie alrededor de una mesa encajada entre dos sofás. En la mesa había un decantados de cristal y tres vasos. En el centro de la mesa había un tablero de ajedrez; dos de los hombres miraban y comentaban mientras el tercero movía las piezas especulativamente con las puntas de los dedos .Los dos hombres que miraban eran Tigran Petrosian y Mijail Tal. El que movía las piezas era Vasily Borgov. Eran tres de los mejores jugadores del mundo, y estaban analizando lo que debía de ser la posición aplazada en su partida con Duhamel.
3
Ahora tenía las mejillas apoyadas en los puños, y sus ojos permanecían cerrados. La dama estaba inofensiva en la última fila, en la casilla del alfil dama, donde llevaba desde la jugada nueve. Sólo podía salir por la diagonal, y tenía tres casillas. Todas parecían malas.
[…] Él tomaría su dama después, y ella todavía estará con alfil menos. Pero su caballo estaría ahora colocado para otra horquilla. Ganaría su alfil. No sería un sacrificio. Volverían a estar equilibrados de nuevo, y su caballo podría continuar amenazando la torre.
Abrió los ojos, parpadeó y movió la dama, él puso la torre enfrente. Sin dudar, ella tomó su alfil y lo llevó a dar jaque, y esperó a que su dama lo tomase. Él la miró y no movió. Por un momento ella mantuvo la respiración. “¿Habría omitido algo?” Cerró los ojos de nuevo, asustada, y miró la posición. Él podía mover su rey en vez de tomar el alfil, podía interponer…
De repente ella oyó su voz desde el otro lado de la mesa diciendo la asombrosa palabra “Tablas”.
[…] Unas tablas, sin embargo, no eran una victoria. Y la única cosa de la que estaba segura que le gustaba en su vida era ganar. Miró la cara de Borgov de nuevo y vio con sorpresa que estaba cansado. Meneó la cabeza. “No.”
4
A mitad de camino, la primera fila de mesas de cemento, un anciano estaba sentado solo con las piezas colocadas delante de él. Era sexagenario y llevaba las habituales gorra gris y camisa de algodón gris con las mangas remangadas. Cuando ella se detuvo ante su mesa, él la miró inquisitivo, pero no llegó a reconocerla. Se sentó delante de las negras y dijo cuidadosamente en ruso: “¿Te gustaría jugar al ajedrez?”
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