Walter Tevis
EN MEDIO DE LA NOCHE
En algún momento, en medio de la anoche, se despertó. Alguien estaba sentado al borde la cama. Se puso rígida.
—Tómatelo con calma -susurró Jolene—. Sólo soy yo.
Beth no dijo nada, permaneció acostada y esperó.
—Pensé que te gustaría probar algo divertido —dijo Jolene.
Metió una mano debajo de la sábana y la puso suavemente sobre el vientre de Beth, que estaba bocarriba. La mano se quedó allí y el cuerpo de Beth permaneció rígido.
—Tranquilízate -susurró Jolene—. No te voy a lastimar.
Se rio suavemente.
—Estoy caliente. ¿Sabes lo que es estar caliente?
Beth no lo sabía.
—Relájate. Sólo voy a frotar un poco. Se sentirá bien, si lo permites.
Beth volvió la cabeza hacia la puerta del pasillo. Estaba cerrado. La luz, como de costumbre, quedó debajo. Podía escuchar voces distantes, en la oficina. La mano de Jolene se movía hacia abajo. Beth negó con la cabeza.
—No... —susurró.
—Silencio ahora —dijo Jolene. Su mano se movió más hacia abajo, y un dedo comenzó a frotar hacia arriba y hacia abajo. No dolió, pero algo en Beth se resistió. Sintió que estaba sudando.
—Ah, mierda —dijo Jolene—. Apuesto a que se siente bien.
Se retorció un poco más cerca de Beth y su mano libre tomó la suya, tirándola hacia ella.
—Tú también me tocas —dijo.
Beth dejó que su mano se aflojara. Jolene la guió por debajo del camisón hasta que los dedos rozaron un lugar que se sentía cálido y húmedo.
—Vamos, aprieta un poco —susurró Jolene. La intensidad del susurro era aterradora. Beth, obediente, presionó más duro-. Vamos, bebé -susurró Jolene—. Muévelo hacia arriba y hacia abajo. Me gusta esto.
Comenzó a mover su dedo sobre Beth. Fue espantoso. Beth frotó a Jolene un par de veces, esforzándose, concentrándose en hacerlo. Su rostro estaba empapado de sudor y su mano libre agarraba la sábana, apretándola con todas sus fuerzas.
Entonces su rostro estaba contra el de ella y su brazo alrededor del pecho de Beth.
—Más rápido —susurró Jolene—. Más rápido.
—No —dijo Beth en voz alta, atemorizada—. No, no quiero.
Y apartó la mano.
—Hijo de puta —dijo Jolene en voz alta.
Oyeron que alguien corría por el pasillo y la puerta se abrió. La luz entraba a raudales. Era una de las vigilantes nocturnas que Beth no conocía. La dama se quedó allí durante un largo minuto. Todo estaba en silencio. Jolene se había ido. Beth no se atrevió a moverse para ver si había regresado a su cama. Finalmente la mujer se fue. Beth miró y vio el contorno del cuerpo de Jolene en la cama. Tenía tres pastillas en el cajón y las tomó todas. Luego se acostó de espaldas y espero que el mal sabor desapareciera.
Al día siguiente en la cafetería, Beth se sintió miserable por no dormir.
—Eres la chica blanca más fea de todas -dijo Jolene, en un susurro escénico. Se había acercado a Beth en la fila de las cajitas de cereal—. Tu nariz es fea y tu cara es fea y tu piel es papel de lija. Perra, basura blanca.
Jolene siguió, con la cabeza en alto, hacia los huevos revueltos.
Beth no dijo nada porque sabía que era verdad.
IN THE MIDDLE OF THE NIGHT
by Walter Tevis
Sometime in the middle of the night she was awakened. Someone was sitting on the edge of her bed. She stiffened.
“Take it easy,” Jolene whispered. “It’s only me.”
Beth said nothing, just lay there and waited.
“Thought you might like trying something fun,” Jolene said. She reached a hand under the sheet and laid it gently on Beth’s belly. Beth was on her back. The hand stayed there, and Beth’s body remained stiff.
“Don’t be uptight,” Jolene whispered. “I ain’t gonna hurt nothing.” She giggled softly. “I’m just horny. You know what it’s like to be horny?”
Beth did not know.
“Just relax. I’m just going to rub a little. It’ll feel good, if you let it.”
Beth turned her head toward the corridor door. It was shut. The light, as usual, came under it. She could hear distant voices, down at the desk.
Jolene’s hand was moving downward. Beth shook her head. “Don’t…” she whispered.
“Hush now,” Jolene said. Her hand moved down farther, and one finger began to rub up and down. It did not hurt, but something in Beth resisted it. She felt herself perspiring. “Ah shit,” Jolene said. “I bet that feels good.” She squirmed a little closer to Beth and took Beth’s hand with her free one, pulling it toward her. “You touch me, too,” she said.
Beth let her hand go limp. Jolene guided it up under her nightgown until the fingers grazed a place that felt warm and damp.
“Come on now, press a little,” Jolene whispered. The intensity in the whispering voice was frightening. Beth did as she was told and pressed harder.
“Come on, baby,” Jolene whispered, “move it up and down. Like this.” She started moving her finger on Beth. It was terrifying. Beth rubbed Jolene a few times, trying hard, concentrating on just doing it. Her face was wet with sweat and her free hand was clutching at the sheet, squeezing it with all her might.
Then Jolene’s face was against hers and her arm around Beth’s chest. “Faster,” Jolene whispered. “Faster.”
“No,” Beth said aloud, terrified. “No, I don’t want to.” She pulled her hand away.
“Son of a bitch,” Jolene said aloud.
Footsteps came running up the hallway, and the door opened. Light streamed in. It was one of the night people whom Beth didn’t know. The lady stood there for a long minute. Everything was quiet. Jolene was gone. Beth didn’t dare move to see if she was back in her own bed. Finally the woman left. Beth looked over and saw the outline of Jolene’s body back in bed. Beth had three pills in the drawer; she took all three. Then she lay on her back and waited for the bad taste to go away.
The next day in the cafeteria, Beth felt wretched from not sleeping.
“You are the ugliest white girl ever,” Jolene said, in a stage whisper. She had come up to Beth in the line for the little boxes of cereal. “Your nose is ugly and your face is ugly and your skin is like sandpaper. You white trash cracker bitch.”
Jolene went on, head high, to the scrambled eggs.
Beth said nothing, knowing that it was true.
Walter Tevis
The Queen's GambitRandom House, New York, 1983
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