Irene Vallejo
LA ERA DE LA IRA
«La literatura occidental comienza rabiosa. La primera palabra de la Ilíada es “cólera”: antes que a los dioses o a los seres humanos, el poeta invoca la ira, la ofensa que hiere y hierve. En su mundo reina el apetito de pelea, el combate donde se compite, la glotonería de gloria. Las voces de los guerreros arengan, aúllan y retumban. De hecho, el adjetivo “estentóreo” deriva de Esténtor, un personaje del poema que, según Homero, gritaba con el ruido y la furia de 50 hombres.
La lucha en el campo de batalla era una experiencia tan cotidiana en las civilizaciones antiguas que el filósofo Heráclito la consideró la dinámica de la realidad. Escribió que la guerra está en el origen cósmico de todo: el universo, pero también las ideas, invenciones, instituciones y Estados. El pensador griego afirmaba que cada cosa se define en disputa con las demás. Esta concepción de la existencia nace de una sociedad donde la guerra decidía la suerte de cada individuo: vida o muerte, esclavitud o libertad, riqueza o pobreza (…)
En la niebla de la guerra triunfan los rugidos rotundos y unívocos sobre la palabra sosegada. Hoy resuenan ecos de Heráclito cuando señalaba el conflicto como clave: un político no es nadie sin un buen adversario. El filósofo construyó su teoría en torno al término griego pólemos, “combate”, de donde deriva nuestra palabra “polémica”. A muchos líderes estentóreos los definen sus odios, no sus ideas. Confunden ganar con gritar y destacar con desgañitarse, siempre en actitud de ataque. Abundan los profesionales de la confrontación y el insulto, pertrechados de profecías apocalípticas, convencidos de que el fin justifica los miedos».

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