viernes, 17 de diciembre de 2021

Un libro / Gabrielle Wikktop / El necrófilo

 

El necrófilo y Gabrielle Wikktop


Martín Sacristán
17 de noviembre de 2019

Soy un hombre libre, y hay muy pocos de ellos hoy en día. Los hombres libres no son hombres de carrera”. Así se expresó Gabrielle Wittkop poco antes de suicidarse. Tenía 81 años, un cáncer de pulmón, y ninguna gana de vivir la agonía de una larga enfermedad. A sus lectores, cualquier otro final nos habría decepcionado. Su género era hombre, había nacido mujer, fue periodista, publicista, no pisó jamás la escuela, y además de enseñarse a sí misma nunca creyó en una de las mayores religiones de la humanidad: el Amor. La única relación duradera de su vida fue con su marido, un nazi gay y desertor del ejército de Hitler, con quien no se acostaba y cuya convivencia respondía a un contrato de conveniencia intelectual, según sus palabras. Tenía demasiado carácter para llevarse verdaderamente bien con nadie, y sobrada personalidad para que su escritura dejara indiferente. Por eso la primera novela que escribió tiene por protagonista a un necrófilo. Roba cadáveres de ambos sexos, seleccionados cuerpos que ama brevemente, justo antes de que comiencen a heder y arrojar fluidos.


Autor de El Necrófilo
De los primeros en poner morritos para hacerse el interesante

El Necrófilo es un diario intimista, que no retrata a un monstruo, sino a un hombre gris. Podría ser cualquiera de nuestros vecinos, esos que no destacan por su sonrisa ni por su vestimenta. Personas que no parecen encontrar placer en la relación social, y menos aún en compras hedonistas. Podríamos juzgarlos incapaces de disfrutar, eremitas que renunciaron a los placeres. Lo es, por necesidad, el necrófilo, que tiene una pasión desbocada, que habla con verdadera ternura de sus amores, cuerpos muertos, de los que a veces le cuesta demasiado despedirse. Tanto que en ocasiones, contraviniendo su pulcra disciplina, los mantiene demasiado tiempo en casa, y se le pudren. Si el autor, que no nos ahorra esos detalles macabros, logran que venzamos la repugnancia, es por el exquisito tratamiento del protagonista. sus motivaciones, pensamientos y acciones están narrados con exquisito detalle.

Primera edición de El Necrófilo, 1972, en Francia. El ego de la editora (Desforges) era tan enorme que ponía su nombre más grande que el del autor.

A este libro macabro lo hacen tan atractivas sus páginas como sus génesis. El autor odiaba profundamente a Règine Desforges, la editora, autora y activista contra la moralidad y la corrección política, y pionera de la libertad sexual a través de su editorial, que se atrevió a publicar El Necrófilo. Era 1972, y el mundo bastante menos pacato que en el presente. Anécdotas en su justa medida, si la autora despreciaba a Desforges, a la vez reconocía en ella su valor para hacer lo que le daba la gana. Lo que viniendo de ella era un piropazo. A la editoria tampoco le gustaba Wittkop. Paradojas de la existencia, Desforges acabó siendo miembro de honor de l’Association pour le droit de mourir dans la dignité, organización francesa que reivindica la eutanasia. Tanto el marido del autor, como el autor mismo, se suicidaron para no afrontar la agonía de sus largas enfermedades. Cáncer como dije en Wikktop, un grave caso de Parkinson en el esposo. La editora defendía la posibilidad de una muerte libremente elegida y con asistencia humanitaria por parte del estado.

Mujer, feminista, reivindicativa de la sexualidad y todo ello en los 70. Adivinen porqué ninguno de sus libros ha sido publicado en español. Me refiero a Desforges, la editora de Wikktop.

Muerte es la idea fundamental en torno a la que gira la obra de Wikktop. Pero no entendida a la manera filosófica o religiosa, sino en la observación del fallecido, quienes le rodean, y los procesos de putrefacción y liquefacción de las grasas propias de la evolución del cadáver. En ese sentido El Necrófilo es apenas un aperitivo tímido de Serenísimo asesinato, único libro que, junto al anterior, ha sido traducido y editado en España. El primero por La sonrisa vertical, y el segundo por Anagrama. Ni siquiera Latinoamérica se ha interesado por el éxito del autor en Francia y Alemania, que es donde se dio más lectura a sus obras, aunque ahora vaya quedando sepultada en el olvido.

Harold Bloom también ponía morritos. Literatura y morritos ¿imprescindible ir de la mano?

Auguro que regresará como clásico. Este autor ha atrapado esa cualidad básica de la literatura, la de asomarnos a intimidades que nunca conoceríamos en la vida real. Haciéndolas creíbles, además. El recientemente fallecido Harold Bloom no profundizó suficientemente en este aspecto. Pero él era, como le hubiera definido Wikktop, un hombre de carrera, incapaz de entregarse a la absoluta libertad intelectual. Consideraba que el canon literario estaba hecho de grandeza y no de miseria, pero su admirado Shakespeare fue sobre todo un creador de culebrones, amarillista y gore, siempre obsesionado por ser comercial. Al fin y al cabo vivía de vender entradas teatrales, y si su teatro no gustaba, no comía. A nosotros, condicionados por hombres como Bloom, nos resulta difícil comprender que en Sálvame, Jorge Javier y Belén Esteban hayan elevado el cotilleo y la murmuración elevadas a bella arte. Ahí debería buscar su humus pútrido la literatura, y no lo hace lo suficiente. Vivimos más que nunca atrapados en el protocolo de palacio. Cuando en la Edad Media los reyes y aristócratas eran indistinguibles por su comportamiento y olor de los plebeyos se inventó la etiqueta. Hombres y mujeres iguales comenzaron a distinguirse por su comportamiento, y ser llano comenzó a despreciarse. Hoy lo zafio, lo feo y lo suburbano es objeto de culto, y rara vez fenómeno masivo, Trainspottings aparte.

El autor del Necrófilo, tan exquisitamente aristocrático en su redacción y sintaxis, era demasiado libre como para constreñirse al protocolo. Sus comentarios hubieran incendiado el Twitter cada día. Bueno, más bien le hubieran cerrado la cuenta en pocas horas. De él debemos aprender, por encima de todo, que se dio el permiso más importante que debe concederse a sí mismo un autor. Escribir lo que le dé la gana. Como le dé la gana.


Pues eso: si quieren aparentar intelectualidad, morritos.

LECTORADICTO

No hay comentarios: