martes, 21 de diciembre de 2021

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Andrzej Sapkowski

LA SIRENA

"Más de una lágrima he llorado..."

X

    Al día siguiente organizaron algo así como una cena festiva. En una de las aldeas por las que pasaron, Essi y Geralt compraron un corderillo ya preparado. Mientras ellos mercaban, Jaskier robó con sigilo ajo, cebolla y zanahorias del huertecillo de detrás de la choza. Al irse, arramplaron aun un pequeño caldero de lata de la cerca de detrás de la fragua. El caldero estaba un poco agujereado pero el brujo lo lañó con la Señal de Igni.
    La cena tuvo lugar en un calvero, en lo profundo del monte. El fuego chasqueaba alegremente, el caldero borboteaba. Geralt lo removía cuidadosamente con una rama de abeto descorchada que hacía las veces de cuchara de cocina. Jaskier peló la cebolla y cortó las zanahorias. Ojazos, que no tenía ni idea de cocinar, les amenizaba el tiempo tocando el laúd y cantando cuplés picantes. 

    Fue una cena festiva. Porque por la mañana temprano tenían que separarse, por la mañana cada uno de ellos tenía que irse por su camino, en busca de algo que, sin embargo, ya tenían. Pero no sabían que lo tenían, ni siquiera podían imaginárselo. No se imaginaban adónde los llevarían los caminos que iban a tener que recorrer por la mañana. Cada uno por su lado.
    Después de comer, bebieron de la cerveza que les había regalado Drouhard, charlaron y se rieron, Jaskier y Essi hicieron apuestas con sus canciones. Geralt, con las manos detrás de la cabeza, tumbado sobre un lecho de ramas de abeto, pensaba que nunca había oído tan hermosas voces y tan hermosos romances. Pensó en Yennefer. Pensó también en Essi. Tenía el presentimiento de que...
    Para terminar, Ojazos cantó junto con Jaskier el famoso dueto de Cyntia y Vertvern, una maravillosa canción de amor que comenzaba con las palabras: «Más de una lágrima he llorado...». Y a Geralt le parecía que hasta los árboles se inclinaban a escuchar a aquellos dos.
    Luego Ojazos, que olía a verbena, se tumbó junto a él, le apretó por el cuello, apoyó la cabeza sobre su pecho, suspiró quizá dos veces y se durmió tranquila. El brujo se quedó dormido más tarde, mucho más tarde.
    Jaskier, contemplando el fuego moribundo, estuvo sentado aún más tiempo, solo, rasgueando el laúd sin hacer mucho ruido.
    Comenzó con unos cuantos acordes, a partir de los cuales cristalizó una serena y elegante melodía. Los versos adecuados se formaron al mismo tiempo que la melodía, las palabras se incrustaban en la música, se quedaban en ella como si fueran insectos dentro de ámbar dorado y translúcido.
    El romance hablaba de cierto brujo y cierta poetisa. De cómo el brujo y la poetisa se conocieron a la orilla del mar, entre los chillidos de las gaviotas; cómo se enamoraron desde el primer momento. De cuán hermoso y fuerte era su amor. De que nada, ni siquiera la muerte, sería capaz de destruir aquel amor ni de separarlos.
    Jaskier sabía que pocas personas creerían la historia que contaba el romance, pero no se preocupó por ello. Sabía que los romances no se escriben para que se crea en ellos, sino para emocionar.
    Algunos años después, Jaskier podría haber cambiado el contenido del romance, haber escrito sobre lo que sucedió en realidad. No lo hizo. La verdadera historia no hubiera emocionado a nadie. ¿Quién querría escuchar que el brujo y Ojazos se separaron y no se volvieron a ver nunca más, ni una sola vez? ¿Que cuatro años más tarde Ojazos murió de viruela durante una epidemia que asoló Wyzima? ¿Que él, Jaskier, la sacó en sus brazos de entre los cadáveres quemados en las hogueras y la enterró lejos de la ciudad, en el bosque, sola y tranquila, y junto con ella, tal y como había pedido, dos cosas: su laúd y su perla celeste? Una perla de la que nunca se separó.
    No, Jaskier se quedó con la primera versión del romance. Pero aun así, jamás llegó a cantarla. Nunca. A nadie.
    Al amanecer, aún en la oscuridad, hasta su campamento se arrastró un lobisome hambriento y rabioso, pero al ver que era Jaskier quien allí estaba, escuchó un momento y se fue.

Andrzej Sapkowski
La espada del destino

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