Triunfo Arciniegas
LA ETERNA PARRANDA
Rio de Janeiro, 22 de febrero de 2013
¿Qué es
lo que hace que este libro me mantenga tan entretenido, tan agarrado? Compré La eterna parranda en el aeropuerto de
Caracas a principios de mes, de paso a Rio de Janeiro, donde solo pensaba leer
en la lengua de Rubem Fonseca, y a Fonseca justamente. Vi el libro en la única librería del
aeropuerto, una tienda chiquita, y me acerqué a preguntar por su precio en
bolívares. Hice la conversión a pesos y me decidí. Pero, entonces, en la
registradora, su precio aumentó. Según la costumbre y la lógica, el precio va a favor del comprador, pero en esta patria socialista no fue así. La
niña esperó con cierta pena a que me decidiera y acepté el sobreprecio, un
gesto que ella agradeció porque otro cliente ya estaría peleando.
Me
hurgue leer, ando contento y no quiero pelear con nadie. Conozco a Alberto Salcedo
Ramos desde un título que me impresionó,
un libro que despaché de un tirón, “De un hombre obligado a levantarse con el
pie derecho”. No, hombre desde mucho antes. Tengo en casa, leído y subrayado,
"Diez juglares en su patio". Leí su libro sobre Pambelé, por
supuesto. He fotografiado a Pambelé
porque, como el mismo Alberto Salcedo
dice, Pambelé está en todas partes, y así quién no: en la avenida diecinueve
de Bogotá, en el mercado de las pulgas y hasta en Corferias, el recinto de las
ferias en Bogotá.
Así que
me fui feliz con el hombre, porque lo conozco, porque no tiene pierde, y con más
de tres horas libres para el vuelo a Rio. Empecé La eterna parranda de atrás hacia adelante, con tres crónicas muy
personales que curiosamente ya conocía, una especie de coda, de “bonustrack”: una
muy cómica sobre una niña caprichosa que el cronista conoció en la infancia,
otra conmovedora hasta los huesos sobre la madre, que en cierta forma es la
madre que todos hemos tenido, y otra feroz y cínica y muy dolorosa sobre el
famoso paseo millonario, el secuestro con robo instantáneo de la cuenta en el
cajero electrónico que sufren algunos colombianos que toman el taxi equivocado
en Bogotá.
Con
estos textos, tan diversos e intensos, resueltos con un lenguaje en apariencia
simple pero en el fondo muy eficaz, con
las palabras de todos los días, con frases precisas y párrafos tallados y
enlazados con paciencia de relojero, cualquier lector se engancha.
Así que
me fui al principio del libro pero hice trampa. Quise decir que iba para el
principio pero me saltaron a la cara las 64 páginas dedicas a la vida y obra de
un personaje detestable, el cantante colombiano Diomedes Diaz. Había leído la
crónica en Soho, en el 2010, y el asombro por la técnica, por la mirada desde
la sombra de Alberto Salcedo y por la armazón del texto, prevaleció intacto y
tal vez más sólido e invencible. El cronista no habló una sola vez con
Diomedes, que siempre le negó la entrevista, pero aun así hizo un retrato
poderoso del héroe criollo y asesino reconocido, un retrato profundo, conmovedor
y despiadado, de la misma manera que Gay
Talese despachó a Frank Sinata cuando estaba resfriado.
Ambos
textos merecen la cátedra y el minucioso estudio de los aprendices porque ambos
textos son hondos pozos de secretos, ambos textos merecen una y otra lectura.
En dos o tres años, cuando haya olvidado detalles, volveré a estas 64 páginas,
como vuelvo siempre a Talese.
Ya íbamos
para el avión y me dejaron pasaron sin
rechistar con “mi eterna parranda”.
Entonces de verdad entré a la parranda bonita, la cosa festiva y feliz, la vida
larga y jocosa de un gran hombre, Emiliano Zapata Baquero, responsable de “La
gota fría”, la indiscutible pieza maestra de Alberto Salcedo Ramos, “El testamento
del viejo Mile”. Que el lector mismo vaya por las flores. Todo es ganancia en
estas líneas, que, como Kokorico, no tienen presa mala.
Y por
fin, en pleno vuelo y a unos novecientos kilómetros por hora, con la lucecita
de mi asiento encendida, llegué a la primera crónica, la historia de Rocky
Valdés, un boxeador que vive feliz en Cartagena de Indias, feliz y lleno de plata porque no fue bruto
como Pambelé y supo aprovechar los buenos tiempos, un hombre feliz y sobre todo
un caballero. Porque estamos en la sección del libro, si excluimos a Diomedes,
dedicada a grandes hombres. Ante el palabrero Juan Sierra y el enfermero de los
secuestrados William Pérez Medina me quito el sombrero. Mis respetos, mi
agradecimiento.
El
árbitro que expulsó a Pelé es otro cuento. Ya juzgará el lector al Chato
Guillermo Velázquez, que recorrió las canchas repartiendo los coñazos que ahora
niega, y que se atrevió a sacar del juego al mismísimo rey Pelé el miércoles 17
de julio de 1968, de una cancha colombiana precisamente, y que fue agredido por
todo el equipo Santos de Brasil, el Santos nada más y nada menos, el más grande
del mundo en su tiempo, agredido por todos menos por el médico, un periodista y
Pelé, y que de inmediato fueron demandados por el Chato, desde luego, y que después
ofrecieron sus disculpas por escrito y tuvieron que pagar dieciocho mil pesos
para largarse a las tierras del Brasil que ya casi tengo a la mano.
Y de
esta parte, con su mirada sabia, limpia y a menudo con el necesario humor, Alberto
Salcedo nos lleva de la mano a la galería de los fracasados, de los bufones, de
los que no fueron nada y se quedaron sin la tajada de gloria en esta tierra de
nadie. 182 – 228: 46 páginas.
Un
boxeador viejo y fracasado se arriesga a una noche de trompadas por un dinero
que necesita para sobrevivir con su fábrica de traperos, un equipo de fútbol de
travestis entretiene con su lengua y con las demás partes de su anatomía a un
público que no los soporta en otros ambientes, “un sobrado de tigre, es decir,
un vomito de animal, pasea sus desgracias por las arenas sin gloria de las
ciudades de provincia, y Caraballo, un antiguo boxeador que no necesitó corona
para ser campeón de boxeo, se prueba el
traje que alguna vez fue de esplendor y escándalos, que alguna vez fue
magnífico y ahora es un trapo ya casi deshilachado, una cosa para esconder en
el armario. “Chivolito”, bufón de velorios, una crónica regia. Un futbolista
sin gloria y sin dinero trapea un piso con su orgullo, unos enanos hacen del
toreo un circo, y la galería se cierra con la vida triste y algo patética de un
circo en tierras ajenas.
Porque
viene entonces la parte dura, densa, peliaguda del País del Sagrado Corazón de
Jesús: “Colombia, carajo, entre el esplendor y la miseria”. Amanece en São Paulo y cambio de avión para
seguir a Rio de Janeiro, a cuyo aeropuerto no llegan a esperarme a tiempo, donde filman
una telenovela, donde tres días después protestarán unas mujeres con los senos
al aire, y entonces me siento a esperar, por supuesto, con Alberto Salcedo
Ramos, por supuesto, y sé que el hombre seguirá conmigo por las calles
calientes del carnaval de Rio, donde brindaremos locos y felices, porque la vida sigue,
hermano.
Triunfo Arciniegas
São Paulo, 23 de febrero de 2013
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