sábado, 23 de febrero de 2013

Diario / La eterna parranda




Triunfo Arciniegas
LA ETERNA PARRANDA
Rio de Janeiro, 22 de febrero de 2013



¿Qué es lo que hace que este libro me mantenga tan entretenido, tan agarrado? Compré La eterna parranda en el aeropuerto de Caracas a principios de mes, de paso a Rio de Janeiro, donde solo pensaba leer en la lengua de Rubem Fonseca, y a Fonseca justamente.  Vi el libro en la única librería del aeropuerto, una tienda chiquita, y me acerqué a preguntar por su precio en bolívares. Hice la conversión a pesos y me decidí. Pero, entonces, en la registradora, su precio aumentó. Según la costumbre y la lógica, el  precio va a favor del comprador,  pero en esta patria socialista no fue así. La niña esperó con cierta pena a que me decidiera y acepté el sobreprecio, un gesto que ella agradeció porque otro cliente ya estaría peleando.
Me hurgue leer, ando contento y no quiero pelear con nadie. Conozco a Alberto Salcedo Ramos  desde un título que me impresionó, un libro que despaché de un tirón, “De un hombre obligado a levantarse con el pie derecho”. No, hombre desde mucho antes. Tengo en casa, leído y subrayado, "Diez juglares en su patio". Leí su libro sobre Pambelé, por supuesto.  He fotografiado a Pambelé porque, como el mismo Alberto Salcedo  dice, Pambelé está en todas partes, y así quién no: en la avenida diecinueve de Bogotá, en el mercado de las pulgas y hasta en Corferias, el recinto de las ferias en Bogotá.
Así que me fui feliz con el hombre, porque lo conozco, porque no tiene pierde, y con más de tres horas libres para el vuelo a Rio. Empecé La eterna parranda de atrás hacia adelante, con tres crónicas muy personales que curiosamente ya conocía, una especie de coda, de “bonustrack”: una muy cómica sobre una niña caprichosa que el cronista conoció en la infancia, otra conmovedora hasta los huesos sobre la madre, que en cierta forma es la madre que todos hemos tenido, y otra feroz y cínica y muy dolorosa sobre el famoso paseo millonario, el secuestro con robo instantáneo de la cuenta en el cajero electrónico que sufren algunos colombianos que toman el taxi equivocado en Bogotá.
Con estos textos, tan diversos e intensos, resueltos con un lenguaje en apariencia simple pero en el  fondo muy eficaz, con las palabras de todos los días, con frases precisas y párrafos tallados y enlazados con paciencia de relojero, cualquier lector se engancha.
Así que me fui al principio del libro pero hice trampa. Quise decir que iba para el principio pero me saltaron a la cara las 64 páginas dedicas a la vida y obra de un personaje detestable, el cantante colombiano Diomedes Diaz. Había leído la crónica en Soho, en el 2010, y el asombro por la técnica, por la mirada desde la sombra de Alberto Salcedo y por la armazón del texto, prevaleció intacto y tal vez más sólido e invencible. El cronista no habló una sola vez con Diomedes, que siempre le negó la entrevista, pero aun así hizo un retrato poderoso del héroe criollo y asesino reconocido, un retrato profundo, conmovedor y despiadado,  de la misma manera que Gay Talese despachó a Frank Sinata cuando estaba resfriado.
Ambos textos merecen la cátedra y el minucioso estudio de los aprendices porque ambos textos son hondos pozos de secretos, ambos textos merecen una y otra lectura. En dos o tres años, cuando haya olvidado detalles, volveré a estas 64 páginas, como vuelvo siempre a Talese.
Ya íbamos para el avión  y me dejaron pasaron sin rechistar con “mi eterna parranda”. Entonces de verdad entré a la parranda bonita, la cosa festiva y feliz, la vida larga y jocosa de un gran hombre, Emiliano Zapata Baquero, responsable de “La gota fría”, la indiscutible pieza maestra de Alberto Salcedo Ramos, “El testamento del viejo Mile”. Que el lector mismo vaya por las flores. Todo es ganancia en estas líneas, que, como Kokorico, no tienen presa mala.
Y por fin, en pleno vuelo y a unos novecientos kilómetros por hora, con la lucecita de mi asiento encendida, llegué a la primera crónica, la historia de Rocky Valdés, un boxeador que vive feliz en Cartagena de Indias,  feliz y lleno de plata porque no fue bruto como Pambelé y supo aprovechar los buenos tiempos, un hombre feliz y sobre todo un caballero. Porque estamos en la sección del libro, si excluimos a Diomedes, dedicada a grandes hombres. Ante el palabrero Juan Sierra y el enfermero de los secuestrados William Pérez Medina me quito el sombrero. Mis respetos, mi agradecimiento.
El árbitro que expulsó a Pelé es otro cuento. Ya juzgará el lector al Chato Guillermo Velázquez, que recorrió las canchas repartiendo los coñazos que ahora niega, y que se atrevió a sacar del juego al mismísimo rey Pelé el miércoles 17 de julio de 1968, de una cancha colombiana precisamente, y que fue agredido por todo el equipo Santos de Brasil, el Santos nada más y nada menos, el más grande del mundo en su tiempo, agredido por todos menos por el médico, un periodista y Pelé, y que de inmediato fueron demandados por el Chato, desde luego, y que después ofrecieron sus disculpas por escrito y tuvieron que pagar dieciocho mil pesos para largarse a las tierras del Brasil que ya casi tengo a la mano.
Y de esta parte, con su mirada sabia, limpia y a menudo con el necesario humor, Alberto Salcedo nos lleva de la mano a la galería de los fracasados, de los bufones, de los que no fueron nada y se quedaron sin la tajada de gloria en esta tierra de nadie. 182 – 228: 46 páginas.
Un boxeador viejo y fracasado se arriesga a una noche de trompadas por un dinero que necesita para sobrevivir con su fábrica de traperos, un equipo de fútbol de travestis entretiene con su lengua y con las demás partes de su anatomía a un público que no los soporta en otros ambientes, “un sobrado de tigre, es decir, un vomito de animal, pasea sus desgracias por las arenas sin gloria de las ciudades de provincia, y Caraballo, un antiguo boxeador que no necesitó corona para ser campeón de boxeo, se prueba  el traje que alguna vez fue de esplendor y escándalos, que alguna vez fue magnífico y ahora es un trapo ya casi deshilachado, una cosa para esconder en el armario. “Chivolito”, bufón de velorios, una crónica regia. Un futbolista sin gloria y sin dinero trapea un piso con su orgullo, unos enanos hacen del toreo un circo, y la galería se cierra con la vida triste y algo patética de un circo en tierras ajenas.
Porque viene entonces la parte dura, densa, peliaguda del País del Sagrado Corazón de Jesús: “Colombia, carajo, entre el esplendor y la miseria”. Amanece en São Paulo y cambio de avión para seguir a Rio de Janeiro, a cuyo aeropuerto  no llegan a esperarme a tiempo, donde filman una telenovela, donde tres días después protestarán unas mujeres con los senos al aire, y entonces me siento a esperar, por supuesto, con Alberto Salcedo Ramos, por supuesto, y sé que el hombre seguirá conmigo por las calles calientes del carnaval de Rio, donde brindaremos  locos y felices, porque la vida sigue, hermano.

Triunfo Arciniegas
São Paulo, 23 de febrero de 2013




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