CARNAVAL DE RIO 2013
VERANO DE AMOR
Rio de Janeiro, 13 de febrero de 2013
Catorce fotografías de Triunfo Arciniegas
Así recordaba la frase: “Porque estoy dentro del
monstruo puedo hablar de sus entrañas”. Google la atribuye a Martí y así la
matiza: "Viví en el monstruo y le conozco sus entrañas”. Pero no voy a
hablar de política sino de la parranda. “Quien lo vive es quien lo goza” es la
traducción currambera de la frase. Así se identifica el carnaval de
Barranquilla. Y la verdad sea dicha, sólo así se entiende el carnaval: desde
dentro.
Lo sé: este primer párrafo parece de un borracho. O
al menos de un ebrio bebedor de relámpagos. Pero quién puede exigir coherencia
y sintaxis y todas esas cosas en pleno carnaval, que sucede en todas las cosas,
en toda la ciudad. Le di vueltas, le saqué las tripas de dragón y así se queda,
con sus tuercas calientes.
Señores, el Carnaval de Rio no solo sucede en el sambódromo da Marquês de Sapucaí, cuyas entradas cuestan un ojo de la cara (mil quinientos dólares por persona en los privilegiados camarotes, por ejemplo) y se venden como pan caliente, con frecuencia de manera anticipada como parte de los paquetes turísticos. Allí mismo vieron a Megan Fox y Will Smith, embelesados con los lujosos y extravagantes carros alegóricos y las escuelas de samba de cuatro mil miembros: el espectáculo más grande de la tierra, televisado para el asombro del mundo. Pero el carnaval no solo sucede en el sambódromo, a donde uno va como espectador nada más. Aunque se retuerza sudoroso y ebrio, aunque grite y cante no será parte de una escuela de samba ni lamerá el sudor de una garota ni le arrancará una sola de sus plumas de fantasía. Tal vez atrapará en el aire el "beijo" de una raihna de bateria y eso será todo.
Entro en sustancia, señores, perdonen la
embriaguez: existen los blocos que desfilan por las calles, cada vez más
numerosos y cada vez más nutridos. "Podemos ver en las ruas a preciosa
origem do carnaval profundo", escribe Arnaldo Jabor en O Globo. Este año se han visto en las
orillas de Rio de Janeiro blocos que congregan a más de cuatrocientas mil
personas, cuatro cientos mil locos que cantan y danzan en un solo y exaltado
cuerpo, en una sola nota de felicidad. Y si uno va con un bloco, hace parte del
mismo, va por las mismas calles y con la misma música, y otros son los que
miran desde las ventanas o desde algún balcón protegido del delirio.
Ayer entendí ese animal vivo en la muchacha casi
desnuda que bailaba a cuarenta grados en mitad de la calle. Le tomé ciento
veinte fotografías y no me vio, no me miró una sola vez. Bailaba para su
hombre, alguien mayor y algo cansado, sentado muy cerca de mí, acabado. Lo supe
porque en un momento la mujer vino a sentarse en sus piernas y besó su boca.
Qué maldito hombre tan afortunado, pensé para mis adentros, y registré el beso.
La mujer volvió a lanzarse al bullicio, con sus jeans recortados con un
cuchillo de cocina hasta la ingle, con la bragueta abierta casi hasta el pubis,
con una blusa que jugueteaba en sus senos. Nadie más la miraba, solo yo. Todos
los demás seguían embelesados en su propio frenesí, y su hombre solo quería
recuperar el aliento para sobrevivir al resto del día. Se retorcía la muchacha
y sus brazos la seguían a todas partes, brincaba sin extraviar las sandalias,
sudorosa y perdida. El calor del verano nos junta a todos en una sola sopa, nos
da ese uniforme básico: sandalias, un pantalón recortado y una camiseta. Eso es
todo. Lo demás queda al aire. Algunas ya se despojaron de la camiseta,
quedándose con un trapo para ajustar los senos, y eso es todo. Imagino que
pronto estas calles se llenarán de pezones al aire.
Es el amor. El amor del verano o el verano del
amor, como reza la camiseta donde juguetea el sol de esta muchacha inagotable.
Los cuerpos vienen de todas partes del mundo a buscar el amor: se tocan, se
recorren, se besan, y en las noches se penetran en solo frenesí inacabable.
Tantas parejas empiezan su historia en estas fechas o la dan por terminada. El
año entrante vendrán preñadas o con un crío o tal vez ni se acuerden del cuerpo
que las hizo tan felices.
La publicidad de una cerveza este año levantó
ampollas en Brasil: “E você, tá esperando o que para ter sua primera vez?” Se
ve como una invitación para perder el virgo como sea y con quien sea. Los
dueños de la cerveza alegan que con la frase solo hay un vaso rebosante y una
botella, pero la intención sexual es obvia. Tanto en la botella como en el vaso
rebosante, por otra parte, hay una mujer en traje de baño, sentada como en una
playa y con las manos juntas en la nuca. Blanco es y gallina lo pone. La
publicidad inunda las calles desde enero: la he fotografiado una diez o doce
veces, pero no se me da la gana reproducirla y aumentar en unos centavos las
astronómicas ganancias de la “cerveja”. En todo caso, bebamos y tiremos porque
mañana moriremos.
Ayer entendí ese animal vivo. Ayer vi ese
animal caliente y sudoroso deslizándose por las calles laberínticas de Santa
Teresa, en Rio de Janeiro, y me hice parte de su piel y sus huesos. Uno se
disfraza y entra en otro personaje, deja atrás al hombre cotidiano, ese que
debe ganarse el pan de cada día y debe resolver miles de problemas, ese que se
enferma y se endeuda y tarde o temprano se muere, uno deja de ser uno y se
integra a los otros: el carnaval es un animal de miles o millones de cabezas y
un solo cuerpo. La música y el licor hacen su parte. Las canciones de los
blocos de Rio de Janeiro son breves y elementales pero muy pegajosas,
manifiestan alegría pero se alimentan de cierta tristeza, de cierta melancolía
que revuelca las entrañas. Son canciones eternas: pueden cantarse durante
horas. No entiendo mucho de música pero advierto que estas canciones se arman
con dos melodías, y pasan de una a otra de manera automática, sin principio ni
fin, como una cadena. Todo el mundo las canta, todo el mundo se las sabe.
Cantan y bailan a cuarenta grados, no dejan de mover los pies, los brazos, el
cuerpo. El secreto está en los pies. El cuerpo puede moverse como se le antoje pero
la electricidad viene de los pies, así como la belleza comienza y se sostiene
en la misteriosa manera de caminar de las mujeres. Mujeres sudorosas y hombres
vestidos de mujer, mujeres disfrazadas de monjas o novias, hombres dentro de
muñecos gigantes y mujeres en el aire. Cantan y se mueven sin descanso mientras
haya música. Los músicos vienen encaramados en los carros, mucho más cerca del
sol inclemente, asegurados con tuercas a la melodía. La gente toda se
arroja papel picado y agua, se toma fotografías, grita, se abraza, hace bromas,
se exhibe sin pudor, se besa con descaro. Viejos y muchachos, más muchachos que
viejos, más mujeres que hombres, cantan, bailan. Cantan, bailan. Esta monotonía
termina en exaltación, como puede apreciarse en los rituales de antiguas
culturas. El carnaval es cuerpo, es sudor, es ruido, pero uno sale de su propio
cuerpo y entra a otra dimensión. Se le dice delirio, se le dice fiesta, se le
dice carnaval.
Triunfo Arciniegas
Rio de Janeiro, 13 de febrero de 2013
No hay comentarios:
Publicar un comentario