sábado, 9 de mayo de 2020

Un libro / Sergei Dovlátov / La maleta

Sergéi Dovlátov



UN LIBRO

La maleta

Sergei Dovlátov


Javier Rodríguez Marcos
25 de abril de 2020




Kit de supervivencia cultural para el encierro (día 43)


En 1978, con 36 años, Sergei Dovlátov decidió abandonar la Unión Soviética y se dirigió al Departamento de Visados. Allí le dijeron que cada emigrante tenía derecho a llevarse solo tres piezas de equipaje. “¿Y qué hace uno con sus cosas?”, protestó el escritor. “Por ejemplo, con mi colección de coches de carreras”. Al final resultó que todo lo que tenía cabía en una maleta: unos botines, un traje cruzado ideal para la ceremonia de entrega del Nobel, un cinturón militar de cuero o un gorro de invierno de falsa nutria. A cada una de esas prendas les dedicó un cuento en el fulgurante y desopilante La maleta, una colección de relatos que funciona como memoria personal del escritor. También como retrato político de la Guerra Fría, porque su destino final era Nueva York, donde se instaló para practicar su deporte favorito: no salir de casa. “Me corto el cabello cuando pierdo el aspecto humano. Y me lo corto al cero, para no tener que volver a hacerlo en tres meses”, escribe en ‘Camisa de popelín’.
El estilo de Dovlátov está hecho de ironía y frases cortas. Sabe que la crueldad bien entendida empieza por uno mismo. Por eso se presenta desde el principio como un descreído integral que consigue que lo expulsen de la Universidad de Leningrado a pesar de que sus instalaciones tienen una atmósfera ideal para el estudio. “En semejante ambiente”, apunta, “es difícil ser holgazán, pero yo lo lograba”. Ni que decir tiene que su descreimiento es tanto político como cultural. Dedicado a objetos concretos –la magdalena de Proust es un calcetín–, el suyo es el libro menos fetichista de la historia de la literatura. Así, cuando habla de la chaqueta de Fernand Léger que terminó en su poder, retrata al artista francés como alguien que “murió siendo comunista, después de creer para siempre en la mayor charlatanería del mundo”. Y añade: “No se excluye que, como muchos pintores, fuera tonto”. Haciendo amigos. 


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