jueves, 28 de mayo de 2020

Un libro / Natalia Ginzburg / Querido Miguel

El confinamiento de la escritora Natalia Ginzburg : "Fue la mejor ...
Natalia Ginzburg

Querido Miguel

de Natalia Ginzburg

Javier Rodríguez Marcos
21 de marzo de 2020


Kit de supervivencia cultural para el encierro (día 7)


“Respecto a la educación de los hijos, pienso que se les debería enseñar no las pequeñas virtudes sino las grandes. No el ahorro, sino la generosidad y la indiferencia ante el dinero; no la prudencia, sino el coraje y el desprecio por el peligro; no la astucia, sino la franqueza y el amor por la verdad; no la diplomacia, sino el amor al prójimo y la abnegación; no el deseo de éxito, sino el deseo de ser y de saber". Este es el célebre comienzo del ensayo que cierra Las pequeñas virtudes, un libro que Natalia Ginzburg (1916-1991) abrió con una evocación de los tres años de confinamiento que pasó entre 1940 y 1943 en Pizzoli, un pueblecito de L’Aquila junto a sus tres hijos y su marido, desterrado allí por Mussolini. Leone terminó incorporándose a la Resistencia y, tras ser detenido y torturado por la Gestapo, murió la cárcel romana de Regina Coeli, en el Trastevere.
En cierto sentido, lo que era teoría pedagógica en ese librito de 1962 Ginzburg lo llevó a la práctica en 1973 con una sus mejores obras de ficción: Querido Miguel. Traducida al español por Carmen Martín Gaite, se trata de una novela epistolar perfecta que narra la historia del muchacho que le da título, su relación con sus hermanas y su madre –Adriana, recluida en una casa a las afueras de Roma–, su digamos novia y su mejor amigo. Ninguno de ellos alcanza a descifrar la vida, entre esquiva y clandestina, de un joven que huye a Londres –se va sin despedirse– cuando se descubre su militancia en la extrema izquierda durante los años 60. El resultado es un diamante pulido que transpira nostalgia y realismo. Nostalgia: “No se apega uno solamente a los recuerdos felices. Al llegar a cierta edad, nos damos cuenta de que a lo que se siente apego es simplemente a los recuerdos”. Realismo: “Se acostumbra uno a todo cuando ya nos hemos quedado sin nada”. 
EL PAÍS

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