viernes, 15 de abril de 2022

Triunfo Arciniegas / Diario / Gemidos



Autorretrato
Triunfo Arciniegas
Triunfo Arciniegas
GEMIDOS
15 de abril de 2022

Éramos cuatro o cinco, más ellos dos, mis padres, y seguíamos durmiendo en una sola habitación. Ellos en su cama y nosotros en otra. Me pasé a dormir sobre una pequeña mesa de madera, con patas cortas, y una banca para cubrir mi estatura de primogénito, porque estaba harto de despertar con los pies de mis hermanas sobre mi estómago, pero seguíamos todos en la misma habitación. No usábamos colchones, la pobreza no nos permitía tal lujo, sino esteras, que se conseguían en el mercados de los sábados en Málaga,  como tampoco usábamos zapatos sino alpargatas. No teníamos papel higiénico sino periódicos recortados en cuadritos ensartados en un gancho. Mi madre nos remendaba la ropa y con recortes de tela de distintos colores elaboraba las locas que nos daban calor en las noches. Woody Allen dice que sus padres eran tan pobres que en vez de un perro le compraron una pulga. Nosotros siempre tuvimos perro, y con muchas pulgas para compartir.

En la oscuridad sabía cuando mis padres mantenían relaciones. El conejo que fue mi padre preñó catorce veces a mi madre en veinte años, y aún le quedó entusiasmo para engendrar dos criaturitas más (mi hermano Jaime dice que fueron cuatro) con otras dos mujeres. O tres, según mi hermano. De los catorce, uno nació muerto y otro apenas sobrevivió unas horas. Los demás, con distinta suerte, seguimos todavía por esta tierra de nadie. 

Tuve que ver con el hermano que nació muerto. En ese entonces ya vivíamos en Pamplona, separados del batallón por un estrecho río, una miserable quebrada en cuya orilla me acostaba a leer durante horas. El Ejército pensó que era un espía o algo así y me enviaron dos soldados armados. Asustado, salté de la página, crucé la calle y entré a mi casa. Los soldados me siguieron hasta dentro. Mi madre, con su tremenda barriga y alertada por mis gritos, aunque no puedo recordar si grité o no, salió a encontrarme, y fue sorprendida por su hijo adolescente perseguido por un par de soldados. La película se detiene: el terror en los ojos de mi madre, su boca abierta, sus manos en el pecho, y yo, en el aire, tratando de alcanzarla, y los soldados, como perros, a punto de devorarme a dentelladas.

El caso es que terminé yendo al batallón, donde un militar de cierto rango me interrogó. Le dije lo que esperaba oír. Las bondades del glorioso ejército nacional y demás maricadas, y al rato regresé a la casa a hablar con mi angustiada madre. El caso es que mi madre perdió el bebé esa misma noche.

Pero sólo quería contar algo, y es la primera vez que me atrevo a revelar tamaña barbaridad. En la oscuridad, cuando dormíamos en Málaga en una sola habitación y éramos menos, oía, excitado, los gemidos de placer de mi madre. Ay, antes uno no es peor de lo que es, más pervertido incluso.


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