Hay que ser muy estúpido para hacer bromas con la terrible situación de Ucrania. Se burlan en las redes de unos políticos de mierda mientras expresan, en cierto modo, admiración por el déspota. No saben lo que dicen. Parecen fascinados por los tiranos y se les notan las ganas de tener uno en casa. Asquerosa y repugnante esta fascinación por el poder. Ojalá se detengan a pensar un momento y se declaren en contra de los tiranos y los aprendices de tiranos, lejanos y domésticos, declarados o sabiamente disfrazados, en campaña o en ejercicio.
Porque lo cierto es que 137 muertos y cien mil desplazados en el primer día de la invasión rusa no dan ganas de reír.
Esta noche siniestra el asesino tiene nombre y no le importa el abismo. Su egocentrismo, su altanería, es tal que debe de sentirse el amo del Universo.
Ninguno de estos infelices bromistas sabe que hace casi cien años, Stalin, el mismo al que el poeta comunista Pablo Neruda le escribió poemas, mató de hambre a cinco millones de ucranianos. Se le denominó "la hambruna roja". Ojalá lean el estremecedor libro de Anna Applebaum, "La guerra de Stalin contra Ucrania".
Y luego veremos si se les ocurre alguna broma.
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