El beso, 1992 Ilustración de Triunfo Arciniegas |
Triunfo Arciniegas
CONSIDERACIONES SOBRE EL AMOR Y EL HAMBRE
11 de septiembre de 2011
Oí la frase en una película barata: “El amor llena las neveras”. Lo dice una mujer sola, cansada de llegar a una casa vacía todas las noches y encontrar en la nevera nada más que un limón. El entusiasmo, el placer de compartir las cosas buenas de la vida, la pasión por la otra persona, todo eso hace que la nevera se mantenga llena. Uno solo come cualquier cosa. Pero cuando alguien viene a casa el cuento es otro. Hasta un pocillo de café tiene sentido. Mucho más una botella de vino y unos espaguetis. El camino al corazón pasa por el estómago. Una gorda me decía hace unos años, muerta de risa, que el amor más sincero es el amor a la comida, pero ese es otro asunto.
Se dice que amor con hambre no dura y que cuando el hambre entra por la puerta el amor sale volando por la ventana. Hay que mantenerse alerta. Creo que lo uno viene con lo otro. Si se ama se tienen ganas, y se tienen ganas, se trabaja. Y si se trabaja hay esperanza, hay sueños.
El amor bueno es propio de la adolescencia, me parece, y es un amor hambriento en todos los sentidos. Luego, cuando se tiene todo, el amor va escaseando. “Ya no ilumina como ayer”, dice una canción. Hasta que uno muere viejo, solo y lleno de plata, vida malparida. No siempre es así, pero ha sucedido. Toco madera.
Amanecí con la filosofía en la cama, con filo, con hambre de Sofía y de otras. El tedio de los domingos, la eternidad de las tardes, la geografía del culo del mundo donde vivo serían las circunstanfláusticas razones. Desde hace años pienso en un libro, Filósofo de semáforo. Todos mis proyectos son a largo plazo y estas líneas encajarían como anillo al dedo en sus páginas.
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