Aunque escribió muchas novelas excelentes con historias magníficas, siempre recuerdo la obra revelación de Le Carré, ‘El espía que surgió del frío’. No fue su primera, sino la tercera; las dos primeras no dejaron huella hasta su posterior reedición. Pero El espía rompió moldes. Antes de eso, el espionaje se centraba en personajes como Ashenden, de W. Somerset Maugham, y otros caballeros. Luego llegó Alec Leamas, desvencijado, maloliente, inmoral. Un impostor en un mundo de impostores. Y la brillante trama: usar a un tonto y crédulo testarudo para destruir a un enemigo de Alemania Oriental mediante subterfugios. Introdujo brevemente al sutil y taimado George Smiley, quien más tarde se revelaría como el controlador infinitamente taimado. Los giros y vueltas del juicio en Alemania Oriental son fascinantes y el doble —¿o triple?— impacto del relato es magistral. Consagró a Le Carré para siempre como el maestro de la novela de espías.
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