domingo, 15 de diciembre de 2024

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Gila

“QUE SE PONGA”


Ricardo Rivas
14 de agosto de 2022

Estirado en la vieja mece­dora entrecerré los ojos. Vaya a saber por qué el nom­bre y la imagen de Gila, un grande del arte popular, se acercó a mi memoria. El silencio de la nocturnidad, seguramente, lo ayudó a lle­gar hasta mí. Sonreí. Su ima­gen, vestido de soldado, con un viejo teléfono sobre una pequeña mesa, completaba el recuerdo visual. “¿Hablo con el enemigo? Que se ponga”. 

Antes de que finalizara el siglo pasado, conversé algu­nas horas con Gila en Barce­lona, donde aquel madrileño decidió que habría de morir. Humorista, escritor, dibu­jante de historietas, actor, enorme observador social, me permitió escuchar de su boca cuando sobrevivió a un fusilamiento que lo tuvo como condenado a muerte, junto con otros “rojos” combatien­tes en el Ejército Popular de la República, cuando la dic­tadura franquista. 

“Los que debían fusilarnos a quienes éramos prisioneros estaban borrachos. No pudieron apun­tar y cuando hicieron fuego, creí que lo mejor era hacerme el muerto para sobrevivir. Y así fue”, contó sin ninguna sonrisa. 

Aunque la anéc­dota da para la carcajada, sin dudas, aquel recuerdo era de una época negra de la histo­ria española. El Viso de los Pedroches, Córdoba, supo de qué se trata saber que habrás de morir, aunque no suce­dió. “Siempre fui socialista. Hasta 1938, cuando me hicie­ron prisionero en Extrema­dura”, agregó. 

Cuando apenas comenzaban los años 60, Gila se exilió en la Argentina por­que, según él mismo lo dijo, estaba “atragantado de dic­tadura”. Y si bien en ese país fijó su residencia, llevó su arte y su oficio de escritor a México, a Venezuela, pero de la mano de un enorme con­ductor de televisión, músico y periodista argentino, Nico­lás “Pipo” Mancera, alcanzó gran popularidad en el país de acogida. “Era un grande que tuvo una vida terrible”, dijo Pipo mientras compar­tíamos un café –de periodista a periodista– en el bar La Paz, un mítico reducto de la por­teñidad trasnochada desde muchas décadas. “Django me avisó que estaba aquí y rápidamente lo busqué para ofrecerle trabajo y aceptó”. Gila –en este país colmado de españoles a los que, sin impor­tar de dónde fueren por naci­miento, se los llama “galle­gos” o “gallegas”– devino en una suerte de argentino más. Lo saludaban por la calle y él respondía a todos y a todas. Su expresión ya mencionada “¡que se ponga!” se popularizó y en algunas generaciones de personas mayores aún aplica.


Gila, el salvador




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