Triunfo Arciniegas
PESADILLA
Ciudad de México, 6 de julio de 2017
Hace más de siete años renuncié al magisterio, alabados sean los dioses, pero aún padezco las secuelas. Anoche, por ejemplo, soñé que era profesor en el Colegio Provincial de Pamplona, qué barbaridad. Y algo peor, algo que podría considerarse muy bajo en la escala de las aberraciones: era amigo y cómplice del rector.
En la realidad, fue una larga serie de desgraciados, tipos (y tipas) que gozaban con sus pequeños y ridículos poderes. Me jodieron la vida. Nos jodieron la vida. El magisterio, ya sabemos, es una profesión mal paga, poco apreciada y, además, cuenta con estos sujetos, estos pequeños y feroces tiranos. En el mundo kafkiano de nuestros días hasta la menos significativa de las secretarias puede volver un infierno la vida de cualquiera.
En una reunión, y no me lo contó nadie porque lo vi con estos ojos, un rector -plomero en sus horas libres- comparó con un perro a la madre de una profesora que solicitó unos días de permiso. La pobre necesitaba cuidar a su madre enferma, sola y octogenaria, y en otra ciudad. "Ahora me van a pedir permiso hasta por el perro", dijo el rector.
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