Gabriel García Márquez
LIBREROS
Hay, sin duda, un factor contra el hábito de la lectura, y es que los últimos libreros bien orientados y buenos orientadores se murieron hace tiempo, y las librerías son cada vez menos lugares de tertulias vespertinas. Uno tenía su librero personal, como tenía su médico de familia y su cepillo de dientes. Ese librero profesional, que atendía en persona su negocio como el dentista atendía su gabinete, sabía con sólo leer los catálogos qué libros le interesaban a cada uno de sus clientes, y muy pocas veces se equivocaba. De modo que uno llegaba a la tertulia de las seis y encontraba ya reservado un paquete de novedades que alcanzaban para un mes de trasnochos placenteros. Hoy, las librerías son grandes y vistosos mercados de libros de actualidad, fabricados a propósito para vender de un solo golpe y leerlos para pasar el tiempo y tirarlos después en el cajón de la basura. Hasta el placer de la relectura es difícil, porque uno va a la librería a comprar un libro que se conoció hace dos años, y nadie le da razón de él. Así es: si hay un lugar donde se aprecia cuánto ha cambiado el mundo no es una base de lanzamiento de satélites espaciales, sino en la librería de la esquina. Si es que todavía existe. Con razón, un excelente escritor contemporáneo y activo, a quien le preguntaron por teléfono, la semana pasada, qué libro estaba leyendo, contestó sin pensarlo dos veces: "Ya no leo sino la revista Time"
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