Dos hombres solos
Bogotá, 7 de junio de 2015
En la carrera séptima, un hombre que quiere ser alcalde de Bogotá vende discursos de Jorge Eliécer Gaitán. Una pancarta, una bicicleta y un miserable equipo de sonido son todo el patético escenario de su campaña. Lo veo absolutamente solo y mudo, aturdido por la voz del político. Nadie se detiene y con nadie el hombre intenta entablar conversación. A menos de cien metros, pasando la calle, el 7 de abril de 1948, fue asesinado Gaitán. Me detengo a oír el discurso de turno: nadie más lo hace. Gaitán acusa a la oligarquía y denuncia las patrañas de los Santos y los López. En casi setenta años, a pesar de tantos muertos, nada ha cambiado en Colombia. Y es posible que no cambie en los próximos setenta.
En la misma calle, un hombre parecido a Chespirito (el mismo bigote que Hitler hizo famoso) baila para ganarse unas monedas. Tiene ochenta años: enseña la cédula como prueba. Baila como lo haría un títere: sus piernas van hacia los lados, sus hombros suben al mismo tiempo. Sus movimientos, aunque torpes, asombran. De pronto, el viejo hace unos gestos de burla: saca la lengua, apoya los pulgares en las mejillas y mueve los demás dedos como un pianista. No sé si el baile divierte a los demás, a mí me da una profunda lástima.
En la misma calle, un hombre parecido a Chespirito (el mismo bigote que Hitler hizo famoso) baila para ganarse unas monedas. Tiene ochenta años: enseña la cédula como prueba. Baila como lo haría un títere: sus piernas van hacia los lados, sus hombros suben al mismo tiempo. Sus movimientos, aunque torpes, asombran. De pronto, el viejo hace unos gestos de burla: saca la lengua, apoya los pulgares en las mejillas y mueve los demás dedos como un pianista. No sé si el baile divierte a los demás, a mí me da una profunda lástima.
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