jueves, 7 de marzo de 2013

Diario / Chávez ha muerto


Triunfo Arciniegas
CHÁVEZ HA MUERTO
Caracas, 6 de marzo de 2013


Por calles revueltas, sucias, que huelen a mierda, entre paredes mugrientas de propaganda política, bajo un calor de treinta y cinco grados, avanza el féretro, y serán siete horas de recorrido, desde San Martín hasta la Academia Militar. Los vendedores de agua hacen su agosto este seis de marzo de 2013: diez bolívares por botella. El vendedor de gafas corre como loco. Los otros han subido el precio de las famosas gorras chavistas. Ya no quedan camisetas con los ojos del comandante. Otro, sin gorra ni agua, prefiere treparse a un árbol para hacerse a un mejor panorama.

Me reviso los zapatos para saber si pisé excremento, pero no. El olor está en todas partes. Embelesados por un futuro que no llega, estas pobres gentes no ven lo que pasa o, al menos, no ven por donde pasan. Lo toleran todo por sus propios sueños. Aceptan las mentiras de Nicolás Maduro y sus secuaces. De hecho, ya designan a Maduro como sucesor.

Chávez ha muerto. Tal vez murió a las 4:25 de la tarde de ayer. Tal vez murió antier. Tal vez en Caracas, tal vez en La Habana. Y aún no se sabe la naturaleza de su cáncer. Tal como lo fue su enfermedad, su misma muerte es secreto de Estado. De mentira en mentira hemos llegado al funeral de un hombre que cada día se recuperaba para retomar las riendas del poder. Hasta dijeron que estaba haciendo ejercicio, qué descaro, y Maduro precisó con cara de palo hace tres o cuatro días que habló cinco horas con el comandante. Luego se supo a qué horas llegó y a qué horas se fue del hospital. ¿Cómo va a hablar cinco horas un tipo que está agonizando? ¿Y cómo va a hablar un tipo que se quedó sin habla? O peor aún, con un tipo que tal vez ya no era de este mundo. Uno que en vida hacía discursos de siete horas y hablaba hasta por las orejas de cuanto se le cruzaba por la cabeza, uno que le decía a su mujer en directo “esta noche te doy lo tuyo” o algo así. Cuando tenía mujer, “pues”. Luego tuvo las que se le antojó y luego nada porque ya no funcionó más. Uno que el mismo rey de España, exasperado luego de un maratónico discurso del comandante, mandó a callar.

Hace unas dos semanas, después de dos meses de silencio, publicaron una foto de Chávez con sus hijas, y se les fue la mano en maquillaje. El comandante parecía una geisha y con esa sonrisa forzada se veía patético. Y de pronto, para sorpresa de todos, el hombre adicto a la adoración de las multitudes, regresó de La Habana a las tres de la madrugada, de una manera a todas luces clandestina. ¿Quiénes lo vieron? Imagino que cerraron el aeropuerto de Maiquetía, aunque no sé si Caracas tenga otro, para que no hubiese testigos. Imagino que cerraron las calles por donde la caravana se acercaría a su destino final: son expertos en hacerlo. Imagino que el comandante llegó postrado en una cama o, por lo menos, en una silla de ruedas, aunque unas fotos lo muestran de pie y muy saludable. Y unos días después estaba muerto. Se dice que llegó muerto de La Habana.

¿No es patético? Hace dos meses que este país navega sin presidente, pero imaginarse a este país gobernado por un presidente muerto ya suena macabro.

Así ha sido.

Hugo Chávez Frías no se posesionó. No tuvo alientos para hacerlo. Su período terminó el diez de enero y ni siquiera estaba en Venezuela. ¿Entonces quién gobernaba legalmente? Maduro era el vicepresidente del período pasado. Nadie lo nombró vicepresidente de este período.

Y si en verdad lo fuera, le corresponde entonces asumir la presidencia. Otros consideran que el honor le corresponde a Diosdado Cabello, presidente de la Asamblea y rival de Maduro. Lo haría por treinta días, antes de convocar a elecciones. Pero en Venezuela, como dicen, “uno hace lo que se le da la gana”.

¿Y ahora qué?

Al parecer, Maduro hará campaña, y al parecer se enfrentará a Capriles. Los chavistas no quieren perder el poder ni que se empiecen a destapar las ollas podridas del país más corrupto de América Latina, por encima de México y de Colombia, lo que es mucho decir. Los chavistas ya están en campaña: “El sueño debe continuar”, “el legado de Chávez no puede perderse”, “hacia el socialismo del siglo XXI”. Hablan de los enemigos de la revolución y de la infame derecha. Otro militar, un ministro vestido de militar, habla frente a las cámaras con arrogancia de “darle en la madre a toda esa gente fascista”. No me lo cuenta nadie, lo veo con mis propios ojos. El chavismo, siguiendo el ejemplo del comandante, es mal hablado. Aquí se insultan con pavorosa facilidad.

El venezolano, de hecho, es hosco y agresivo, vulgar y belicoso. Como el mismo Hugo Chávez. Un tipo, cuya novia está parada encima de su motocicleta, me empuja porque rozo una farola, y se desgrana en improperios. A otro cuyo hijo le pedí compustura en el autobús que me llevaba al aeropuerto el pasado primero de noviembre, sólo le faltó mentarme la madre. En este miércoles caliente y sudoroso Chávez parece el rey de los mototaxistas. Han salido de todos los agujeros y se lanzan en contravía y sobre las calzadas, entre pitos y ronroneos, con banderas de la patria y camisetas chavistas, con trapos rojos para ocultar el rostro. Ven pasar el féretro y se lanzan a toda velocidad para verlo pasar de nuevo.

Algo huele mal en Dinamarca y no está debajo de mis zapatos.

Me apena esta gente que llora, respeto su dolor y me duele el sufrimiento de los pobres. “Este pueblo ha sido muy golpeado”, me dice el vendedor de libros y le compro Dostoievski en Manhattan sin regatear. “Pero el dolor fortalece el alma”, sentencia. Le explico que está bien la devoción por los pobres, pero que no se puede espantar a los ricos: tienen el dinero. Y los negocios y las inversiones no se hacen sin dinero. Chávez espantó la inversión extranjera y aisló al país. ¿Qué hubiera sido de Chávez sin el petróleo? ¿Le rendirían los Castro la misma pleitesía? ¿Qué hubiera repartido Chávez entonces? ¿Y sin las multimillonarias regalías del petróleo, qué hubiera sido de todos sus propósitos, en un país que no es autosuficiente, en un país cuyos habitantes viven y respiran subsidiados?

El venezolano, como el cubano, se acostumbró a que le den las cosas. Aquí los pobres esperan que el gobierno les dé una casa y menudo lo dicen en sus elogios al comandante, pero en Colombia, por ejemplo, la gente se desloma por conseguirlo y no espera nada del maldito gobierno. Y hablando de maldiciones, el mismo Chávez consideró que el petróleo era una de ellas. La riqueza moldeó de mala manera al venezolano. En otros tiempos se decía que se bebían el whisky con agua importada. En otros tiempos, cuando era infeliz e indocumentado en San Cristóbal, revisaba las canecas de la basura porque siempre había alguna cosita de valor, alguna cosita necesaria.

Esta revolución bolivariana no existiría sin la lección cubana. De hecho, Chávez asimiló con astucia las estrategias de los Castro para mantenerse en el poder. Ya planeaba quedarse en el sillón de la Casa Rosada hasta el 2030, y en el 2030 no se hubiera ido porque la tarea del socialismo del siglo XXI apenas estaría comenzado, y hubiera llegado a los ochenta ejerciendo el poder a su manera, hasta que se fuera de bruces en público como el mismo Fidel. Chávez ha dividido profundamente la sociedad venezolana, como los Castro: los afortunados se fueron a Miami y otros se lanzaron a las aguas como suicidas para juntarse con “la gusanera”. Aquí se considera que uno está con Chávez o contra Chávez. Aquí se considera que Chávez es el pueblo, y que si uno está contra Chávez está contra el pueblo. Basura. Hugo Chávez no es más que un individuo. Y no es inmortal. “Chávez no se va”, cantan mientras van con el muerto. Ya se fue, señores. Como dijo un muchacho de la manera más elemental y precisa: “Ya se murió, ya no manda más”.

No hay chavismo sin Chávez. Maduro no tiene el carisma. En estos catorce años nadie, absolutamente nadie, opacó el protagonismo del comandante.

El vendedor de libros acepta que se han cometido errores, y es casi la misma visión del vendedor de papelón, una bebida casera muy popular en Venezuela, un guarapo suave y dulce. Me pregunta de dónde vengo, cuándo llegué y a qué periódico represento. Siempre menciono un periódico distinto porque no vengo por cuenta de nadie. Dice: “Aparte de que no le guste Chávez, usted qué opina…” ¿Es tan obvio que no me gusta Chávez? Me hizo falta una gorra chavista para hacer parte del carnaval y para evitar ciertas preguntas. Trato de mantenerme invisible, de moverme con rapidez, de tomar las fotos a toda velocidad y esconder la cámara en el bolso, pero los ojos vigilantes se cuentan por millares.

El vendedor me pregunta si reconozco que Chávez los hizo sentir orgullosos de ser venezolanos, y, mientras me sirve el último vaso de papelón, con más hielo que papelón pero por los mismos diez bolívares, le digo que sí, por supuesto. “La gente de afuera no entiende”, dice. Y pienso que la gente de adentro no entiende ni ve otras cosas. Chávez deja el país destrozado económicamente. El año pasado, en menos de un año, el bolívar se devaluó el cincuenta por ciento. ¿O fue el ciento por ciento? En todo caso, cada vez que uno va a San Antonio, el cambio es otro. El año pasado, a principio de año olvidé diez mil bolívares en una maleta en Cuernavaca, México, y cuando regresé, a finales de año, ya valían la mitad. Los gasté en diciembre como si me quemaran los dedos.

La muerte de Chávez me ha enseñado lo que es una manifestación chavista, toda una engrasada maquinaria. Se arman las tarimas no de un día para otro sino en cuestión de horas, con equipo de sonido y todos los fierros. Se cierran las calles, se despliega la policía. Se trae la gente de todas partes. En este caso, obviamente, vinieron por su cuenta: la ocasión lo amerita. Pero antes, si un chavista faltaba a una manifestación, lo llamaban a su casa: “Camarada, no lo vimos”. La vigilancia chavista es rigurosa: miles de ojos observan. Aunque el voto es secreto, aquí se sabe por quién vota cada ciudadano, y aquí lo grave es no ser chavista. El ojo no es ojo porque lo ves, el ojo es ojo porque te ve, dice el poeta. Chávez fue militar y supo defender como nadie su permanencia en el poder. Empezó su carrera al poder con un intento de golpe de Estado que le significó dos años de cárcel. Chávez reprimió hasta el más mínimo intento de rebeldía. Chávez combatió a sus enemigos, los acosó, los insultó, los mandó a la mierda. “Es una victoria de mierda”, dijo por televisión para minimizar el esfuerzo de sus contendores. Lo escuché, nadie me lo contó. Chávez señalaba un edificio y decía: “Exprópiese”. Chávez señalaba una finca y lo mismo. Chávez ordenó el envío de tropas a la frontera con Colombia, como si nada, como si ordenara que le prepararan un café. Lo vi, nadie me lo contó. En directo, le dijo a uno de sus sirvientes, perdón, a uno de sus ministros: “Envíeme allá quince tanques…” ¿O fueron veinte? Chávez le dio asilo a la guerrilla colombiana sin sonrojarse. Chávez, en su delirio, bien pudo provocar una guerra con Colombia.




Ahora que ha muerto no siento alegría ni tristeza. Siento alivio. Iluso, pienso que a medida que el chavismo se extinga y se cierren las heridas, el pueblo volverá a ser uno solo. Iluso que es uno porque se avecina una campaña agresiva por la presidencia y depende de la inteligencia de sus líderes que el rencor no se desborde en una guerra civil. Gane quien gane, lo más importante es que la gente no se mate. Pero esta tarde, cuando ya desarman las tarimas como toldos de vendedores ambulantes, a medida que regreso al hotel por estas calles revueltas, repletas de basura y hombres viejos dormidos en las aceras, hombres cabizbajos recostados contra un muro o empujando destartaladas sillas de ruedas, siento un alivio, y con ese mismo alivio mañana mismo levanto vuelo.



Triunfo Arciniegas

6 de marzo de 2013


1 comentario:

Rosa La Maida dijo...

Cuanta razón tienes amigo!!! Bendito seas por no haber caído en este circo vergonzoso. Al igual que tu siento alivio y espero que el chavismo se extinga pronto y con él todos eso payasos que hoy se dicen nuestros gobernantes.