Triunfo Arciniegas
El juguete
Bogotá, 18 de marzo de 2013
Esta tarde acompañé a Irene Vasco a comprar ropa para su nieto, después de una delicioso almuerzo en un restaurante japonés. Entramos a una tienda de ensueño, solo para niños, casi para bebés, una tienda de juguetes, podría decirse. Hay juguetería en el segundo piso, a donde no fuimos, por suerte, qué cosas se me hubieran antojado. A la entrada de la tienda vi un juguete que me encantó, un perro amarillo de orejas negras, con pantaloneta verde, y que mueve las patas, un perro nadador, y lo compré para mí. Hablando con Irene y, mientras los tres empleados y otro comprador escuchaban, dije que no tenía necesidad de fingir que compraba el juguete para un hijo o para un sobrino. Que no haría como el tipo que pide en el restaurante una cajita para guardar las sobras de la comida explicando que son para el perro, cuando en realidad serán su cena. Se rieron. Al salir de la tienda, le expliqué a Irene que era un perro para echar a nadar en la bañera, que por eso uno le da cuerda y el animal mueve las patas, y entonces me preguntó si tenía bañera. Le respondí que ahora que tengo el perro necesito con urgencia una bañera. Ya tengo chimenea y balcón. Me queda por cumplir el sueño de la bañera. En todo caso, me sentí feliz de comprar un perro en la sección de descuentos de una tienda de ricos.
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