Triunfo Arciniegas
La tumba de Monteiro Lobato
28 de febrero de 2013
Esta tarde fui por tercera y última vez al Cemitério da Consolação a buscar a Monteiro Lobato. En dos días dejo São Paulo. Eran más de las cinco y media de la tarde, casi las seis. Caminé por aquí y por allá, en un cementerio que me parece cada vez más grande y donde las tumbas cambian de lugar. Hay parranda en las noches. Al amanecer, los finados tratan de dejar las cosas tan como estaban, pero algo se nota.
Le pregunté por Monteiro Lobato a un caballero muy elegante que parecía vigilar el lugar, y dijo que no sabía, y me señaló el centro del cementerio, una especie de capilla. El cementerio tiene teléfonos, sanitarios y sillas de ruedas para minusválidos. "Toqué la campanilla", dijo el caballero. Imaginé que allí "mora" el famoso señor Popó.
Seguí caminando y de pronto, de la nada, apareció un hombre vestido todo de negro, con una especie de levita de pistolero del Oeste y botas con clavos, maquillado y con el cabello tieso, alto y delgado. Me dio un susto de muerte que tuve que disimular para preguntarle si sabía dónde estaba la tumba de Monteiro Lobato. Caminamos juntos hacia la dirección que señaló con el dedo. En realidad, lo seguí. "Hace tanto tiempo que no hablo español", dijo con un acento desconocido, con una voz grave. Pensé que aún no cumplía los veinticinco, tal vez acababa de cumplir los veintidós. Le pregunté qué países conocía pero no respondió. ¿Qué tal que hubiera dicho: "Transilvania"?
Llegamos a la tumba casi volando, quiero decir, en un instante.
Tomé algunas fotos y le pregunté si quería posar frente a la tumba. "No es necesario", dijo. Ya me interesaba más su pinta que la propia tumba, pero no tuve el descaro de insistir que me posara. Solo le pedí que me tomara una foto. Me preguntó sobre el manejo de la cámara y disparó dos veces. Me vi en la pantalla frente a la tumba, juro que me vi, al recibir la cámara, pero luego, en el hotel, ninguna de las fotos apareció en la tarjeta de la memoria.
"Tenga cuidado con los funcionarios", me advirtió. "Está prohibido tomar fotos." Fue una extraña y fugaz complicidad.
Puse la cámara en el piso y me hice un par de fotos. Una precaución que valió la pena aunque el resultado no fue precisamente bueno. Una extraña luz me hizo una jugarreta.
Me tomé el par de fotos y entonces volví a mirar hacia donde estaba el hombre unos segundos antes para darle las gracias, pero había desaparecido. Abandoné el cementerio como alma que lleva el diablo.
São Paulo, 28 de febrero de 2013
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