sábado, 2 de marzo de 2013

Triunfo Arciniegas / El árbol triste / Preguntas de Lina Vargas




EL ÁRBOL TRISTE
Preguntas de Lina Vargas
Revista Arcadia


El árbol triste, publicado por Ediciones SM México, indica un punto de giro en la obra de Arciniegas. Ya no hay humor sino una reflexión realista durísima sobre la guerra, y en especial sobre la guerra en Colombia. ¿Cuál fue el origen de este libro?

Un árbol y tres pájaros.

Del grupo de libros para niños que hablan sobre el conflicto, El árbol triste es uno de los más sutiles y emotivos. ¿Qué tipo de lector tenía en mente cuando lo escribió? 

Un lector inteligente, un altísimo lector, es decir, un niño.

¿Por qué la guerra?

Estoy enfrentando otros temas. Quiero escribir sobre el dolor, la vejez, la soledad, la muerte. Asuntos fundamentales, verdades ineludibles, preguntas eternas. Uno de mis últimos libros, El rabo de Paco, publicado por Fondo de Cultura Económica, trata de la mutilación. Y el último, El niño gato, publicado por SM hace dos días, enfrenta al problema de la identidad. Todo esto también es la vida. No creo que debamos mantener a nuestros niños en un corralito de piedra, con una literatura rosa, falsa y mentirosa. De todos modos, ellos no son para nada inocentes, como suelen creer los adultos. Ellos saben, y a menudo más que nosotros.

¿Por qué un libro para niños que desde la ficción toque el tema de la guerra?

La guerra es parte de nuestra miserable vida cotidiana. Es uno más de los asuntos de la realidad del país del Sangrado Corazón. Desde el principio de los tiempos el hombre se enfrenta a muerte con el mismo hombre. Esa criatura tan maravillosa, tan llena de magia y poesía, es también capaz de las cosas más horribles. Fíjese bien, Colombia es un país católico, dedicado al Sagrado Corazón, y presenta al mundo semejante cosecha de muertos. Aquí los asesinatos se dan al por mayor. Los sicarios invocan a la Virgen para que les afine la puntería. Se sabe de personajes con cien, doscientos o más muertos encima, que en el peor de los casos pagarán condenas ridículas y seguirán tan campantes, disfrutando de los bienes ajenos, mientras los pobres muertos siguen muertos y las viudas y los huérfanos se retuercen por siempre en la casa del dolor. El historiador Jorge Orlando Melo calcula que en los últimos cincuenta años han sido asesinadas en Colombia 709.000 personas. Y no los contó a todos. El mismo historiador considera que en es probable que en esas cuentas no figuren las víctimas enterradas en fosas comunes y las arrojadas a los ríos. ¿Y si el cálculo arrancara desde el año sangriento de 1948? Nuestro Himno Nacional dice que cesó la horrible noche y el bien germina ya, cuando en realidad el rancho sigue ardiendo. Nos ponemos la mano en el pecho para cantar mentiras. No recuerdo a quién le oí esta frase: “Pobrecitas las mujeres, nos estamos quedando sin hombres”. ¿De dónde sacan ese cuento de que somos uno de los países más felices del mundo? Nadie es feliz en peligro de muerte. ¿Quiénes hacen las encuestas y a quién demonios le preguntan? ¿Por qué García Márquez, a quien admiro y respeto, dijo que Colombia es el mejor vividero del mundo? Sin embargo, Gabito no vive en Colombia y cuando nos visitaba requería de guardaespaldas. ¿Será que confundimos la parranda con la felicidad? Somos parranderos, afectuosos, tercos. Nos mantenemos a pesar de las adversidades. Falseamos la realidad con palabras. La falsea el gobierno, en primer lugar. A la guerra le dicen “conflicto”, a los secuestrados los confunden con “retenidos” y a los desplazados los denominan “migrantes”. Terminarán por confundirlos con turistas. No se trata de un vicio exclusivo. En otras partes hablan de “fuego amigo”, “misiles inteligentes” y “guerra preventiva”. Desde hace unos veinte años, en Colombia, a los vagabundos, esos pobres infelices que no tienen techo y que pasan el día buscando un pan para saciar las tripas, los identifican con una palabra asquerosa: “desechables”. Es decir, eliminables. Es decir, y se ha hecho, que cualquier hijo de perra puede salir una noche de éstas a matarlos. La operación se denomina “limpieza social”. La operación abarca otros “objetivos”, por supuesto, depende del hijo de perra que la practique.


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