jueves, 18 de octubre de 2012

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Vadim Stein
EL OFICIO DE INVENTAR MUJERES
Por Triunfo Arciniegas

Las mujeres de Vadim Stein no son de carne y hueso: son mujeres construidas pétalo a pétalo por la misma materia de los sueños. Son absolutamente perfectas. No hay dolor ni decrepitud, no hay tristeza ni vejez en el mundo de Vadim Stein. Las mujeres están solas pero se bastan a sí mismas. No hay olvido ni abandono ni desamparo. Viven el instante de la eternidad.

Uno las contempla y sabe que no existe para ellas. Que pueden traspasarnos con la mirada, que pueden caminar sobre nosotros como si se tratara de sombras, y nunca adivinarían nuestra existencia.

Ni siquiera hay paisajes en las fotografías de Vadim. Ni decorados. Ni muchos menos una puesta en escena. Sólo hay un cuerpo de mujer hermoso, sin punto de comparación. Vadim sabe que el objeto de su arte es la perfección del universo. Vadim sabe que su arte no requiere de otro tema. Vadim sabe que puede pasar la vida entera en su contemplación, en la depuración de magnífico oficio, y que nunca encontrará la saciedad o el agotamiento o el final de su obra.

No hay puesta en escena en la fotografía de Vadim pero hay teatralidad. Basta un gesto raro, un sagrado gesto, basta un retorcimiento del cuerpo. Las mujeres no nos miran: sus ojos no se fijan en el lente de la cámara. Las mujeres están ahí como objeto de la mirada, como en un escenario, iluminadas, con una sábana o un cubo o simplemente con su desnudez. No hay trama más rica ni más compleja que su propia piel.

Unos huesos adheridos al espinazo podrían hacernos pensar en otras criaturas. Pero basta con ellas mismas, de por sí indescifrables, inasibles, eternas. Nosotros, fugaces e imperfectos, las vemos y nos alejamos con el pecado, con la quemazón, con la herida, y pagamos el precio en silencio, lejos, en el terrible, oscuro y miserable territorio del deseo.

Triunfo Arciniegas
Nueva York, 31 de marzo de 2012













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